LA PALABRA – La prensa en español parece sufrir una tortícolis crónica, que agarrota los músculos de la atención informativa y le produce intensos dolores cada vez que tiene que mirar hacia oriente, en general. Sin embargo, conocedores de la redondez de la Tierra, confían en que lo que pasa a la derecha de su pantalla (mirando al mundo de frente) les llegará en forma de eco desde las fuentes de la izquierda. El problema es que, a diferencia de la radiación de fondo del Big Bang, la lectura de la actualidad (por ejemplo, de Oriente Próximo) desde Occidente no es uniforme. Es más: es ostensiblemente parcial.
Es llamativo cuánto se habla de los negocios de la venta de armas, del sector farmacéutico, incluso de los magnates de la comunicación audiovisual, y lo poco que se publica sobre el “news business”, el negocio de centrar la atención pública mundial. Las grandes agencias de noticias establecen una competencia imposible con los medios independientes, incapaces de sufragar corresponsalías en todo el mundo. Tal es así que el verdadero sostén de estas agencias no está tanto en los beneficios directos por suscribirse a sus servicios, sino en su capacidad de influir hasta límites insospechados (pero demostrables) en el imaginario del consumidor final, poder que atrae como moscas a inversores interesados en diseñar las agendas de interés prioritario del mundo. Dichos inversores, como el sultán catarí que ha comprado acciones del Grupo Prisa, han descubierto que el resultado es mucho mejor que creando agencias o canales propios, como Al-Jazeera o la iraní Hispan TV.
La distorsión informativa es sutil y acumulativa. Lo más práctico es simplificar los conflictos (guerra de religiones, choque de civilizaciones, confundir matanza con genocidio, etc.), “opinizar” la información (adaptar el relato al sustrato de ideas preconcebidas existente) y pervertir el lenguaje y la edición, relacionando semánticamente hechos inconexos (por ejemplo, un acto puntual de brutalidad policial con una política oficial racista) o poniendo en el titular y en las partes más destacadas del reportaje elementos que no se corresponden con la información (fotos de archivo, negritas sobre los elementos negativos que se destacan aunque no sean los esenciales, etc.).
¿Qué posibilidades tiene la prensa, por ejemplo, española de informar con ecuanimidad y precisión en estas circunstancias? Pues, a pesar de las apariencias, todas, siempre que reconozca sus problemas y esté dispuesta a enmendarlos. Algo tan simple como contrastar la información (consultando otras fuentes, incluso en otros idiomas), presentar las dos caras de la moneda, evitar posicionamientos ideológicos y un poco de sentido común están al alcance de todos. Eso sí, no podemos garantizar que sus consumidores, acostumbrados desde hace tiempo a girar el cuello en otra dirección, no se sientan, también ellos, des-orientados.
Jorge Rozemblum
Director de Radio Sefarad