Janucá: educar para inaugurar pensamientos

LA PALABRA – Esta semana las calles de muchas ciudades del mundo se iluminarán con las velas que rememoran un milagro acaecido hace más de dos mil años y el relato de la implacable resistencia de un pueblo a perder sus señas de identidad y desaparecer tras siglos de sometimiento. En efecto, el pueblo judío y la tierra de Israel estuvo bajo el yugo de imperios vecinos desde el siglo VII AEC, cuando Jerusalén fue saqueada por Babilonia, su Templo de Salomón destruido y sus élites secuestradas y exiliadas, hasta el alzamiento de los Macabeos contra la profanación pagana del Segundo Templo a manos de los seléucidas helenos, herederos de la expansión macedonia dirigida por Alejandro.
Es una fiesta singular ya que, entre otras cosas, aun celebrándose durante 8 días (como las jornadas que la exigua reserva de aceite purificado mantuvo encendido el candelabro, hasta que se logró reponer), todos son laborables, quizás indicando que la conservación de la identidad no debería destacarse como un hecho memorable, sino como un acto natural e instintivo de supervivencia. Sirva de ejemplo que los sucesos históricos de Janucá aparecen en los libros de los Macabeos, que no fueron incluidos en el Tanaj, aunque sí en el Antiguo Testamento tal como lo recoge la tradición cristiana. Pero, a pesar de que la heroicidad de la estirpe de Matatías no mereciera su inclusión en la Biblia judía, sí lo hace la tradición, a la que seguramente refuerza el solsticio de invierno, cuya significación celebramos justamente como Fiesta de las Luces cuando el sol parece abandonarnos. Como inauguración o apertura (que es lo que la palabra janucá significa en hebreo) cuando el destino parece cerrarse ante nosotros. Como ruptura de las leyes naturales (milagro) frente a un poder que intenta confundirse con la voluntad divina.
Poco duró en términos de la milenaria historia judía la nueva independencia conseguida, apenas un siglo hasta la llegada del nuevo conquistador romano. Sin embargo, su recuerdo ha logrado que el pueblo de Israel conservara la memoria de lo sucedido, incluyendo en sus plegarias la alusión a los milagros de los que fueron testigos nuestros antepasados “entonces y en nuestros tiempos”. Porque el propio idioma hebreo designa a esta festividad con una palabra que tiene la misma raíz que educación (jinuj), enseñándonos que ésta no es más que la inauguración, la apertura o el estreno de nuevos pensamientos, de devolución del propio rostro que las influencias imperiales (hoy diríamos, globalizantes) han desfigurado y distorsionado adorando a ídolos de barro a los que ofrecemos en sacrificio nuestro propio ser.
Es hora de reeducarnos, de reinaugurarnos. De encontrar las fuerzas para seguir ostentando lo que somos en un mundo de disfraces y poses estudiadas. De confiar en que algo mantendrá encendida nuestra luz interior en la peor de las tinieblas.
Jorge Rozemblum
Director de Radio Sefarad

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