“La caja de música” (1989), de Constantin Costa-Gavras

FILMOTECA, CON DANIELA ROSENFELD – Costa-Gavras se ha erigido en una de esas rara avis cinematográficas, es un cineasta honesto, incorruptible y con una inconfundible marca de la casa: mezclar en sus películas elementos de thriller político con un incendiario debate moral. Hablar de Costa-Gavras es hablar de cine político, comprometido y combativo. “Todo el cine es ideológico”, suele decir.

La película cuenta en clave de drama familiar la historia de una prestigiosa abogada estadounidense (Lange) que decide encargarse de la defensa jurídica de su padre, un inmigrante de origen húngaro (Mueller-Stahl) cuando es sorprendido con una acusación por crímenes de guerra en su presunto pasado como oficial al servicio de la Alemania nazi durante el exterminio de los judíos húngaros de 1944. Su hija, se verá inmersa en una investigación en Europa que le deparará varias sorpresas desagradables. Costa-Gavras desarrolla con comodidad una historia que aúna el drama humano de unos personajes que sienten en su propia piel las consecuencias de la política y la guerra. La historia va mucho más allá del drama judicial para adentrarse en el terreno de las emociones y el desengaño. Gavras resalta especialmente la terrible paradoja de Ann: criada y amada por un padre protector al que a su vez adora y que oculta un pasado de genocida criminal

Es una película muy interesante, con gran ritmo narrativo, impactante y dura, sobre todo en los testimonios durante el juicio. Las declaraciones de los testigos no son especialmente emotivas ni lacrimógenas, si no más bien frías, duras, sin emocionar de forma fácil, lo que las hace más impactantes.

Por otro lado, la película refleja un aspecto poco tratado en el cine: las redes de evasión y de ocultamiento de los criminales nazis, que han permitido que muchos de ellos vivan como ancianos venerables en varios puntos del planeta. Cuando Ann viaja a Budapest a tomar declaración a importantes testigos y cae en sus manos la caja de música que da nombre a la película, se abren ante ella nuevas perspectivas históricas sobre los apoyos recibidos por aquellos criminales, no sólo apoyos militares, sino también para ocultar fortunas y obras de arte con las que sustentar evasiones de jerarcas y oficiales nazis y costear sus estancias y el comienzo de sus nuevas vidas en el anonimato del exilio. Algunas de estas redes son bien conocidas, como la que vía Suiza y España llevaba criminales nazis a la Argentina de Perón, como los pasaportes expedidos por el Vaticano o como la asimilación organizada de científicos y criminales nazis para trabajar en Estados Unidos o la Unión Soviética con total libertad. Gavras mete el dedo en la llaga de estas cuestiones y nos pone en bandeja un alegato sobre la complicidad ignorante o silenciosa.

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