“La Roue”, de Abel Gance (1923)
SHÉKET: JUDÍOS EN EL CINE MUDO, CON MIGUEL PÉREZ –
“La Roue” es una película que difícilmente ganaría un Oscar en el siglo XXI debido a su extraordinaria incorreción política. En síntesis, es la historia de un triángulo amoroso de carácter incestuoso. Un padre se enamora de su hija adoptiva, al tiempo que su hijo también siente la misma pasión por ella. Y ella, en realidad, no puede vivir sin ninguno de los dos. Impactante, ¿verdad? Especialmente, en 1923. Sin embargo, lo que visto así podría describirse con una historia sórdida capaz de arremeter contra los cimientos más conservadores, se convierte en ‘La Roue’ en una bella metáfora del amor, la vida y el destino.
En un melodrama de proporciones colosales como éste resulta difícil ver en Sisif a un padre malévolo, sino a un hombre que vive un tormento interior del que busca poner a salvo a sus vástagos. Sisif es un maquinista que un día sufre un accidente de tren mientras cubre la ruta de Niza y se ve impelido a adoptar a la pequeña Norma, apenas un bebé que se queda huérfana como consecuencia del siniestro. Devorado por el sentimiento de culpa y para ahorrarle sufrimiento, el ferroviario, viudo, hace creer a la niña que él es su padre y a su verdadero hijo, Elie, también de corta edad, que ella es su hermana, lo que hace que los tres conformen una familia feliz. Hasta ahí, la primera parte.
Todo transcurre apaciblemente hasta que la pequeña crece, se convierte en una hermosa joven y Sisif descubre que se ha enamorado de ella. Y lo que es peor, que su hijo también alberga los mismos sentimientos. Ante esa tesitura, decide llevar a Norma a Chamonix y emparejarla con un millonario con el doble objetivo de alejarla de casa y, al tiempo, conseguirle una vida cómoda. Sin embargo, nada sucederá cómo él quiere. El matrimonio fracasa, Norma toma conciencia de que está enamorada de Elie y no entiende porque su padre quiere mantener las distancias con ella. En tanto Elie tampoco asume la separación con quien cree que es su hermana.
En suma, un drama al límite, tan profundo como absolutamente poético en su desarrollo del que se extraen numerosas lecturas. La más evidente es que el director del filme, Abel Gance, se dedica a recrear el mito de Sísifo (sólo hace falta recordar el nombre del maquinista), el hombre que empuja una pesada piedra montaña arriba para, una vez en lo alto, que ésta ruede hacia abajo y él deba recomenzar el mismo círculo. Gance lleva a la pantalla tres ideas-fuerza: cómo la vida pone pruebas constantemente a las personas, la inutilidad de la razón frente al sentimiento y el destino y la imposibilidad de romper aquello que ya ha sido dispuesto.
Visionar ‘La rueda’ no es sencillo. Conviene tener en cuenta algunas premisas para no perderse en una vorágine de planos y técnicas cinematográficas. La primera viene del metraje. El francés Abel Gance estrenó la película en París ante 6.000 espectadores –todo un acto social de primera magnitud en la época–, pero con nada menos que ocho horas de duración. Aquellas 32 bobinas originales tuvieron que reducirse posteriormente para la distribución. El filme se quedó en tres horas. El deterioro del material, con el consiguiente recorte de algunos segmentos, ha hecho que las versiones conservadas hasta nuestros días queden entre los 90 y 150 minutos. Por lo tanto, en el curso de la proyección surgen algunas disrrupciones que obedecen a la supresión de un buen puñado de escenas originales.
Por otro lado, hay que conocer quien era Abel Gance para entender los cambios de montaje y de desarrollo con los que cuenta la historia. El realizador, uno de los máximos estandartes de la escuela francesa y el impresionismo, estaba enamorado del séptimo arte y de sus posibilidades, así que en ‘La rueda’, como más tarde en su magnífica ‘Napoléon’, exprimió al máximo los recursos estilísticos y narrativos que ofrecía la industria.
Quizá hoy al espectador le resulten aburridos o chocantes los cambios de ritmo, la capacidad de pasar de un montaje trepidante y basado en planos cortos que se suceden a gran velocidad a lo onírico de algunas escenas y el prolongado tiempo que dedica a los paisajes y los rostros, pero esto último no es más allá que su pasión por la belleza de los encuadres. Cabe destacar que en ‘La rueda’ participaron nada menos que cuatro directores de fotografía y una responsable de montaje, un equipo técnico impensable en las producciones de la época, pero que da cuenta de la preocupación que mostraba el realizador por la perfección visual y la exploración de planos y técnicas nuevas.
Es cierto que Gance tenía fama de megalómano, pero la historia posterior revela que en realidad se trataba de un visionario que se adelantó en el tiempo a muchos procedimientos cinematográficos. De hecho, escribió libros que hoy siguen siendo un magisterio y al final de sus días trabajaba en el modo de sustituir los grandes decorados del cine de Hollywood de los años 50 por maquetas (George Lucas lo haría en los 70 con su primer capítulo de la saga galáctica). Y más allá de la técnica, también era un artista feliz de contar grandes historias capaces de revelar la hermosura y la magia del cine. ¿Alguien calificaría hoy en día a Victor Fleming como un director hedonista y megalómano por hacer de ‘Lo que el viento se llevó’ la mejor novela filmada sobre la gran guerra americana y la idiosincrasia del profundo sur de Estados Unidos? Pues eso.
Ficha técnica:
Título. “La Roue”
Año: 1923
Director: Abel Gance
Reparto: Severin-Mars, Ivy Close y Pierre Magnier.
Guión: Abel Gance.
Productor Abel Gance.
Fotografía: Léonce-Henri Burel, Gaston Brun, Marc Bujard y Maurice Duverger.
Duración: Ocho horas en el original.
País: Francia
Género: Melodrama