“La huelga” (1924), de Sergei Einsenstein
SHÉKET: JUDÍOS EN EL CINE MUDO, CON MIGUEL PÉREZ –
El ritmo, la grandiosidad y el lirismo del cine de Sergei Eisenstein ha tenido tantas réplicas a lo largo de las décadas que ha hecho que sus películas nos resulten extrañamente familiares, frescas, con escenas que parecerían grabadas anteayer de no ser por las características de su luz y la velocidad de los fotogramas (entonces las cámaras tomaban 16 fotos por segundo en vez de las 24 posteriores). ‘La huelga’, de 1924, es un claro adelanto de la epopeya dramática que años más tarde daría títulos como ‘Germinal’, ‘La sal de la tierra’, ‘Los miserables’ o ‘¡Qué verde era mi valle!’. Pero, además, el filme de Eisenstein es también un exponente de argumentario clásico, donde el bueno es bueno y el malo, perverso a rabiar. Sin grises.
Claro que para entender este hecho es preciso contextualizar ‘La huelga’. Su rodaje se realizó en las afueras de Moscú en 1924 y formaba parte de un proyecto mucho más ambicioso de las autoridades para narrar la historia completa de la revolución rusa mediante una serie de películas de algún modo temáticas. En este caso, se trataba de poner el foco en el movimiento obrero y su enfrentamiento al capitalismo. Argumento hoy en día más efectista que efectivo sobre el público –capaz eso sí de garantizar la dosis de satisfacción que siempre causa en el patio de butacas la lucha entre buenos y malos sin paliativos–, pero que en aquella época contenía una potente carga ideológica motivadora.
El guión desarrolla así la historia de un duelo de final predecible: la huelga contra el poder tirano y las armas. La lectura predominante es la del ensalzamiento del pueblo frente a los políticos, los empresarios y unas fuerzas del orden puestas al servicio de intereses espúreos. Se trata también de enfatizar el valor del héroe colectivo en contraposición al individualismo, y especialmente el individualismo interesado. De ahí que, como en otros títulos de Einsenstein, ‘La huelga’ se trate de una obra coral en la que no hay protagonistas concretos. El pueblo es el actor.
El hecho de que el encargo de la película recayera en el realizador soviético de origen judío es un acierto. Un episodio de tal importancia en la fragua de la revolución rusa no podía ser rodado sin épica. Obligaba a salirse del ritual. Y Einsenstein era un auténtico maestro tanto para lanzar mensajes directos como para coordinar masas. Y de eso va ‘La huelga’.
Al autor de ‘El acorazado Potemkin’ ni le asustaban ni los grandes espacios ni las coreografías multitudinarias. Y, lo que es mejor, sabía encorsetarlas con precisión dentro del guión, sin enloquecer ni perder las riendas como si se tratara de una película de la franquicia ‘Transformers’. La sobriedad forma parte del arte de convencer. De ese modo, la primera parte está enfocada en la fábrica y el cocinado de la huelga. Las máquinas se detienen. Los obreros dejan de trabajar. Los rostros sólidos lo dicen todo. El resto es esencialmente la potencia de la precipitación hacia una colisión catastrófica. La protesta llega a la calle. El choque con el poder es inevitable, con todas sus cloacas y subterfugios. La acción cobra velocidad de crucero y es manejada con un ritmo y un nivel de veracidad envidiables. Quizás una recreación digital de los movimientos de masas pudiera resultar más grandilocuente, pero nunca más real. Lo que con ayuda de un ordenador pudiera llamar al bostezo, en el caso de ‘La huelga’ invita a la tensión.
Einsenstein fue un clarividente. La historia posterior del cine lo demuestra. Aquí vuelve a sentar muchas de las claves a las que luego recurrirán otros cineastas no sólo en el manejo de cámara, sino también en el de la luz o en los esquemas de montaje, con la yuxtaposición de imágenes a la cabeza. Cabe destacar que Einsenstein también fue un poeta visual. ‘La huelga’ rebosa de metáforas –la mayoría inquietantes o directamente brutales– destinadas a reforzar el mensaje. Como él mismo solía decir, su trabajo consistía en el «cine puño».
Véamos un ejemplo: un empresario enseña a sus colegas –todos ellos magnates aposentados en lujosos sillones mientras fuman grandes habanos– cómo funciona un exprimidor de fruta, mientras en otros planos combinados se observa a la policía acosando con sus caballos a un grupo de huelguistas sentados. «Y así ya tenemos el jugo», les explica el empresario mientras uno de los magnates se limpia un trozo de fruta exprimida de uno de sus zapatos utilizando los folios donde los trabajadores les habían expuesto sus reivindicaciones.
Pero esta metáfora es un jardín de infancia comparada con otras auténticamente aterradoras. Al grito de «el trabajo de los obreros nos mantiene en el poder», los empresarios y los políticos organizan una salvaje represión en uno de los barrios habitados por cientos de familias proletarias. Las escenas pasan directamente al cerebro sin digestión alguna. Los policías entran a caballo por los pasillos, las galerías de las casas. Los vecinos tratan de escapar. En su huida, varios muchachos y adultos caen desde los pisos altos. Y en un momento dado, un policía coge a un niño, apenas un bebé, que juega en el suelo y lo arroja desde las alturas con una naturalidad que hiela la sangre. Es el inicio del fin. Un tintero vuelva y derrama su contenido sobre un mapa del barrio, como si se tratara de una inmensa mancha de sangre.
Pero Einsenstein todavía reserva un último puñetazo. Los obreros y sus familias huyen hacia el bosque perseguidos por las fuerzas del orden, que los rodean y ametrallan sin piedad. A medida que se produce la masacre, el realizador alterna la acción con imágenes de un matarife sacrificando una vaca en un matadero. No escatima en el baño de sangre. Cuando todo termina, un magnate se asoma a la pantalla. «No olvides, proletario», exclama.
Ficha técnica:
Título: ‘La huelga’
Año: 1924
País: URSS
Director: Sergei M. Einsenstein
Guión: Sergei M. Eisenstein, Valeri Pletniov, I. Kravchinovskii, Grigori Aleksandrov.
Reparto: Maksim Shtraukh, Grigori Alexandrov, Mikhail Gomorov, Ivan Klyukvin, Aleksandr Antonov, Yudif Glizer, Anatoliy Kuznetsov, Vera Yanukova y Boris Yurtsev.
Duración: 95 minutos.
Fotografía: Eduard Tissé.
Productora: Proletkult Production / Goskino
Género: Cine mudo. Drama social.