FILMOTECA, CON DANIELA ROSENFELD –
Guion: Elisabeth Bartel, Giulio Ricciarelli. Reparto: Alexander Fehling, Andre Szymanski, Friederike Becht, Johannes Krisch, Hansi Jochmann, Johann von Buelow, Robert Hunger-Bruhler, Lukas Miko, Gert Voss.
Finalizada la Segunda Guerra Mundial, tras la derrota de Alemania, los aliados iniciaron un proceso legal para penalizar a los oficiales, comandantes y otros altos cargos del partido nazi que exterminaron millones de vidas en los campos de concentración. Veinte años después de los juicios de Núremberg, la sociedad alemana fue víctima de una amnesia colectiva, consecuencia de la dura posguerra que había sufrido su población. Para los adolescentes nacidos en los cincuenta, Auschwitz era una leyenda urbana que los países vencedores habían inventado para martirizar y humillar a los perdedores. Los padres de los veinteañeros nunca les habían hablado del Holocausto, puesto que ellos mismos llevaban una doble vida basada en la mentira y la ignorancia fingida. En este sentido, la ópera prima de Giulio Ricciarelli parte de una simple pregunta: en 1958, ¿cuántos jóvenes alemanes eran hijos de asesinos sin saberlo? Se trata de una cuestión que todos los personajes de ‘La conspiración del silencio’ van repitiendo a lo largo del film, removiendo la conciencia social del espectador. En Frankfurt, un fiscal principiante por error acaba teniendo en su poder unos documentos que facilitan los nombres de los auxiliares de segunda fila de los SS en Auschwitz. ‘La conspiración del silencio’ lleva a la ficción las dificultades e impedimentos que el Gobierno impuso a los letrados para que nunca se realizara el proceso más incómodo de la Historia de Alemania: los juicios de Frankfurt.
A diferencia de los de Núremberg, los fiscales de Frankfurt eran alemanes. Por primera vez, el genocidio nazi fue revisado por la misma población que lo llevó a cabo. La segunda diferencia respecto a Núremberg es que los juicios de Frankfurt, centrados en Auschwitz, no acusaban a los SS, sino a sus cómplices o ayudantes que torturaron y asesinaron a los prisioneros cumpliendo las órdenes de sus superiores. Los imputados en el film de Giulio Ricciarelli son gente normal: panaderos, profesores, miembros del ministerio e incluso amigos o progenitores de algunos de los personajes principales. Personas que tras la derrota de su patria en la Segunda Guerra Mundial regresaron a las antiguas profesiones que practicaban antes de hacerse miembros del partido.
Es interesante destacar que la fuerza de la película reside en el proceso que sufre el protagonista. Asistimos a la evolución psicológica del fiscal Johann Radmann, que va perdiendo su ingenuidad e idealismo a medida que se adentra en un laberinto de mentiras que ni él ni la sociedad alemana estaban preparados para escuchar.
Sin embargo, cabe destacar, que el verdadero protagonista de esta historia es otro: el abogado, juez y fiscal Fritz Bauer (1903-1968). Este jurista, judío y socialdemócrata, fue un gran desconocido, incluso entre los estudiantes de derecho, hasta que en el año 2010 se publicó una biografía y se estrenó un documental sobre su vida. Fritz Bauer fue un activo resistente anti-nazi detenido por la Gestapo en 1933 por pertenecer al SPD (Partido Socialdemócrata de Alemania) y enviado al campo de concentración de Heuberg, después de ser expulsado de la judicatura por judío. En 1935 se exilia en Dinamarca y luego en Suecia. Regresa a Alemania en 1949 para participar en la reconstrucción física y moral del país, y emprende una lucha encarnizada contra el letargo jurídico que facilitó que las élites nazis se “autorehabilitaran” lavando su pasado y ocuparan puestos de responsabilidad en la judicatura, la administración pública, la enseñanza, la economía y la política. Nadie estaba interesado en hurgar en el pasado, la mayoría de los alemanes estaba más preocupada en disfrutar del milagro económico propiciado por Adenauer. Si bien este trasfondo se refleja con precisión en la película y la figura de Fritz Bauer es un personaje de peso dentro de la narración, no se menciona que fue él quien inició y promovió en 1958 los Juicios de Auschwitz, el proceso más importante de la historia alemana. Él fue el jefe de la investigación y contaba en su equipo con tres fiscales junior como el interpretado por el personaje de Radmann.
Estos procesos siguieron a dos acontecimientos impulsados también por Bauer. El proceso Remer, en marzo de 1952, contra el general nazi Otto E. Remer, oficial de las SS y jefe de seguridad de Hitler, por difamación y calumnias contra los conspiradores de la “Operación Walkiria” que intentaron matar a Hitler en 1944 y a los que Remer tildaba de “traidores a la patria”. Remer fue condenado a tres meses de prisión que elude exiliándose. Murió en Marbella en 1997, donde se había refugiado después de ser condenado por la justicia alemana en 1992 a 22 meses de cárcel por “incitación al odio, la violencia y el racismo” y por haber afirmado repetidas veces que las cámaras de gas y el Holocausto no habían existido y no eran más que un invento judío.
El segundo es el caso Adolf Eichman. Fritz Bauer recibió en 1957 una carta de un antiguo conocido del campo de concentración, que vivía en Buenos Aires, en la que le revelaba el paradero de Eichmann. Bauer sabía que era más que probable que la justicia alemana negara su extradición o que miembros del poder judicial allegados a Eichman le avisaran para que pudiera escapar. Por eso Bauer se pone en contacto con el Mossad, les facilita las llaves y los planos de la fiscalía de Frankfurt para que puedan fotografiar el expediente de Eichmann que estaba sobre su escritorio. Cuando esta documentación llega a Israel, el Mossad da el visto bueno para poner en marcha el operativo que secuestró a Eichmann para juzgarlo en Jerusalén.
La lucha de Bauer contra la amnesia histórica alemana le granjeó muchos enemigos. Sus detractores tildaron sus iniciativas de “típicas mentiras judías” y le acusaron de ser un traidor a la patria. Soportó múltiples amenazas de muerte e insultos y las llamadas telefónicas nocturnas le acompañaron hasta su muerte.