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‎3 Kislev 5785 | ‎03/12/2024

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Las ideas no se curan

Las ideas no se curan

LA PALABRA – Con apenas unas horas de diferencia nos han llegado dos noticias aparentemente muy distintas, con el mismo contexto israelí y otro elemento en común: la cárcel. Hace un par de días, cerca de la frontera con Israel, pero dentro del territorio sirio de los Altos del Golán, tuvo lugar un ataque que los medios atribuyen a los israelíes, y que estos ni afirman ni desmienten. Al parecer un avión no tripulado bombardeó un vehículo en el que viajaban dos terroristas del grupo chií libanés Hezbolá y tres miembros de las milicias populares que defienden al presidente Al Assad en zonas que el ejército sirio no ha conseguido recuperar. Sin embargo, uno de estos pasajeros no es un combatiente o terrorista más, sino el mismísimo Samir Kuntar, un druzo libanés, nombrado como alto mando de Hezbolá desde su liberación en 2008 (junto a otros) en un intercambio con Israel para recuperar los cadáveres de dos soldados que habían sido secuestrados, torturados y asesinados por ese grupo durante la Segunda Guerra del Líbano en 2006.
Cuando fue liberado, Kuntar llevaba 29 años en las cárceles israelíes por su participación en un sangriento atentado terrorista cuando sólo tenía 16 años. Formó parte de un comando que llegó en lancha desde Líbano a la localidad costera norteña de Israel, Naharía, y allí asesinó primero a un policía local, y después a un padre y a su hija de cuatro años a los que primero intentó llevarse secuestrados. Al llegar liberado al aeropuerto de Beirut fue recibido por el presidente, el primer ministro, el presidente del parlamento y otras autoridades libanesas, y al poco tiempo honrado por el presidente sirio y el iraní, aunque tenía prohibida su entrada en países europeos. Treinta años después de unos crímenes que causaron espanto incluso entre acérrimos enemigos de Israel, no sólo no se arrepintió de ellos, sino que expresó su claro deseo de seguir matando israelíes.
24 horas después, otro ex preso israelí, esta vez un judío ultraortodoxo llamado Yishai Shlissel, que había cumplido 10 años de prisión por acuchillar gays en una Marcha del Orgullo en Jerusalén, volvió a repetir su crimen en el mismo escenario, hiriendo a seis personas. Aunque todas las instituciones israelíes (incluidos los partidos políticos ortodoxos y nacionalistas) han condenado los hechos, Shlissel había sido examinado por los médicos que dictaminaron que no era un enfermo mental. Tal como en el caso anterior, se trata de asesinos ideológicos que asumen sin remordimientos sus crímenes como una misión para mejorar el mundo. En ambos casos, pasaron largas temporadas en prisión. Pero, a pesar de la filosofía de “arrepentimiento y reinserción” subyacente al concepto de la justicia contemporánea en países democráticos como Israel, los casos de crímenes ideológicos no encuentran salida en las sociedades actuales, y hasta los países más pacifistas empiezan a asumir las consecuencias de esta situación, por ejemplo, en el caso del terrorismo yihadista. Porque más allá de las diferencias abismales entre algunas ideologías, todas las que justifican y alientan el uso de la fuerza contra inocentes para propagarse e imponer su visión, comparten el mismo diagnóstico de ser incurables.
Jorge Rozemblum
Director de Radio Sefarad