“La muerte cansada”, de Fritz Lang (1921)

SHÉKET: JUDÍOS EN EL CINE MUDO, CON MIGUEL PÉREZ –

Hay nombres ligados a una obra. El de Fritz Lang estará siempre vinculado a ‘Metropolis’, el doctor Mabuse y el vampiro de Dusseldorf. Pero antes que eso, el realizador vienés estuvo indiscutiblemente ligado a la Muerte, artísticamente hablando. En mayúsculas. La Muerte en sí misma. Fue el primer director que dotó a la parca de carnalidad y sentimientos mucho tiempo antes que Bergman. Y logró hacerla pasar por un personaje más de reparto.

‘Der müde Tod’ es una película extraña. Su mismo título dota al inquietante hombre de la guadaña de una materialidad mundana y al tiempo espiritual y metafórica. Aunque en España fue conocida como ‘Las tres luces’, su traducción real sería ‘La muerte cansada’. Y, en efecto, se trata de eso: de cómo la parca se muestra hastiada del género humano y de su propio ‘trabajo’, hasta el extremo de aislarle entre cuatro muros y proponerle a una joven un singular reto: que libere a su amado de sus garras. Técnicamente, el filme aprovecha al máximo los recursos cinematográficos existentes en el cine europeo en 1921, cuando había más arte que herramientas, y ya expone los procedimientos que Lang emplearía luego durante esa década en su etapa más famosa.

Gloriosa, que no fértil. Porque ‘La muerte cansada’ es un terreno bien fertilizado y rebosante de ideas. Se trata de una de las obras indispensables del director en lo que concierne al campo del arte y ensayo. Cuando se decidió a realizarla, había rodado ya varias películas a un ritmo frenético, era la cabeza más visible del expresionismo alemán y se encontraba a punto de consolidar definitivamente su carrera. Para entender su producción fílmica, hay que situarse en el contexto de la época: Alemania se había convertido en torno a 1920 en una prolífica factoría del celuloide, con entre doscientos y cuatrocientos rodajes al año, y Lang tuvo ahí un importante lugar donde experimentar. Podía hacer dos y tres películas por año sin ningún problema, y usarlas como un laboratorio de ingenio e innovación. Toda esa experiencia se la llevaría más tarde a Estados Unidos, lejos del nazismo y de sus líderes, que tan pronto le ofrecían dirigir la principal productora del país (la propuesta partió del propio Goebbels) como censuraban sus películas por entender que lanzaban mensajes encubiertos contra el III Reich. Tal paranoia, unida a la certeza de que tenía muchos enemigos dentro del régimen y su propia y beligerante oposición al nazismo, llevo a Lang a marcharse rápidamente a Estados Unidos y sentar cátedra en su industria, aunque nunca llegó a obtener el Oscar.

Resulta significativo el momento en que dirigió ‘La muerte cansada’. Ocupa un espacio en medio de dos franquicias que el director rodó con notable éxito aprovechando su devoción por el material argumental que le proporcionaban los seriales de aventuras que publicaban los periódicos. Justo antes de este peculiar poema en torno a la muerte, había dirigido dos películas sobre la folletinesca banda de ladrones ‘Los arañas’ y, un año más tarde, en 1922, pondría en circulación su primera entrega sobre el doctor Mabuse. En medio hizo también un drama de alto voltaje: ‘Madame Butterfly’. Así que cabe pensar que tanto ésta como ‘Der müde Tod’ no eran sino el resultado de una mente sumamente inquieta que rechazaba el encasillamiento y necesitaba saltar de un género a otro con frecuencia para dar rienda suelta a todas sus inquietudes expresivas.

‘La muerte cansada’ reúne el interés de Lang por la metáfora y la poesía visual con las técnicas más radicales del expresionismo en cuanto al uso de la luz, los volúmenes y las perspectivas imposibles. El realizador trabajó a sus anchas. Erich Pommer, productor que dirigió la UFA e impulsó la mayoría de las películas realizadas durante la República de Weimar, confiaba ciegamente en el director vienés y, como éste, era un baluarte de la escuela expresionista. El propio Lang se hizo cargo del guión junto con la que sería su pareja, Thea von Harbou, y contó entre sus responsables de fotografía con Fritz Arno Wagner, un cámara casi permanente en toda su producción posterior, y un grupo de profesionales jóvenes deseosos de investigar como Bruno Mondi, promesa de 18 años recién salida de la escuela de cinematografía de Berlín y que en la época del sonoro sería conocido por las películas sobre ‘Sissi’, y Erich Nitzschmanny, camarógrafo de 20 años de mirada limpia y penetrante que dedicó la mayor parte de su profesión al rodaje de documentales . También en el reparto figuraron algunos de los actores fetiche de Lang, la mayoría estrellas de la cinematografía nacional.

Una joven pareja llega a un pueblo perdido donde la Muerte se ha aislado en un recinto apartado. Un día la joven descubre que su novio ha desaparecido y decide visitar a la parca para dar con su paradero. Esta le confirma que el hombre está en su poder y le enseña a la mujer el lugar donde se encuentra: una habitación llena de velas encendidas en las que están atrapadas las almas de sus víctimas y que relatan el proceso por el que llegaron a manos de la parca. La Muerte reta a la muchacha a evitar que se apaguen tres velas, lo que implica que esas almas queden definitivamente extinguidas, bajo la promesa de que, si lo consigue, le devolverá a su amado. A partir de ahí, se suceden otras tantas intrahistorias donde se narran las vicisitudes de tres parejas de amantes cuyo amor es imposible y cómo las almas de ellos quedan atrapadas por la muerte. El final, como siempre, queda reservado a los espectadores, aunque, eso sí, es posible avanzar que tiene tanto de drama como de épica hermosura.

Aparte de los recursos estilísticos, es necesario destacar la propia singularidad argumental de este filme. Es precursor del cine dentro del cine, montajes donde una narración esconde otras narraciones que pueden verse como piezas de un relato general , pero también de un modo absolutamente independiente. Cierto, hoy en día es una línea argumental que no sorprende a nadie, especialmente en el terreno del thriller y la comedia, pero en 1921 y sin palabras contaba con escasísimos antecedentes y obligaba a afilar las técnicas narrativas y las dotes interpretativas para no confundir al público. En este caso, cada historia transcurre en un lugar marcadamente diferente del resto, Bagdad, Venecia y China, lo cual ayuda a deslindar los episodios que, por otra parte, están protagonizados siempre por los mismos actores.

Son importantes los mensajes que transmite la película. Mientras las tres historias particulares revelan la afición de Lang a los guiones de aventuras y pueden verse hasta cierto punto como cine de entretenimiento, la primera parte, correspondiente al acercamiento de la joven a la Muerte, se aproxima mucho más a una lección de filosofía. La tenebrosa imagen de las velas encendidas puede equipararse al consumo de la vida, al paradigma de que todo lo que nace inevitablemente muere. La Muerte, por su parte, está revestida de una aparente y medida humanidad y entre los sentimientos que alberga no solo figura el cansancio por la soledad (ejemplificado en el muro aislante del que se rodea), sino también su propio repudio al egoísmo y hedonismo de las personas. Aunque, atención, no todo en el cine es realidad, sino ilusión. Dicho en otras palabras: ¿Podrá la parca sustraerse a su propia naturaleza maléfica y exenta de bondad? ¿Tendrá una carta oculta en sus manos oscuras? La solución, justo antes de los créditos finales.

Ficha técnica:
Título: ‘Der müde Tod’ (‘La muerte cansada’ o ‘Las tres luces’ en las versiones en español)
Año: 1921
Director: Fritz Lang
Reparto: Lil Dagover, Walter Janssen, Bernhard Goetzke, Rudolf Klein-Rogge, Hans Sternberg, Erich Pabst, Karl Rückert, Max Adalbert, Wilhelm Diegelmann, Karl Platen, Georg John y Grete Berger.
Guión: Fritz Lang y Thea von Harbou.
Productor: Erich Pommer.
Fotografía: Bruno Mondi, Erich Nitzschmann, Herrmann Saalfrank, Bruno Timm y Fritz Arno Wagner.
Música: Giuseppe Becce.
Duración: 105 minutos.
País: Alemania.
Género: drama, aventuras.

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