Jerusalén eterna(-mente disputada)

LA PALABRA – Cuando los soviéticos erigieron un muro de separación en Berlín y la convirtieron en capital de la República Democrática Alemana, nadie cuestionó que la capital de la otra parte, la República Federal, se instalase en Bonn. Y menos que, tras la reunificación, la capitalidad volviese a Berlín, porque la capital de un estado se define por el sitio donde resida su gobierno. Aunque Nueva York nos suene más importante que Washington, Estambul que Ankara o Río de Janeiro que Brasilia, todo país tiene el derecho soberano de establecer la sede de su gobierno donde lo determine. Todo país menos uno. Porque no sólo que muchos países no reconocen la capitalidad de Jerusalén, sino que tienen la falta de respeto de coronar como tal a otra ciudad, Tel-Aviv. Algunos creerán que es porque es allí donde tienen su embajada, pero no es siempre el caso, ya que las representaciones diplomáticas suelen estar en la zona centro, pero muchas en ciudades como Herzliya, Ramat-Gan o Givatayim. Por lo tanto más que una decisión política, lo de Tel-Aviv responde a un profundo desconocimiento y falta de cultura.
Y la cultura es la misión planetaria de la UNESCO, el organismo de Naciones Unidas encargado de velar por ella en todos los países. Otra vez: en todos menos en uno. Porque a Israel critican y conminan a no realizar excavaciones arqueológicas en una ciudad, la fuente más fidedigna para certificar hechos históricos, como la presencia de tal o cual civilización en un área determinada. O sea, los defensores de la cultura mundial vetan la documentación histórica. No queman libros, pero hacen lo posible porque no puedan actualizarse, al menos en lo que a la historia de Jerusalén se refiere. Lo paradójico (o no) es que los más activos en boicotear la investigación del pasado sean aquellos estados que dicen estar más vinculados a dicha parcela de la superficie terrestre. Si tan importante es el lugar, ¿qué problema hay en saber más sobre qué pasó realmente allí?
Y es que las piedras hablan, aunque no para advertir que un judío se esconde detrás de ellas, sino para contar que muchos vivieron allí, en la capital más antigua de un pueblo que aún existe, y que sólo a sangre y fuego pudieron ser expulsados de un hogar al que volvieron una y otra vez, aún a costa de estar sometidos a bizantinos, árabes, cruzados, otomanos y británicos, como antes lo estuvieron de asirios, babilonios, persas, griegos y romanos. Hasta que lo recuperaron: primero dividido y luego reunificado, desde la Jerusalén celestial a la terrenal y la subterránea, por donde fluye incesante un mar de evidencias de su auténtica identidad, si no eterna, al menos eternamente disputada.
Jorge Rozemblum
Director de Radio Sefarad

Scroll al inicio