LA PALABRA – Yom Kipur es una de las escasas fiestas judías exclusivamente religiosas, ya que en todas las demás encontramos elementos colectivos que responden también a lecturas sobre la propia identidad grupal. No así en la única fecha en que se juzga nuestra responsabilidad individual, lo que en el lenguaje coloquial de la cultura cristiana podría interpretarse como un balance de nuestros pecados. Incluso la popular interpretación de un “día del perdón” en el que solventar las diferencias con otros individuos es falsa, ya que la moral exige que dicha reparación se realice en cualquier momento del año, cuanto antes mejor.
Existe por tanto una barrera infranqueable a la interpretación: cada cual debe leer su propia existencia, descubrir las faltas y enmendarlas. Nadie humano, ni el más versado de los sabios, puede ayudarnos realmente a encontrar la respuesta (teshuvá, que en hebreo también significa retorno). Kipur no es sólo arrepentimiento sino rectificación: volver hasta la bifurcación y retomar la senda correcta. Sorprendentemente (o no), las mismas letras que conforman la raíz de este concepto se usan para formar kófer, fianza o rescate, el precio a pagar por liberarse de una dura sentencia; pero también da nombre a kfor, al frío que congela, como si las cargas en nuestra conciencia sin resolver también nos solidificaran, como estatuas de hielo.
Frente a la lectura del kipur como proceso individual, sin embargo, descubrimos que la misma conjunción de letras sirve para kfar, aldea o poblado, como si la reunión (mejor, comunión) fuera un vehículo necesario para la purga. Estaríamos entonces ante un trance del yo interior, pero catalizado por el nosotros del kahal, los asistentes al ritual. No hay que ser creyente (ni siquiera judío) para percibir el potente efecto que el rezo de las sinagogas provoca en el oyente: decenas (o cientos y hasta muchos miles en el entorno del Muro Occidental) de voces entonando las mismas palabras casi a la vez, cada cual con su personal ritmo y variación de una misma pauta, apurando los últimos momentos antes de que quede sellado el destino de cada orante.
El ser judío tiene una naturaleza dual e inseparable: religión y etnia, individuo y comunidad, el yo en función del nosotros, y viceversa. Nunca puede ser una opción de fe aislada. Es partícula y onda a la vez, como la luz. Y, como ella, proyecta su energía al universo, santificando cada rincón con su calor y haciendo brotar los colores ocultos por las sombras.
Jorge Rozemblum
Director de Radio Sefarad