EL SÍNDROME KLEMPERER: AUTORES JUDÍOS EN LENGUA ALEMANA, CON JOSÉ ANÍBAL CAMPOS – Si bien Kafka no entraría en el grupo de silenciados y olvidados autores y artistas que componen la constelación Síndrome Kemplerer, las circunstancias de su muerte sí que podrían hacerlo. Campos comparte con nosotros un importante hallazgo -el primer homenaje a Franz Kafka en prensa escrita- del que ha hablado también en su blog Austro-manías:
“El día 11 de junio de 1924, una semana después de la muerte de Franz Kafka, el diario vienés Die Stunde publicaba una nota muy singular en la que se dejaba constancia de su fallecimiento. Gracias a ese breve articulo, firmado por un tal Anton (pseudónimo del crítico y escritor Anton Kuh), algunos círculos de jóvenes escritores vieneses se movilizaron de inmediato para, en las semanas siguientes, organizar algunos homenajes al autor fallecido. Si algo nos causa hoy perplejidad de este artículo es el casi total anonimato en el que murió quien tal vez sea el autor más emblemático del siglo XX, el más leído, estudiado, citado, imitado y versionado.
El mismo día en que encontré la noticia me dirigí de inmediato al doctor Manfred Müller, actual presidente de la Sociedad Kafka de Austria, para averigüar quién era el cronista firmante. Gracias a él conocí la autoría de Kuh. Pero también quise compartir de inmediato el hallazgo con quien es, a mi juicio, el más original y acucioso investigador de la obra y la vida de Kafka a nivel internacional: su biógrafo Reiner Stach. A través de mi colega y amigo Luis Fernando Morenos Claros (brillante traductor de algunas obras de Kafka y, también, de la exquisita edición de ¿Éste es Kafka? 99 hallazgos, de Reiner Stach), envié la nota a este último sin muchas esperanzas de poder aportarle nada nuevo en relación con el escritor de Praga. Grande y muy grata fue mi sorpresa cuando recibí esta respuesta:
“Muchísimas gracias por esa necrológica sobre Kafka escrita por Anton Kuh. Se trata de un auténtico hallazgo, y el contenido es casi profético. Hay aquí dos volúmenes con textos en torno a la recepción temprana de Kafka, pero no recoge ese texto. Yo tampoco lo conocía hasta ahora. (Tal vez deberíamos conformar muy pronto un nuevo libro titulado 99 hallazgos más”). Reiner Stach.
Me reporta una gran satisfacción haber podido enriquecer, muy modestamente, el mar de referencias del gran biógrafo de Franz Kafka, y me hace ilusión poder compartir ahora en primicia el contenido casi íntegro de esta relevante nota con todos los lectores de habla castellana en el mundo”.
Traducción a cargo de José Aníbal Campos:
Kierling en la historia de la literatura
Sobre la muerte de un gran escritor
Supongamos que un día al gran poeta patrio, Hans Müller, o que a Lothar, su listo hermanito, o incluso a uno de esos otros cuyos nombres se mencionan tan a menudo, como Anton Wildgans, Karl Schönherr o Hans Karl Strobl, se les cierran los ojos —digamos— para no despertar ya jamás. ¡E imaginemos ahora —insisto— la algarabía y los aspavientos que un hecho así generaría, teniendo en cuenta lo alto que suele salpicar el merengue a la hora de celebrar a los vivos!
Esa recíproca Mutua de Seguros con la que se afianzan los nombres de tanto escritor banal y enmudecido funciona con eficacia y rapidez entre aquellos que también se han instalado en el mundillo de la prensa escrita.
Sin embargo, hace unos días, muere un gran escritor, un auténtico poeta, de esos cuya vida en este tiempo nos parecerá cada vez más importante en un tiempo futuro; uno de esos sobre los que, cada vez que se cumplen años de su muerte —sean diez, cincuenta o cien años—, los Müller, los Lothar y tutti quanti escriben artículos refinados, tartamudeantes y ricos en anécdotas graciosas.
Pues ese escritor ha muerto y ninguno de los elocuentes gallitos ha cantado ahora por él. […] ¿Por qué? ¿Por desconocimiento literario? ¿O quizá porque el fallecido formaba parte de una selecta y noble minoría y no figuraba entre los serviles a la prensa?
Puede ser. Sin embargo, el motivo principal reside sin duda en que, este Franz Kafka —en cuya obra (breve por su extensión), la lengua consigue ser, y esa misma lengua porta de nuevo, por fin, un rostro—, no ofrece material alguno para las afectadas alabanzas ni para la adulación, porque vivía totalmente ajeno al mundillo de los periódicos tanto en sus posturas afirmativas como en las negativas, como un reo de la solitaria tridimensionalidad del arte.
En el futuro compararán su vida con la de Pascal (Kafka permaneció en cama, convaleciente, los últimos diez años de su vida, casi sin interrupción); desvelarán paralelismos entre el psicoanálisis y el relato de sus sueños convertido en excelsa literatura; el nombre de Kleist vendrá a coronar tales comparaciones.
Pero hoy ni siquiera saben mostrarse dignos del honor que este hombre oriundo de Praga ha deparado a Viena al pasar los últimos días de su vida y morir a un kilómetro de distancia de nuestra ciudad.
La localidad de Kierling, en Klosterneuburg, ha entrado con él en la historia de la literatura. […] Pero los periodistillos de las páginas culturales, que en momentos como estos encuentran siempre una ocasión para cocinar su buena salsa a base de coplas de cochero metropolitano y cantos al Olimpo, de Monte Parnaso y Bosques de Viena, han perdido esta vez su oportunidad.
Kafka, por cierto, estaba ya inconsciente.
Anton
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