La modernidad en Ashkenaz (1ª parte): los judíos en Europa Central durante el siglo XVII
MILÍM: LA HISTORIA DE LAS DIÁSPORAS, CON ALICIA BENMERGUI – Después de un largo recorrido por la trama de la diáspora de los judíos sefardíes, retornamos a la historia de los ashkenazíes, los judíos de Europa Central y Oriental. Y ya puestos en la historia de la modernidad también del encuentro entre estas dos ramas del judaísmo. Como éste es un punto de inflexión en la historia del judaísmo ashkenazí, retornamos al siglo XVII y al período donde tendrá lugar la Guerra de los Treinta Años. Lo que habían sido los antiguos dominios del Sacro Imperio Romano Germánico de habla alemana, en el período moderno era un conglomerado de pequeños estados y principados, donde cada uno tenía su propia ley para los judíos. En total, había alrededor de 1.800 “estados” independientes, incluidas 51 ciudades imperiales libres y 63 principados eclesiásticos. Ésta era una gran y muy incómoda fragmentación política y social para los judíos: en muchos lugares estaba totalmente prohibida la residencia para las comunidades. A veces, cuando finalmente se les permitía establecerse, tenían prohibido realizar cualquiera de las tareas de subsistencia, por lo que para ganarse la vida sólo podían practicar la venta ambulante o ser prestamistas. Además, estaban obligados a portar un signo distintivo de su condición de judíos, para no que fueran confundidos con los cristianos. A comienzos del siglo XVI un gran número de judíos ya habían abandonado sus muy antiguas tierras de residencia en áreas germánicas como resultado de duras medidas medievales que se habían acentuado a partir del siglo XIV contra los judíos. Una burguesía urbana en ascenso que recelaba y temía la competencia de los judíos en el comercio y en manufactura, junto con la predicación antijudía de los frailes mendicantes, condujo a acusaciones de libelo de sangre o asesinato ritual, a severas restricciones a las condiciones de la vida judía y, a menudo, a la expulsión total. Algunos judíos huyeron de las ciudades, incluidos los famosos asentamientos medievales de Mainz, Speyer, Colonia y Regensburg, y encontraron refugio en los territorios de la pequeña nobleza, donde vivían dispersos en pequeños pueblos y aldeas. Muchos otros abandonaron los dominios germánicos por completo, y se establecieron en Europa oriental o Italia.
La temprana Reforma Alemana, con el profundo anti judaísmo de Lutero, sólo agudizó la retórica contra los judíos, y las expulsiones y acusaciones continuaron. El gran defensor de los judíos del Sacro Imperio Romano Germánico en este período fue Josel de Rosheim, quien trabajó consecuentemente para evitar el deterioro de la posición de los judíos, y de hecho trató de hablar con Martín Lutero (quien se negó a reunirse con él). Los judíos eran particularmente vulnerables en esta región porque estaban atrapados entre el emperador, por un lado, y los príncipes y las ciudades, por el otro. Josel de Rosheim favoreció al emperador, que se oponía a la Reforma, y buscó proteger a “sus” judíos contra los gobernantes locales. Pero el poder del emperador estaba en declive, y como resultado de la lucha de poder entre éste y los gobernantes locales, los judíos a menudo se vieron obligados a pagar impuestos a múltiples autoridades. Según la historiadora Marga Teter de la Wesleyan University, los desarrollos políticos comenzaron a revertir la espiral descendente de las condiciones durante el siglo XVII. La Guerra de los Treinta Años en particular (1618-1648) fue un punto de inflexión. La devastación de la población, el comercio y el comercio de tierras germánicas en este período hizo que los servicios judíos fueran más bienvenidos. Cuando los judíos del campo huyeron de los ejércitos invasores, se refugiaron en las ciudades más grandes, donde su comercio e impuestos podían hacer que su presencia fuera deseable. Comenzaron a establecerse en ciudades que durante mucho tiempo habían reclamado el derecho a no permitir la instalación de judíos (el privilegio de Non Tolerandis Judaeorum). A menudo el asentamiento fue iniciado por un único judío que recibió un privilegio del gobernante y vino con su familia y entorno.
En casi todos los territorios del Sacro Imperio Romano Germánico se establecieron instituciones autogobernadas llamadas Landjudenschaften a las cuales todos los judíos del territorio debían pertenecer. Los estatutos de estas asambleas crearon el marco para la vida interna de la judería regional. En sus reuniones periódicas, se discutieron asuntos de interés social y religioso, se aprobaron ordenanzas y se evaluaron los impuestos. El liderazgo de estos cuerpos reflejaba la estructura emergente de la sociedad germano-judía. El jefe anciano (Oberparnass) solía ser un “judío de la corte”, a menudo un miembro de una misma familia durante varias generaciones. El rabino principal (cuyas funciones judiciales fueron definidas por los líderes laicos), por lo general también estaba relacionado con una familia judía de la corte, y esta posición podría pasar a un miembro de la misma familia durante varias generaciones. Así surgió una elite laica y rabínica en el período moderno temprano cuyos miembros estaban vinculados por el matrimonio; una élite que dominaba las comunidades judías en todas las tierras de habla alemana.