“La chica del tren (La fille du Rer)” (2010), de André Téchiné (Francia)

FILMOTECA, CON DANIELA ROSENFELD –

Guión: Odile Barski. Jean-Pierre Besset y André Téchiné. Reparto: Émilie Dequenne, Catherine Deneuve, Michel Blanc y Ronit Elkabetz

Mientras deambula por París en busca de un empleo, Jeanne conoce a Franck. De esta relación nacerá uno de los escándalos mediáticos y políticos más sonados de la Francia reciente. En el año 2004, Jeanne (Emilie Dequenne) vive en una casa en las afueras junto a su madre Louise (Catherine Deneuve). Louise se gana la vida cuidando niños mientras Jeanne busca trabajo sin mucha convicción. Un día, Louise lee un anuncio en Internet que le hará creer que el destino ha llamado finalmente a su puerta. Tiene la esperanza de que la firma de Samuel Bleistein, un conocido abogado que conoció cuando era joven, contrate a su hija. El mundo de Jeanne y el de Bleistein están a años luz, pero una increíble mentira fraguada por Jeanne les permitirá encontrarse.
Esta joven de 23 años puso en jaque al conjunto de la sociedad francesa al inventarse que había sufrido una agresión antisemita por parte de un grupo de chicos africanos y magrebíes. La noticia, magnificada por los medios y oportunamente utilizada por la clase política, puso de manifiesto la fragilidad de la Francia multicultural. Tal es así que el propio presidente de la República (por entonces Jacques Chirac), sin esperar a una investigación que aclarase los puntos dudosos de la versión de la supuesta víctima, contacta a la joven para ofrecerle todo su apoyo y disculpas en nombre de la nación. Una interesante historia que le sirvió al dramaturgo Jean-Marie Besset para escribir su obra “R.E.R.” (Cercanías), base para el guión escrito por el propio Téchiné, Odile Barski y Jean-Pierre Besset.
Para Techinè, el hecho real es sólo el punto de partida para desarrollar una narración ficticia, aunque no oculte su intención de retratar una sociedad francesa que atraviesa años de dilemas y conflictos sociales que ponen en cuestión las bases de la convivencia. Dividida en dos partes, una en la que se ofrecen los antecedentes, y en otra las consecuencias del hecho, la cinta quiere dejar claro que tras un hecho aparentemente tan inexplicable como ese (¿por qué alguien inventaría una historia así, fácilmente desmontable y que le hace pasar de héroe a villano de la noche a la mañana?) pueden ocultarse factores tan difusos y variados como los que acechan a cualquier joven desorientada sumergida en las dudas de quien no termina de encontrar su camino de acceso a la vida adulta.
Téchiné se detiene en los detalles de su fallido noviazgo, en la relación con su madre y en su difusa e ingenua percepción del problema del antisemitismo. Un montaje perfecto, unas estupendas interpretaciones y unos planos en los que el tren y los patines se convierten en metáforas de la inestabilidad y las ansias por vivir y experimentar, mantienen la atención del espectador constantemente. La herramienta que utiliza el director para clavar al espectador a la butaca durante buena parte de la trama es el vigor narrativo.
Esta historia, permite al autor de filmes como “En la boca no” (1991), “Los juncos salvajes” (1994), o “Los testigos” (2007) adentrarse en muchos de sus temas predilectos: la mentira, las relaciones familiares y la identidad, relacionada con la convivencia entre diversas razas y culturas. Todo, con ese tono que oscila entre la tragedia y el vitalismo que es desde hace años la marca inconfundible de Techiné
El tema nos conduce a uno de los asuntos más y mejor tratados por el cineasta en sus películas: los prejuicios y falsedades que lastran la comunicación. En esta ocasión, tal y como se destaca en el filme, la sociedad entera está deseosa de escuchar una historia que confirme sus prejuicios respecto a los inmigrantes que habitan los suburbios de París. La ligereza, la alegría de vivir, tan propia del cine de Téchiné, sigue estando allí, ese amor por la vida y sus pequeñas delicias que sirven de contrapunto a las tragedias. Finalmente, la identidad y su búsqueda, se convierten en asunto central: “Hay un paralelismo entre la protagonista, Jeanne, y el niño, Nathan. La primera renuncia a su comunidad erigiéndose como víctima para encontrarse a sí misma. El segundo, a través del bar-mitzvá. Para ambos, resulta muy doloroso”.
“Fue el tema más mediatizado y politizado de los últimos diez años. Me conmocionó la violencia del acto de esta joven, y todo lo que supuso. Esta historia se convirtió en el espejo de todos los miedos de Francia, miedos profundamente anclados en la sociedad, una revelación de lo que llamamos el inconsciente colectivo. ¿Cómo una mentira aislada se transforma en una verdad respecto a la comunidad y sus miedos? Es realmente fascinante”.
“Una de las primeras ideas fue partir la película en dos”, cuenta el cineasta. “Primero, mostrar la genealogía de la mentira. Después, las increíbles consecuencias que esta invención está a punto de provocar hasta el juicio en los tribunales. De Jean-Marie Besset he mantenido el trabajo documental, de dominio público. En cambio, decidí cambiar la parte más íntima, el trabajo de los personajes y sus relaciones. También reproduje rigurosamente las declaraciones que se hicieron en su momento. Simplemente enfaticé el hecho de que todo se basaba en un caso judicial vacío”, concluye.

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