Libertad y/o seguridad

LA PALABRA – Los tiempos que estamos viviendo son una escuela muy exigente, pero eficaz, de aprendizaje sobre la vida. Hemos tenido la suerte de gozar de unas décadas excepcionales en la historia del mundo en las que, a pesar de pequeños zigzagueos, la tendencia hacia un mayor grado de libertades era constante. No podemos sino asombrarnos de algunos logros en terrenos como los derechos de las mujeres, aunque seamos conscientes del camino que nos falta recorrer por alcanzar una igualdad, especialmente fuera del mundo occidental. Pero el avance más espectacular ha sido el de la esperanza de vida, gracias a las mejoras en la sanidad y la alimentación, pero no exclusivamente. Ahora, esos avances científicos y tecnológicos resultan insuficientes no sólo para combatir: ni siquiera para comprender a qué nos enfrentamos. Tardamos muy pocas semanas en descifrar la composición bioquímica del enemigo invisible e inanimado que nos amenaza, pero nos sentimos inermes para vencerlo.

Todas las opciones para reforzar nuestra seguridad pasan por ceder parcelas de las libertades obtenidas con grandes esfuerzos. Más allá de la limitación de desplazamientos, la prohibición de acercarnos demasiado a otras personas y de la censura de las visiones pesimistas vertidas en redes sociales, buena parte de las soluciones que mejores resultados han cosechado pasan por unas concesiones de nuestra privacidad hasta ahora sólo imaginadas en las más pesimistas distopías de la ficción futurista. Los ciudadanos chinos de la zona de Wuhan no pueden hacer casi nada sin mostrar los resultados de la aplicación que controla sus movimientos y estado. Israel ha puesto en marcha una tecnología inicialmente desarrollada para combatir el terrorismo para avisar a los usuarios de teléfonos móviles de situaciones en las que ha estado expuesto a contagiados para pedirles que se confinen voluntariamente. Incluso hay quienes pregonan la necesidad de “cyborguizar” a los niños, implantándoles un chip que controle su estado físico y posición exactas. De allí, para que nuestras vidas puedan estar completamente monitorizadas en todo momento, sólo hace falta un empujoncito de pánico.

Seguramente, parte del éxito de Israel en el tratamiento de esta pandemia se deba al carácter forjado por la historia reciente del país: máximo individualismo (aquello de que a dos judíos, tres ideas distintas) a la vez que máxima disciplina colectiva cuando de seguridad se trata. La mayoría de las víctimas y contagiados en dicho país responden a un perfil demográfico muy concreto, el de los ultraortodoxos judíos que rechazan tanto toda disciplina y autoridad que no emane de sus propios rabinos, como muchas de las libertades de la modernidad (incluida la posibilidad de informarse pluralmente gracias a las nuevas tecnologías).  

Ya lo profetizó el antropólogo e historiador Yuval Noah Harari al inicio de la pandemia, aunque, por otra parte, en sus libros desmonta la ilusión del libre albedrío y las libertades, en general. La historia nos enseña que todos los impulsos positivos de la humanidad son consecuencia de amenazas previas, y éstas, por tanto, el verdadero motor para mejorar el mundo. Sólo podremos volver a ser tan o más libres que antes de esta plaga cuando aprendamos a gestionar nuestra propia seguridad y no la deleguemos en quienes nos prometen el menor de los sacrificios por conseguirlo.

Jorge Rozemblum

Director de Radio Sefarad

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