La bandeja de plástico (Fast Jews)

LA PALABRA – En 1947, apenas unas semanas después de la partición en Naciones Unidas del Mandato Británico en Palestina en dos futuros estados, uno árabe (no decía palestino) y otro judío (así especificado), el entonces presidente de la Organización Sionista Mundial, el científico Jaim Weitzmann, pronunció un famoso discurso alertando de los tiempos difíciles por venir con una metáfora a la que más tarde el poeta Natan Alterman llenó de significado: “No se le concede un estado a un pueblo en bandeja de plata”. Al menos no a un pueblo que esperó dos mil años para conseguirlo.
Apenas un par generaciones más tarde, aquel espíritu de sacrificio se ha evaporado en gran medida y los nuevos héroes populares ya no son los que dan un paso al frente en el combate, sino aquellos que tienen una idea comercial capaz de forrar sus bolsillos con varios millones de dólares antes de los 25 años y retirarse a disfrutar de la buena vida, preferiblemente bastante lejos de los cohetes, acuchillamientos callejeros y el mundanal ruido del Oriente Próximo. El sueño de las madres judías ya no es que sus vástagos se conviertan en doctores o científicos, sino que monten una “start-up” y se la vendan a Google cuanto antes.
El hartazgo de vivir en el constante estrés de un país sometido día sí y al otro también a ataques terroristas organizados o espontáneos, y de ser tratados por el mundo como el culpable de todos sus males, es más que comprensible. También que la gente aspire a vivir en mejores condiciones económicas. Pero en el camino hacia el “maguía li” (me lo merezco, en hebreo) la sociedad israelí ha dejado atrás unos principios que fueron los cimientos de su propia existencia: la ayuda mutua (en lugar del crecimiento de las diferencias sociales) y la prioridad de lo colectivo sobre lo individual, ambos conceptos poco compatibles con el ultra-liberalismo económico. Desafortunadamente, es un proceso en auge y con subproductos tan extraños como que el judaísmo (“yahadút”, en hebreo) esté monopolizado por los sectores religiosos, cuando la renovación secular pero medularmente judía fue el verdadero motor del nacimiento del estado.
La fascinación por la velocidad e inmediatez ha ido convirtiendo a muchos de sus habitantes en “Fast Jews”, judíos rápidos, servidos en bandejas de plástico que no de plata, con la necesidad urgente de llegar cuanto antes adonde en realidad nadie te espera, de ser el primero sólo por dejar atrás a los demás, de ser el más guapo llevando una máscara o el más listo de la clase de la que te expulsaron por amasar una fortuna más rápidamente. Una cosa es cierta: en un país democrático como Israel, la gente está donde está por elección mayoritaria. Y, si han elegido el plástico en lugar de la plata, ellos sabrán por qué, aunque no sepan explicarlo. Ni los demás tampoco.
Jorge Rozemblum
Director de Radio Sefarad

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