LAS EDADES DEL TOTALITARISMO, CON RICARDO LÓPEZ GÖTTIG – El 1 de marzo de 1953, Stalin, con una salud muy deteriorada y retirado en una casa de campo, no pidió el desayuno, lo que inquietó al equipo de seguridad de la dacha. Pero era tal el terror que despertaba el “hombre de acero” que ninguno de ellos se atrevió a entrar en sus aposentos. Cerca de las diez de la noche llegó un paquete para él proveniente del Comité Central de Moscú. Fue entonces cuando uno de sus asistentes se atrevió a entrar en el dormitorio prohibido, encontrándose de bruces con la escena terrible. Cuando Beria, jefe de la Policía y del servicio secreto NKVD, y otros miembros del Presidium del Sóviet Supremo de la Unión Soviética fueron informados del grave derrame cerebral de Stalin, sintieron un cierto pánico seguido de un gran alivio. Si el dictador moría, ellos quedarían a salvo de sus arbitrarias purgas, por lo que no se dieron prisa en procurarle ayuda. Pero ¿y si sobrevivía y le comunicaban que sus hombres de confianza lo habían dejado tendido en el suelo como a un perro?