La ONU y la paradoja de la tolerancia

CONTEXTO – El 10 de enero, pero de 1946, se reunió (en Londres) por primera vez el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, organismo internacional al que nuestro colaborador, el analista costarricence Bryan Acuña, ha dedicado esta columna, en exclusiva para Radio Sefarad.

Cuando se estableció la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en 1945 su propósito inicial era el de evitar nuevos conflictos en el mundo. El organismo aparece en la época posterior a la II Guerra Mundial y procuraba a través del consenso remediar los principales roces entre Estados y además evitar algún eventual conflicto.
La carta fundacional de la organización brinda igualdad soberana a cada uno de sus miembros. Además limita el accionar de la ONU en casos internos de los países, aunque con el compromiso de observar de cerca cualquier violación a las normas internacionales humanitarias, aún bajo la posibilidad de actos coercitivos para garantizar la adecuada garantía de los derechos humanos de cada ciudadano del mundo.
De lo anterior, resulta contradictorio que – siendo la ONU un ente cuya práctica sea democrática, plural y en búsqueda de la equidad entre los ciudadanos del mundo- entre sus miembros se encuentren países cuyas acciones en sus respectivos territorios sean alejados de estos principios, o peor, que en los organismos y foros internacionales aprovechen las plataformas con estas características para criticar, juzgar y pedir acciones contra otros Estados, hacer lobby y emitir condenas o resoluciones al respecto.
A este principio tan contradictorio, el filósofo austriaco, Karl Popper le denominó “La Paradoja de la Tolerancia” y de forma muy clara explicaba: “…La tolerancia ilimitada debe conducir a la desaparición de la tolerancia. Si extendemos la tolerancia ilimitada aun a aquellos que son intolerantes; si no nos hallamos preparados para defender una sociedad tolerante contra las tropelías de los intolerantes, el resultado será la destrucción de los tolerantes y, junto como ellos, de la tolerancia…”
Una de las intenciones de la democratización de dichos espacios es intentar generar equilibrios políticos involucrando a todos los Estados que sea posible, especialmente en una realidad política internacional tan multipolar. Lo cierto del caso es que en materia de intercambio de ideas, los principales foros internacionales se han convertido en una especie de “circo romano burocrático”, un espacio donde las armas de la diplomacia, las condenas y los juicios se aplican contra unos pocos estados, con el beneplácito de los lobbies que conforman bloques políticos por afinidad ideológica, favores o empoderamiento regional. En pocas ocasiones se verán utilizadas estas herramientas emprendidas contra uno de sus aliados.
También la apertura a democratizar los espacios para aquellos que en sus respectivas sociedades no lo aplican hacia sus ciudadanos, hace que las elecciones en organismos y foros internacionales sean risibles y hasta absurdas. Ejemplo de esto es la incorporación de países como Venezuela, Irak, Arabia Saudita, China, Catar, Burundi o Bangladesh al Consejo de Derechos Humanos de la ONU, agencia especializada que fue creada en el año 2006 para la promoción del respeto a estos derechos en el mundo.
Países como los citados tienen hoy acusaciones por violaciones flagrantes a los derechos humanos, en organismos internacionales como Amnistía Internacional, Transparency International, Democracy Index, Human Rights Watch, entre otros, por lo que resulta anecdótico y fuera de la realidad que sean estos los países que pueden tomar decisiones y juzgar a otras naciones, entre esas, democracias por supuesto.
Por su parte, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, es un espacio de acción un poco más reducido, liderado por los países vencedores de la II Guerra Mundial más otros que son elegidos de manera rotativa en períodos de dos años y cuyas resoluciones por lo general tienen, a diferencia de otros órganos de la ONU, carácter vinculante, dependiendo del Capítulo de la Carta del Organismo que sea citado. Además, la propuesta puede pasar o no por el filtro del veto al que las naciones del Consejo Permanente tienen derecho (China, Estados Unidos, Rusia, Reino Unido y Francia).
Aun así, entre los miembros destaca la presencia de Estados que no son ejemplo de democracia ni equidad, que también actúan de oficio contra Estados que consideran enemigos, o contrarios a sus agendas estratégicas o geopolíticas, algo que contra ellos o sus aliados no permiten que ocurra.
Al parecer, con el paso de las décadas el Sistema Internacional se ha desgastado, se ha ido vulnerando y perdido credibilidad. Sin embargo, como decía Winston Churchill, “la democracia es el menos malo de los sistemas políticos… De hecho, se ha dicho que la democracia es la peor forma de gobierno, excepto por todas las otras formas que han sido probadas de vez en cuando”. La incógnita que queda por resolver es, cómo preservar la paz y los equilibrios del mundo, cuando el acceso a tener voz y juicio en las plataformas internacionales abre tanto la puerta para que, tanto líderes democráticos, como dictadores o líderes absolutistas hagan y deshagan a gusto, mancillando en ocasiones los principios que los valores del respeto a la igualdad y equidad entre seres humanos son la razón ideológica de las Naciones Unidas.

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