“La risa nos hará libres. Cómicos en los campos nazis” de Antonella Ottai

SEFER: DE LIBROS Y AUTORES –  La risa, el arte escénico, como acto de resistencia, como demostración de esa humanidad que los nazis quisieron arrebatarles. “La risa como liberación” apunta Álvaro G. Ormaechea traductor de La risa os hará libres. Cómicos en los campos nazis de Antonella Ottai publicado por Gedisa. Y es que, “la risa es más liberadora donde no existen motivos para el humor”.

Álvaro G. Ormaechea. Berlín, 1930: nos hallamos en el laboratorio europeo de la modernidad.Infinidad de libros y películas [Berlin Alexanderplatz, Sinfonía de una gran ciudad,Víctor o Victoria, Cabaret…] han venido alimentando la mitología de una gran metrópoli efervescente en lo político y lo social, lo tecnológico y lo cultural, de carácter internacional, toda ella proyectada hacia un futuro que se antojaba prometedor, pero que desemboca directamente en el nazismo. Aquel Berlín previo a 1933 lo conoció de alguna forma la autora de este libro a través de las muchas historias que de niña escuchaba en boca de su padre, que había pasado allí sus años de estudiante. Según nos cuenta Antonella Ottai, para relatar Berlín su padre terminaba siempre hablando del cabaret, y lo hacía con nombres, gestos y palabras que ella nunca podría haber encontrado en los textos que luego estudiaría. Nos dice textualmente: «Era un cabaret definitivo, sin adjetivos que encasillaran su valor en el ámbito de la literatura, de la política o del simple entretenimiento, ni que ligaran la experiencia a un género más que a otro, a un local más que a otro o a una tendencia por encima de las demás. La postal que mi padre dibujaba era la de un paisaje completamente humano, lleno de héroes de la sonrisa que trastocaban los humores de la jornada, agitando los sentidos;héroes que viajaban a los planos altos y bajos de la cultura urbana, logrando cortocircuitar en sus exhibiciones superficies y profundidades».

La risa nos hace libres. Cómicos en los campos nazis aporta información muy reveladora sobre la naturaleza del antisemitismo nazi en sus diferentes fases, así como sobre los actores y conferenciantes de cabaret que habrían de padecerlo. Sus
protagonistas son artistas como Kurt Gerron, Camilla Spira, Margo Lion, Max Ehrlich o
Willy Rosen, nombres que quizá no sean muy conocidos hoy en día, pero que en su momento gozaron de fama mundial. Fueron, en palabras de la autora, «estrellas de
primera magnitud que ahora, despojadas de todo, debían llevar, bien visible, la estrella amarilla cosida en el pecho». Ottai nos traslada fielmente, rescatándolo del olvido, un momento singular y especialmente fecundo de la cultura europea, toda una tradición dramática que quedó interrumpida de forma abrupta y devastadora por esa
abominación inenarrable que fue el nazismo.

El libro se divide en tres partes consecutivas en el tiempo. La primera arranca,como decíamos, en Berlín, con una descripción muy documentada de las condiciones en las que se desarrolló el cabaret urbano entre los años 1933 y 1939, bajo un estricto sistema de segregación racial conforme al cual los actores arios tenían prohibido representar piezas de autores judíos, mientras que los actores judíos, a quienes solo se permitía interpretar textos escritos por judíos, únicamente podían actuar en recintos aislados como leprosarios, dentro del marco de una organización ad hoc creada por los propios nazis con el cínico apelativo de Liga para la cultura judía. La segunda parte del     libro nos sitúa en el campo de tránsito de Westerbork, en los Países Bajos, donde, según se desprende de las hondas y conmovedoras cartas de la interna Etty Hillesum, que sería asesinada posteriormente en Auschwitz, el comandante del campo  promociona con entusiasmo y sin escatimar en gastos espectáculos triviales, para mejor silenciar los más incisivos y políticos. Por último, el relato concluye en el campo de Terezín (o Theresienstadt), situado en esa antigua ciudadela al norte de Praga, donde los internos, para evitar ser deportados a Auschwitz, se ven en la terrible tesitura de tener que actuar en una película de propaganda destinada, precisamente, a ocultar a los ojos del mundo la Solución final.

A lo largo de este recorrido, de este periplo tan infinitamente triste, nos vamos encontrando con multitud de situaciones inspiradoras, conductas ejemplares y dilemas insuperables (como el del desdichado Benjamin Murmelstein, el último decano judío del campo de Terezín, a quien el cineasta Claude Lanzmann entrevistó en un film prodigioso, El último de los injustos), a partir de los cuales Ottai nos invita a reflexionar sobre cuestiones intemporales que siempre estarán de actualidad, y que giran en torno a los límites del humor, la posibilidad misma de la risa en los momentos más críticos de la existencia o las muy variadas formas que puede adoptar la resistencia a la opresión.

Basándose en testimonios de supervivientes, Ottai plantea la teoría–ciertamente contraintuitiva– de que el impulso cómico no necesita de una razón válida para desencadenarse, porque la risa libera todo su poder y fuerza expansiva en situaciones que, a priori, por así decirlo, no tienen ninguna gracia. 1 1 Sin pasar por alto que en aquellos días el humor fue también un ejercicio triste (a costa del más débil) oinconsciente (alude en este sentido a las burlas que se dedicaban a los nazis en los cabarets del Berlín prehitleriano, ocurrentes e ingeniosas, pero que no trasladaban la idea de un peligro serio o inminente), Ottai pone en cambio el acento en el hecho cierto y corroborado de que la comicidad, la sátira y el divertimento fueron en aquel trance mensajeros de esperanza y pura voluntad de supervivencia. Ionesco decía que «allí donde no hay humor, esa libertad tomada, ese desapego frente a uno mismo,existe el campo de concentración». Para entender los testimonios de aquellos cómicos

1 A modo de muestra, este sketch de Franz Engel, fiel retrato en clave de humor del antisemitismo difuso que se extendía por la sociedad de aquel entonces, en sus diferentes grados y variantes, como las capas de una cebolla:

Así que hacia el mediodía salgo de la barbería, como todos los días. De repente, veo que un hombre es catapultado fuera por la puerta. No me lo explico. Le pregunto a mi barbero: «Herr Nussbaumer, ¿qué sucede? ¿Por qué ha echado a este señor?» Me dice: «¡Figúrese! El hombre viene a mi local y me grita:
 
“¡Aféiteme!” No puede decir, como todo el mundo: “¿Sería tan amable de afeitarme?” Después de todo,se trata de mi establecimiento, ¿no? Empiezo a enjabonarlo. De repente se vuelve hacia mí: “Señor, porqué apesta?” “Disculpe” –digo yo–, “pero debe tratarse de un error. No sabría decir qué es lo quedebería oler”. En fin, saco la navaja y empiezo a afeitarle. Me dice: “Pero sigue apestando”. Yo empiezo a enfadarme un poco, ¿no? Le respondo: “Señor, por última vez le digo que mi local es desinfectado todos los días, no veo a qué debería oler”. Sigo afeitándole y él insiste: “Y sin embargo apesta”. Entonces me enojo: “Caballero, ándese con cuidado, le digo por última vez… ¿A qué debería oler? ¿No será ustedel que apesta?” Y va y me dice: “Ya sé por qué apesta. Probablemente sea por los judíos que han pasado por aquí”. No, ahora tiene que escuchar lo que le he dicho: “Mucho cuidado, señor. Entre mis clientes hay judíos de primer orden. Hombres de negocios distinguidos, honestos, rectos, como el señor Weiss,el señor Blau o el señor Kohn”. Y se lo he dejado bien claro: “Quien ofende a un judío me ofende también a mí”. Pues él va y me suelta: “No, tú los tratas tan bien porque probablemente seas judío
también tú”. ¿Entiende? Eso me ha dicho. Inmediatamente lo he echado a la calle con un par de bofetadas. ¡Hasta ahí podíamos llegar!»
 
[Franz Engel, Erlebnis bei meinem Friseur («Una experiencia en mi barbería»), recogido en Ulrich Liebe, Verehrt Verfolgt Vergessen. Schauspieler als Naziopfer, p. 225.
 
Franz Engel era conferenciante de cabaret en Viena a dúo con Karl Farkas. Tras huir a Holanda fue internado primero en el campo de Westerbork y luego en el de Theresienstadt, donde seguiría actuando. Fue asesinado en las cámaras de gas de Auschwitz en octubre de 1944]. 

que sobrevivieron a los campos nazis, esa frase, que en Ionesco tiene un carácter  metafórico, debe interpretarse en toda su literalidad. De ello dan fe no solo actores o profesionales del espectáculo, o espectadores ocasionales de sus representaciones,sino también personas comunes y corrientes que vivieron la experiencia de los campos, y que han afirmado que debían su supervivencia a su sentido del humor.

Amigos, tienen suerte de estar aquí esta tarde. Aquí en Buchenwald tenemos el mejor arte y los mejores artistas de Alemania. Aquí pueden reírse abiertamente con nuestros chistes. Aquí tenemos el teatro más libre del Reich. Ahí fuera, los actores y el público están aterrorizados porque tienen miedo de terminar en un campo de concentración. Es algo de lo que nosotros no tenemos que preocuparnos… 2 2

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