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‎20 Heshvan 5785 | ‎21/11/2024

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“La cultura del odio: un periplo por la dark web de la supremacía blanca” de Talia Lavin

“La cultura del odio: un periplo por la dark web de la supremacía blanca” de Talia Lavin

METAESCRITURA DE LA SHOÁ, CON JAVIER FERNÁNDEZ APARICIO – “La cultura del odio: un periplo por la dark web de la supremacía blanca” (Capitán Swing, 2021) es analizado por nuestro experto minuciosamente. Además Javier Fernández Aparicio nos habla de su autora, que hizo gala de esa misma valentía que ella misma propugna como “necesaria para atajar los males del supremacismo, entre ellos, un feroz antisemitimo”.

“La periodista estadounidense Talia Lavin analiza la cultura supremacista blanca en esta obra. Para ello se infiltró en 2019 en redes sociales y la dark web en su intento de comprender mejor las razones de tanta misogínia, racismo y antisemitismo. Lavin se aprovechó de las mismas armas que utilizan los supremacistas: el mismo anonimato que permite que el odio se propague con rapidez a través de Internet. Para ello utilizó varios avatares e identidades distintas como si fuera otro supremacista más en busca de amigos. El resultado de su experiencia se plasma en este libro y hay que decir que la valieron amenazas muy directas a su vida.

La obra está escrita en primera persona y por ello es a la vez dinámico, perturbador cuando conocemos determinadas historias y divertido por el tono satírico que siempre emplea, que tiene un gran ingenio mordaz y sin rodeos. Por ello, no esconde nada y a medida que se adentra en los rincones oscuros supremacistas de la web, lo que observa es tan crudo y grotesco, como peligroso. 

¿Quién es Tania Lavin?

En este espacio creemos que la biografía de los autores está íntimamente relacionada con sus obras y, de nuevo, este es el caso. Talia Lavin, de 34 años es chica judía de Brooklyn -nieta de sobrevivientes de la Shoá- que ha desarrollado una carrera como periodista estadounidense. Se graduó en Harvard, obtuvo una beca Fulbright y pasó trabajando un año en Ucrania, de 2012 a 2013, lugar de origen de sus ancestros judíos.

Interesada en la extrema derecha estadounidense, desde 2017 empezó investigando a los movimientos supremacistas blancos como periodista, pero fracasó por el rechazo de aquellos, así para obtener fuentes de primera mano se infiltró en la dark web. Después de su experiencia ha sido objeto de amenazas y desde 2019 escribe para diversos medios como el New York Times, HuffiPost, Washington Post y otros. En octubre publicará el libro “Fe salvaje: cómo la derecha cristiana se está apoderando de Estados Unidos”. 

El peligro del supremacismo

Lavín asume muchas identidades supremacistas en la dark web y a lo largo del libro, como Ashlynn, una “cazadora rubia delgada y menuda que había crecido en un complejo nacionalista blanco en Iowa” o Tommy O’Hara, parte de una secta célibe conocida como incels que creen que las mujeres han conspirado contra ellos en un esfuerzo para mantenerlos vírgenes. Con estas identidades, Lavin se ganó su confianza y consiguió que le hablasen del tipo de cosas que solo salen cuando creen que el mundo exterior no está escuchando.

Cada uno de sus capítulos se centra en un elemento concreto de la cultura supremacista blanca, un banco racista que posee tres grandes patas: el antisemitismo, la antipatía hacia las mujeres y el sentimiento antiinmigrante. Cada tipo de odio retroalimenta a las demás. Los supremacistas veneran a Elliot Rodger, quien asesinó a seis personas antes de suicidarse en 2014, dejando un manifiesto titulado “Mi mundo retorcido”, de amplia difusión en sus redes sociales y donde culpaba a las mujeres por no amarlo como él sentía que merecía ser amado. En general, el movimiento supremacista se compone de hombres blancos heterosexuales contra todo, convertidos en activistas antivacunas, teóricos de la conspiración y, en su extremo, miembros de milicias antigubernamentales.

El caso de los judíos en Estados Unidos

Los dos primeros capítulos del libro están dedicados a la imagen de los judíos para este supremacismo blanco. Nada nuevo bajo el sol, pues la autora documenta cómo el antisemitismo ha sido una constante en la sociedad estadounidense desde principios del siglo XX, a pesar de una fecunda inmigración de siglos atrás, en consonancia con lo que iba ocurriendo sobre todo en Europa. Así, empezando sobre todo por las zonas rurales, pero también las urbanas, los antisemitas estadounidenses aprovechaban periódicamente la condición de judío de una persona para justificar acusaciones falsas y la violencia. El cénit de ello fue el linchamiento en 1913 de Leo Frank — un judío de 29 años— bajo una falsa acusación de asesinato.

En los años 20 y 30 las principales universidades estadounidenses, como Harvard y Yale, tenían cuota del 15% de estudiantes judíos en cada clase, justificad en que la presencia de demasiados judíos en la universidad podría causar antisemitismo. Por ello, muchos judíos estadounidenses sintieran una marcada solidaridad con los afroamericanos como víctimas del “odio racial”.

Recordemos que en 1920 Los Protocolos de los Sabios de Sion y El judío internacional de Henry Ford tenía miles de lectores. De hecho, Hitler elogiaría a Ford en Mi Lucha por este antisemitismo.

Dedicamos un programa hace tiempo en Radio Sefarad a cómo fue en Estados Unidos donde Hitler se hizo multimillonario con la venta de su engendro y hubo una lucha por los derechos de propiedad intelectual, incluso con la guerra mundial ya iniciada. Estados Unidos mantuvo sus leyes de inmigración restrictivas para los judíos y la prueba fue la negativa estadounidense en 1939 a que el transatlántico alemán San Luis, con más de 900 refugiados judíos de la Alemania nazi, atracara en el país. Durante los inicios del nazismo e incluso la entrada en la guerra de Estados Unidos, la violencia antisemita era común en las principales ciudades, normalmente perpetrada por miembros de las comunidades vecinas de inmigrantes alemanes y polacos. 

En aquella época, germen del supremacismo blanco con los Lindberg de turno, que hoy sigue activo como denuncia Lavin, los supremacistas arremetieron contra las comunidades negra y judía. George Lincoln Rockwell, fundador del Partido Nazi Americano, incluso hizo un llamado en 1967 a la deportación de todos los negros a África y de los “judíos comunistas” a las cámaras de gas.  Muchas sinagogas y centros comunitarios judíos, así como las iglesias negras, sufrieron atentados.

Hoy día, tras disminuir el antisemitismo a finales del siglo XX, las redes sociales y otras plataformas, como ciertos chats de juegos en línea, volvieron a acelerar su propagación. En 1995, fue lanzado Stormfront, uno de los principales foros de los supremacistas blancos que sigue funcionando hoy en día y que está impregnado de un profundo antisemitismo. Este movimiento acaparó la atención en 2017, cuando supremacistas blancos, neonazis y otros extremistas afines se reunieron en la manifestación “Unite the Right” (Unir a la Derecha) en Charlottesville, Virginia, con gritos de “¡Los judíos no nos reemplazarán!”. Un año después, los crímenes de odio alcanzaron el nivel más alto reportado en 27 años. En octubre de ese año —el día de violencia más letal contra los judíos en suelo estadounidense— un supremacista blanco, gritando “todos los judíos deben morir”, abrió fuego contra los miembros de una sinagoga de Pittsburgh, matando a 11 personas.

En el sexto mes de aniversario de la masacre de Pittsburgh, ya en 2019, otro supremacista blanco abrió fuego en otra sinagoga de San Diego, California, matando a una persona e hiriendo a otros tres. Poco antes del incidente, el atacante había publicado un enlace a un manifiesto antisemita de una red social vinculada al supremacismo, llena de ensoñaciones violentas de exterminio

Hay una cuestión que Lavin resalta como algo específicamente del antisemitismo estadounidense de estos supremacistas. Como las personas de origen judío son en su mayoría étnicamente blancos, ,pues pensemos que en Estados Unidos llevan generaciones viviendo, se les acusa entonces de ser una especie de quinta columna dentro de la raza blanca para corromperla, de un lado, con valores que para los supremacistas no son propios de aquella como la igualdad y el respeto al otro. Es la imagen del judío taimado y traidor. Mientras que, por otra parte, también se les acusa de querer hacerse con el control del mundo, algo que conecta inmediatamente con el antisemitismo tradicional del siglo XX y obras como El judío internacional o Los protocolos de los sabios de Sion que, como vimos, son profusamente divulgados en estas redes sociales y webs supremacista. De hecho, un vistazo al catálogo de librerías e incluso de Amazon, por poner de ejemplo al principal proveedor estadounidense de libros, siguen conteniendo obras antisemitas o directamente nazis todavía hoy.

Lavin escribe que el antisemitismo está muy presente en la actual política y sociedad norteamericana y, en el caso de los supremacistas, ello les da una distinción especial en un orbe social tremendamente racial y cada vez más enfrentado, por desgracia. Las protestas por la operación israelí en Gaza han exasperados los ánimos al respecto, pero aquí se produce otra curiosidad: mientras aumenta el antisemitismo en muchos casos, también lo hace, sobre todo desde el lado conservador, cierta admiración ideológica por el gobierno de Netanyahu.

¿Cómo se puede erradicar el supremacismo?

La autora no da ninguna solución más allá de la denuncia, la valentía y el combate. Para Lavin una herramienta clave es el llamado doxing o la revelación los nombres, ubicaciones y ocupaciones de los supremacistas blancos conocidos, acusados de perpetradores del odio al amparo de un anonimato en plataformas web, que pierden. Cuando se sabe quiénes son, Lavin demuestra que suelen ser personas con complejos y retraídas, que dejan de ser símbolos tras las redes. Ella misma termina su ensayo con una visita presencial a una convención supremacista en Filadelfia, porque había sido prohibida en Nueva Jersey, aparte de acabar teniendo que salir casi a la carrera cuando fue reconocida por varios supremacistas, la mayor parte de las amenazas lo eran por haber difundido su verdadero nombre.

Por último, Lavin alerta que, como en la Alemania de 1933, con todo lo peor es la impunidad de los que tacha blancos moderados o “blanqueadores”, literalmente: “gente que no cree en desbancar a los nazis de todas las posiciones que consiguen, o en enfrentarse a sus marchas, privándolos de audiencia e influencia y de un pedestal seguro desde el que esparcir su bilis”. Son aquellos que defienden los derechos de libertad de expresión de los que les asesinarían por su ideología racista”.