MILÍM: LA HISTORIA DE LAS DIÁSPORAS, CON ALICIA BENMERGUI – En 1720, en Chernowitz nació Jacob Leibowitz. Su padre pertenecía a la secta secreta de los shabetaístas. Desde su época escolar demostró su desagrado por los estudios judaicos basados en el Talmud. Ya adulto se dedicó al comercio ambulante en ropa y piedras preciosas, lo que le hacía circular por Turquía, donde terminó por convertirse al Islam y adoptó el apellido Frank. En 1755 se instala en Podolia y se dedica a la difusión de sus creencias, que eran bastante diferentes a las predicadas por el Shabetai. Se había rebelado contra las concepciones ético religiosas de los judíos ortodoxos. En un congreso de rabinos en Brody fue excomulgado por la proclama de un jerem (anatema). Los sectarios perseguidos informaron al obispo católico de Kamenetz-Podolk, Dembrowsky, que la secta judía a la que pertenecían rechazó el Talmud y reconoció sólo el libro sagrado de la kabalá, el Zohar donde, según ellos, se reconocía la verdad cristiana de la existencia de la Santísima Trinidad. El obispo tomó en serio a los “antitalmudistas” o “zoharistas”. Los antitalmudistas presentaron sus tesis a lo que los rabinos dieron una respuesta tibia y poco entusiasta por temor a ofender a los dignatarios de la Iglesia que estaban presentes. El obispo decidió que los talmudistas habían sido vencidos y les ordenó pagar una multa a sus oponentes y quemar todas las copias del Talmud en el obispado de Podolia.
La ambición y el propósito de Jacob Frank de participar y tomar parte en el gobierno de los asuntos internos judíos explican la dura respuesta de la campaña rabínica en su contra. Mientras que los shabetaístas fueron considerados un problema interno judío contra los que las leyes judías y los argumentos teológicos podían enfrentarse, los frankistas fueron contemplados como una presencia disruptiva dentro del judaísmo, donde era probable que dieran lugar a una nueva religión. En 1759 Frank fue bautizado en Varsovia, siendo Augusto III su padrino y cientos de sus parientes y seguidores lo hicieron con él. La historia de los frankistas no terminó con su conversión. Algunos de ellos trataron de mantener algunos rasgos judíos a pesar de haberse convertido al cristianismo, conservando sus nombres judíos, evitando casarse con no judías y manteniendo las normas alimentarias. La insistencia por parte de los rabinos de que el frankismo se convirtiera al catolicismo provocó que éstos definieran su propia identidad, alejada del judaísmo y del cristianismo.
Para el historiador Gershom Scholem “Ya’acob Frank fue una fuerte personalidad cuyas palabras ejercieron una fascinación considerable, aunque siniestra. Pero este Mesías, el primero con una personalidad en cada fibra de su ser, es también la figura más inquietante y atroz de toda la historia del mesianismo judío”. El historiador que continuó con el tema donde lo dejó Scholem, Pawel Maciejko, entre muchas otras cosas consideraciones, señaló que “Frank se convirtió en una encarnación judía del tipo de charlatán itinerante cum alquimista y aventurero que llena salones y cortes de la Ilustración europea. De acuerdo con el clima imperante, comenzó a practicar la alquimia. Su séquito comenzó a adornar su vestimenta con emblemas y símbolos alquímicos y elementales. Los seguidores de Frank imaginaban títulos llamativos, trajes ornamentados y elaboradas genealogías falsas. Los frankistas comenzaron a difundir el rumor de que Frank tenía una conexión familiar con la Casa Real de Rusia”.
El frankismo tuvo tres centros principales: Offenbach, Praga y Varsovia. El círculo de Praga se convirtió en seguidor y admirador de la figura de Jacob Frank, pero luego sus integrantes comenzaron a mostrar sus reservas sobre él y sus descendientes. Este círculo de Praga es en gran medida el responsable de que se extendiera la idea de que el frankismo fue una continuación natural del shabetaísmo, contribuyendo a promover la idea de que ambos movimientos fueron los precursores de la Ilustración judía.
La modernidad en Ashkenaz (7ª parte): las herejías de Jacob Frank
Alicia Benmergui, Ashkenaz, Edad Moderna, frankismo, Gershon Sholem, historia, Jacob Frank