Lo inexpiable
LA PALABRA – Aunque popularmente se conoce a Yom Kipur como el Día del Perdón, la traducción es incorrecta y llama a engaño. Si bien ya se ha instalado la tradición de disculparse pública y privadamente por el dolor que habríamos provocado en otros, el verdadero sentido del “kipur” es la expiación, es decir, la eliminación de la culpa (o pecado) a través de un tercero, como en el cristianismo que asume que Jesús murió para expiar los pecados de la humanidad, o en las múltiples formas de sacrificio (animal o, más antiguamente, humano) en diferentes creencias. De la misma raíz hebrea nace la “kapará”, el ritual de expiación para limpiar los pecados. Otra expresión derivada es el “kipur paním” (literalmente expiación del rostro), que significa apaciguar, borrar la ira. En cualquier caso, tenemos unas transgresiones acumuladas a lo largo del tiempo (el ciclo de un año) de las que se asume la responsabilidad. A diferencia del catolicismo, no puede realizarse en cualquier momento bajo confesión, ni (como los antiguos egipcios y otras muchas culturas) en el momento de la muerte. La cita es a los diez días del aniversario de la creación del ser humano (aunque contravenga la tradición y la expresión “Año Nuevo”, el inicio del año pautado en la Biblia es en Pésaj, cuando un clan formado por 12 tribus esclavas asume su identidad como un solo pueblo y nación). La expiación tiene una cita en el calendario y nos obliga a centrarnos hasta tal punto en el proceso, que debemos olvidar la sed y el hambre.
La misma raíz hebrea también significa sostener una herejía y negar lo afirmado. Con apenas alguna variación en la pronunciación de la letra intermedia, también da lugar a lo pagado en un rescate. Por tanto, la limpieza del alma exige un pago, un sacrificio, mejor propio que delegado en chivos que purguen por nosotros los pecados, desbarrancándolos en las simas de Azazel, o sacudiéndose la punta de la ropa frente a un río en el ritual previo del tashlij. El ayuno no está destinado a castigar el cuerpo, sino a despojarnos de nuestros instintos, ya que no podremos seguir reparando el mundo (tikún olám) cargados de necesidades propias, que impregnarían toda nuestra obra, alejándola de la luz.
No se trata de pedir el perdón, sino de ganárnoslo, de pagar un rescate, en sacrificio propio: indelegable (a pesar de la tradición) en ofrendas, donaciones y palabras. La palabra expiación proviene del latín y significa etimológicamente “lo que se sale o está fuera del pío, lo que excede el respeto a la norma ética y religiosa”. Pero sólo en la relación con lo trascendental. Ningún rezo ni ceremonia puede suplir el arte del buen compartir lugar y tiempo con nuestros congéneres. La expiación de las ofensas, humillaciones y demás desechos del trato social no pasa por el templo, por el sacrificio colectivo, sino que es una obligación que no puede aplazarse a una fecha determinada y debe solventarse a cada paso. No es expiable lo que tiene solución en el tú a tú.
Gmar Jatimá Tová (Que sean inscritos en libros de larga vida)
Jorge Rozemblum
Director de Radio Sefarad