LOS PASOS DE SEFARAD EN EL NUEVO MUNDO, CON DAVID ROSENTHAL – En 1634 atracó a la costa de Buenos Aires –de forma forzosa– un navío con esclavos africanos y pasajeros portugueses, entre estos un joven sefardí de 20 años llamado Juan Rodríguez de Estela. Huyó de Lisboa por razón de la Inquisición y se convirtió en el protegido del banquero Diego de Vera, un reconocido converso, asentado de antaño en tierra porteña. Con 27 años y siete de residencia porteña, resolvía su matrimonio con una señora acaudalada y de antiguo arraigo en la ciudad: Catalina de Aguilar y Burgos, llamada también de Aguilar y Salvatierra, hija legítima del que fuera calificado vecino y “segundo poblador”: el escribano Francisco Pérez de Burgos, y de su consorte Juana de Aguilar. Asimismo, sus hijos luego amalgamarían su sangre paterna sefardí con la muy rancia casta de “cristianos viejos”, descendientes de los primeros pobladores de estas comarcas. Para entonces tuvo lugar un hecho contundente para los “portugueses” a raíz de la sublevación de Portugal en 1640 enfrentándose a España y la consiguiente adhesión de Brasil. El Virrey del Perú, Marqués de Mancera ordenó al Gobernador del Río de la Plata, Jerónimo Luis de Cabrera, “el desarme y expulsión de todos los lusitanos que se encontraban en Buenos Aires, Santa Fe y Corrientes”.
A los 60 años de edad, Juan Rodríguez de Estela, con un importante patrimonio y ahora viudo, fue detenido en su domicilio, y sus bienes secuestrados por orden de la Inquisición. Había sido testificado como judaizante, y el celoso Tribunal dispuso su arresto y traslado a las cárceles de Lima en 1674. En el juzgado, salió a la luz una denuncia hecha hacia 1650, en la Villa de Oruro, contra un tal Juan Rodríguez, que había arribado al Río de la Plata, huido del “Janeiro” con otros portugueses, y que en Buenos Aires y en Tucumán “judeizaba en castigar a un Santo Christo crucificado, azotándolo todos los viernes, y dándole de bofetadas luego le volvía a guardar en una caxa”. Otro testigo del Tribunal del Santo Oficio afirmó haber escuchado en Brasil que “Juan Rodríguez de Estela había sido penitenciado con sambenito por judío en la ciudad de Lisboa; y que se había huido y venido a Buenos Aires, donde estaba casado con hijos y familia”. Del destino final de Juan Rodríguez de Estela a manos de los “torquemadas criollos” no se sabe en exactitud lo sucedido, mas sí que de él descienden buena parte de las más ilustres familias de la sociedad porteña.