LA PALABRA – Abordar una definición de lo judío siempre resulta difícil y, en la práctica, imposible de trazar en un único plano, sea este el de la religión, la cultura o cualquier otro. Reducir el judaísmo a una fe es un error tan garrafal como pensarlo en términos raciales o como un simple fenómeno cultural distintivo. Cualquier aproximación que pretenda aclarar más que confundir debería tener en cuenta esta pluralidad de singularidades.
Por ello, me parece útil, o al menos algo distinto, plantearlo según un pensamiento geométrico multidimensional. Por él, “lo judío” compondría un cuerpo de muchas caras, no necesariamente iguales, pero sí coexistentes. Todas esas facetas (la religiosa, la tradicional, la cultural, etc.) pertenecen a un mismo cuerpo sólido, aunque muy plástico, propiedad mecánica adquirida por adaptación evolutiva a la multiplicidad de cambios ambientales que registra en sus diferentes exilios y situaciones sociales respecto a otros grupos étnicos, pueblos, naciones o estados.
Esta solidez y plasticidad muchas veces es confundida con lo amorfo (en términos judeofóbicos, lo judío y los judíos se presentan como “escurridizos”), aunque en realidad lo que denota es una gran capacidad evolutiva de adaptación, incluso a situaciones límite (discriminación, persecución, pogromo, genocidio), lo que permite al cuerpo de “lo judío” apoyarse en las diferentes “caras” a fin de sobrevivir y prosperar. Por ejemplo, cuando las condiciones político-sociales de un país permiten una mayor integración y progreso (la Alemania del siglo XIX o EE.UU, en el XX son algunos ejemplos), la cara “cultural” aumenta en detrimento de la “religiosa”: los judíos se convierten más en el pueblo de “los libros” que de “El Libro”. En otras situaciones en las que está asegurada una total libertad religiosa y social (por ejemplo, en el actual Israel), lo que decrece en relevancia es la faceta tradicional (idiomas, gastronomías particulares, folklores, etc.). Cuando se cierran todas las puertas de la libertad (como durante el Holocausto) el “cuerpo” judío se deforma para apoyarse en la única cara que le queda: la de la libertad interior o religiosa.
Esta adaptabilidad es hoy mayor que nunca por la experiencia acumulada en entornos antes inexistentes, por ejemplo, el de la Shoá o la propia existencia de un Estado de los judíos. Y es esta experiencia (y las enseñanzas incorporadas a la historia colectiva) la que alienta a muchos a explorar constantemente nuevos planos y ecosistemas, bien abriendo nuevas vías de experimentación científica y creación artística (y aún de negocio y sustento), bien emigrando a países en transformación. Esta, no obstante, no es una cualidad absoluta, ya que otros muchos optan por una faceta más conservadora (seguramente también más atada a lo tradicional que a otras caras) que les hace sentirse totalmente asimilados a su comunidad, pueblo, nación o estado.
La plasticidad geométrica puede reconocerse también por algunos atributos como la importancia del dominio de muchos idiomas (plasticidad cultural), de la “ligereza” o virtualidad de la propiedad (que permita transposiciones geográficas rápidas) y en general un estado de alerta constante que responda de forma inmediata a los cambios y tendencias que puedan hacer tambalear unos cuerpos que invitan más a volar que a dejarse aplastar por la ley de la gravedad.
Jorge Rozemblum
Director de Radio Sefarad