La Jerusalén de Jerusalén

LA PALABRA – A lo largo del tiempo, incontables ciudades del mundo han recibido apodos vinculantes con Jerusalén. Aparte de la categorización filosófica y teológica entre la “de arriba” o celestial y la “de abajo” o terrenal, podemos recorrer el mundo entero apelando a la capital de la Israel bíblica, diaspórica y actual. Por ejemplo, a Toledo se la llama la “Jerusalén de Sefarad” y, entre sus expulsados, destacan la “Jerusalén de Europa” (Sarajevo), la “Jerusalén de los Balcanes” (Salónica) y, hacia el sur, la “Pequeña Jerusalén” en Tetuán. Pero no son las únicas: la “Jerusalén de Occidente” en Córdoba, la “de los Alpes” (en Vasallo) y la “Pequeña Jerusalén” de Pitigliano ambas en Italia, la “Jerusalén del Norte” en Vilna o las más exóticas “de Etiopía” (Lalibela), “de América” (Popayán) e incluso “de China” (Wenzhou). Seguramente no están todas, pero sí las suficientes para demostrar la fama y renombre de la urbe que el rey David conquistó a los jabuseos entre los siglos X y XI antes de la era común.
Esa “Jerusalén de Jerusalén”, la auténtica, fue testigo y a menudo víctima del auge y caída de los imperios de la antigüedad (asirio, babilonio, persa, griego, romano) y posteriores (bizantino, musulmán, cruzado, otomano, británico) antes de retornar a sus manos originales aunque, pese a la creencia popular, en sus calles siempre fueron mayoría los judíos, incluso en tiempos de práctico total abandono de la zona. Por eso llama la atención y revuelve las tripas de indignación una reciente resolución de la UNESCO, que no reconoce la vinculación judía de algunos de los iconos más representativos de la “Jerusalén de abajo”, como el Monte del Templo – que los antiguos convirtieron en explanada amurallada para instalar el Arca de la Alianza y rodearla de un Templo (Beit Hamikdash, en hebreo) y sucesivamente expoliado, destruido y finalmente quemado por dos imperios que hoy sólo existen en los libros de historia. No así el pueblo vapuleado. Tampoco considera el organismo internacional que el muro occidental de la explanada tenga nada que ver con otros que no sean los musulmanes que lo llaman Al-Buraq, en árabe “de los lamentos”. ¿Y quién se lamentaba allí de su suerte pidiendo la ayuda divina?
Este despropósito no es sólo una mentira más de la estrategia árabe para deslegitimizar la presencia de judíos en Israel, sino la demostración del antisemitismo más rancio de Occidente, que se ha lanzado casi sin excepciones (sólo Estonia, Alemania, Lituania, Holanda, Reino Unido y EE.UU. de entre 58 países miembro, con dos ausencias y 17 abstenciones), incluyendo a estados que pretenden retratarse como asépticamente neutrales en el conflicto árabe – israelí, como Francia, o nuestra España y sus falsas y turísticas “Jerusalenes”. Se ve que a las de “abajo” y “arriba” tendremos que añadir la “de las cloacas”, donde conviven los que tienen estómago para aguantar las náuseas de su mutua putrefacción al servicio de intereses espurios y futuras “puertas giratorias” entre los enemigos de Israel y de la propia verdad histórica.
Jorge Rozemblum
Director de Radio Sefarad

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