Los judíos de Italia (6ª parte): la llegada de judíos de otras regiones
MILÍM: LA HISTORIA DE LAS DIÁSPORAS, CON ALICIA BENMERGUI – Los ashkenazíes. Las migraciones de los judíos del Imperio Sacro Romano Germánico comenzaron con las sangrientas masacres que golpearon a las comunidades judías de los valles del Rin y del Mosela, con la Primera Cruzada. En principio y no por esa única razón, se dirigieron hacia la Europa Oriental. La causa de las migraciones de judíos desde el Imperio Sacro Romano Germánico hacia lo que hoy es Italia fueron las terribles masacres cometidas contra los judíos que habitaban entre las regiones del Rin y del Mosela. Después de las Cruzadas las condiciones de vida de los judíos en tierras germánicas empeoraron de un modo catastrófico. Comenzaron las acusaciones de crímenes rituales y los judíos fueron asesinados en numerosas ciudades. Buscando un lugar de refugio consideraron que Italia sería un buen lugar. Una amarga ironía de la historia fue que también los germanos codiciaban el mismo territorio pero para invadirlo, apoderarse de él y someterlo a saqueo. Una familia de Lucca, los Calónimos, habían llegado en el siglo VIII al Imperio Sacro Romano Germánico introduciendo el estudio del Talmud y la corriente mística. Por influencia de los Calónimos el ritual religioso de los judíos de territorio germánico había tomado la modalidad del judaísmo romano.
En 1348 a causa de la terrible epidemia de la Peste Negra que se expandió por toda Europa, la población del continente se redujo a la mitad, culpándose a los judíos de haberla causado por envenenamiento de las aguas. Pese a que el papa Clemente VI se opuso a esta calumnia afirmando que los judíos padecían la peste igual que los cristianos, en todo el territorio germánico, a excepción de Ratisbona y Viena, se desataron terribles matanzas de judíos. Esto hizo redoblar las fugas hacia territorio italiano donde la Iglesia se oponía a considerarlos responsables de la peste y donde tampoco la población los atacó. Es así como entre los siglos XIII y XIV se instalaron en el norte de Italia judíos de origen askenazí. Estos apellidos evidencian el origen ashkenazí de sus portadores: Tedeschi, Tedesco, Todesco, Todeschini son derivaciones de la palabra “alemán” en italiano, es decir, ashkenazi. Algunos de los apellidos más conocidos de los judíos italianos provienen de regiones de Imperio Germánico, algunos fueron italianizados, así como lo fueron los de los sefaradíes. Es el caso de Luzzatto, que provenían de Lusatia, forma latina de Lausitz, una región de la Germania Oriental; Minz provenía de Mainz o Maguncia; Moravia de esa región de Europa Oriental; Morpurgo de Marburg, ciudad de Estiria; Norlenghi de Nördlingen, una ciudad bávara; Olmo provenía de la ciudad de Ulm, en latín Ulmus; Ottolenghi de la ciudad alemana de Oetlinger; Ungaro de la región de Hungría; y Polacco (entre otros tantos), de Polonia . Estos inmigrantes se dispersaron por toda la región del Véneto, la Lombardía y el Piamonte, y también se instalaron en Venecia y en la zona de la Marche. Gran parte de ellos se dedicaron a la creación de banca de crédito, pero no todos. Algunos aprendieron en la Escuela de Gutenberg el arte tipográfico y lo trajeron a Italia. Los Soncino fueron los más famosos, aunque hubo otras familias que se dedicaron a la misma tarea. Todos hablaban idish, aunque había diferencias de acuerdo a los lugares de origen. También hubo importantes rabinos y eruditos así como artesanos de diversas especialidades.
La llegada de los sefardíes: tensiones y problemas. Testimonios documentales dan cuenta de la llegada de los judíos españoles, sefardíes, a Italia y de las reacciones que provocaron en los judíos italianos, asentados desde hacía tiempo en este país. Hay de distinto tipo pero uno de carácter histórico ha sido el del cronista sefardí Ibn Verga. La reacción fue en general negativa debido a tres causas principalmente: la primera era la competencia comercial, la segunda el temor a que la llegada de los expulsados pudiera atraer la atención de la Inquisición sobre los italianos por la presencia de los llamados marranos entre ellos, y la última la actitud “arrogante” que se atribuía a los sefardíes.
La relación entre los judíos italianos y los que procedían de la península ibérica, en diversas oleadas a partir de 1492, se caracterizaba por una patente hostilidad recíproca y por una fuerte rivalidad. Entre los motivos de dichos sentimientos está la preocupación por la competencia comercial, que podría significar un empeoramiento de la situación económica. Pero había también razones más profundas, como el hecho de que los judíos italianos sintiesen una gran desconfianza hacia la práctica religiosa de los recién llegados, que a veces se convertía en auténtica xenofobia. Eran una fuente de preocupación porque representaban un peligro: atraer la atención de la Inquisición y que ésta se interesase por toda la comunidad judía,, autóctona y foránea. Por otra parte, los sefardíes presentaban un carácter muy orgulloso, se alimentaban de recuerdos fabulosos y tenían además aspiraciones irreales. En definitiva, se traslucía un sentimiento de pertenencia a una España idealizada, amada y odiada, al mismo tiempo, que había generado un complejo de superioridad respecto a los judíos italianos. Es inútil presentar un cuadro idílico de la relación entre sefarditas y judíos italianos. En realidad, sus contrastes, sus acuerdos y sobre todo su diferente mentalidad constituyen dos realidades diferentes, tal vez complementarias, que es necesario tener presentes para llegar a comprender el significado contradictorio de la presencia judía en una Italia, entre el Renacimiento y el Barroco, que se estaba descomponiendo y donde convivían bajo el mismo cielo pobres guetos y opulentas “Naciones Judías”.
Atestigua este conflicto el cronista español Shelomoh Ibn Verga en Shevet Yehudah, donde hace referencia a la reacción de la comunidad judía asentada en Roma que pide al papa Alejandro VI – y para ello le llega a ofrecer dinero – que no dé acogida a los judíos ibéricos. Otro cronista, en este caso romano y cristiano, Stefano Infessura, cuenta que los judíos españoles fueron acusados de traer la peste y por este motivo fueron obligados a permanecer acampados fuera de las murallas de Roma, en la Vía Apia, para que no contagiasen a la población. De este peligro de contagio y del tratamiento que recibieron los judíos españoles ante las puertas de Roma trata Anna Foa en Il nuovo e il vecchio: l’insorgere della sifilide (1494-1530) en Quaderni Storici, 55, XIX, 1984, p. 20.
La tensión entre las dos comunidades se mantuvo a lo largo de todo el siglo XVI. La comunidad sefardí romana, dividida en sus componentes catalano-aragonés y castellano, era como media la más numerosa de Italia en el siglo XVI (se habla de un número variable entre los quinientos y los mil, más o menos). La hostilidad y las relaciones borrascosas con los judíos romanos pueden tener origen en motivos de índole económica, pero también, según señala Toaff, y quizá sobre todo, en la idea de que cada comunidad se había creado de la otra. Los residentes en Roma desde hacía tiempo veían a los nuevos llegados con una actitud siempre arrogante y dispuestos a obtener el poder usando cualquier medio. Pretendían descender de casas de alto abolengo, aristocráticas y despreciaban el provincialismo de los otros.
Otro testimonio, esta vez en Padua, confirma esta animadversión. El rabino de Padua, Abraham Minz, llama despectivamente con el apelativo de “español” al rabino castellano Abraham Cohen y lo acusa de ser arrogante y polémico. Abraham Cohen había sido rabino en Cuenca y ahora vivía en Bolonia. Pertenecía a una familia de sacerdotes y escribas (sirva también como testimonio de la presencia de judíos españoles en Bolonia). Su respuesta deja traslucir a las claras las características que adornaban el estereotipo de sefardí que se había formado a ojos de los judíos italianos, perfil del que también era consciente el mismo Cohen, que lo retoma para rebatir enérgicamente. Abraham Cohen había conseguido del papa León X una serie de privilegios, como el de no tener la obligación de llevar el distintivo de judío o poder transportar consigo los libros sin pagar impuestos. El hecho es que el rabino castellano mantenía buenas relaciones con cristianos poderosos y también con el papa. Lo que sin duda molestaba a los judíos italianos es que no se hubiese preocupado de solicitar su aprobación y su permiso.
El puerto de Ancona fue escenario de episodios de intransigencia por parte de los judíos italianos hacia los marranos que procedían de Portugal. La llegada de los portugueses a Ancona se produce a partir de 1535. En Venecia se registra la presencia del judío Juan Ribeira a través de las noticias, en 1579, que de él da un noble español, Francisco Iglies di Valencia, residente en Venecia [tomado de Ioly Zorattini, P.C. (1985): Processi del S. Uffizio di Venezia contro ebrei e giudaizzanti, IV (1571-1580), Firenze, p. 158]. Encontramos en este artículo otras pruebas de la presencia de judíos españoles en localidades como Reggio Emilia, en época de Francisco I. También en Piamonte, se trata de la llamada de la corona a comerciantes judíos a partir de 1572.
El conflicto entre los judíos italianos y los judíos ibéricos surge desde los primeros años de la llegada tras la expulsión y la mala opinión que los primeros tienen de los segundos se mantiene al menos durante todo un siglo. Los judíos ibéricos, al final, no se fiaban ni de los judíos italianos ni de los cristianos, hasta tal punto que la circuncisión se hacía a escondidas de unos y otros. En muchas ciudades tenían sinagogas separadas puesto que el rito litúrgico era diferente. Además, sus costumbres eran también muy diferentes. Para terminar, cabe destacar que la expulsión de los judíos de España dio origen a una migración de sefarditas por Europa que tuvo una enorme importancia cultural y económica. Y la misma confluyó con la migración de judíos asquenazíes procedentes del Centro y Norte de Europa. Más tarde y concretamente en Italia, dicha confluencia pondrá de manifiesto la diferencia entre los ritos sefardí y ashkenazí. En los años que siguieron inmediatamente a su expulsión, Roma fue la ciudad italiana que mayor número de sefarditas acogió y, de hecho, en ella se llegaron a crear incluso varias escuelas diferenciadas entre sí. En el siglo XVI la comunidad sefardí en Roma fue una de las más importantes. De gran importancia también fue la de Ferrara, en la que cabe destacar la buena acogida que los sefarditas recibieron por parte del Duque de Este. En ambas ciudades se asentaron sefarditas que habían abandonado España inmediatamente después del edicto de los Reyes Católicos. Al mismo tiempo, muchos otros sefardíes utilizaron el suelo itálico para pasar a las tierras del Imperio otomano que les daba hospitalidad y cuyas consecuencias, en términos de resultados positivos, se ven por ejemplo en Salónica, ciudad que durante el siglo XVI vivió su mejor momento de esplendor económico gracias al comercio generado por la iniciativa de los sefardíes llegados hasta allí.
Los estados italianos, al tanto de los beneficios económicos que originaba el intercambio comercial, observaron este florecimiento del comercio en el Mediterráneo y no permanecieron impasibles ante el mismo. La señoría de Toscana y la República veneciana, principalmente, tomaron medidas para poder beneficiarse de dicho comercio e hicieron una llamada pública a los judíos asentados en territorio del imperio turco -aunque no sólo- para que se afincaran en sus estados. El motivo era dar impulso a la economía de sus ciudades promoviendo el comercio con el Mediterráneo. Con esta llamada, llegaron en gran número y esto creó ciertos conflictos con los judíos ya residentes en estas zonas. Conflictos que fueron resolviéndose de manera distinta, aplicando distintas leyes en función del lugar y de las circunstancias: la “Liornina”, los “Capítulos”, las “Constituciones” o la creación de guetos son algunos ejemplos de gran relieve. El hecho es que durante el siglo XVII, Venecia y Liorna, especialmente, conocieron un auge económico espectacular debido al comercio generado por los sefarditas, denominados en general levantinos, que hablaban castellano o portugués. Este fue el siglo de oro de los judíos sefarditas en Italia. Los sefardíes no sólo crearon riqueza desde el punto de vista económico, sino también cultural, y lo demuestra un ejemplo muy significativo como es la publicación de la Biblia traducida al español en Ferrara.
La llegada y posterior asentamiento en las distintas ciudades italianas de los sefarditas a lo largo de los siglos XV y XVI presenta características diferentes, tal y como ya hemos señalado, y tal y como lo ponen de manifiesto estudios específicos – indicados en la bibliografía – sobre la presencia de judíos sefarditas en algunas de estas ciudades como Liorna, Padua, Venecia, Roma o Ferrara. El presente artículo basa sus afirmaciones en la lectura de un repertorio de fichas sacadas de dichos estudios específicos. Es, sin duda, una información que reviste un enorme interés, son datos concretos extraídos de documentos notariales, legislativos o del catastro, pero que no podemos incluirlos aquí por falta de espacio. El presente artículo trata, pues, de ofrecer una panorámica general de la suerte que los sefarditas corrieron en esa época en territorio italiano tras abandonar España a raíz de la expulsión dictada por los Reyes Católicos.
Fuente: Artifara, n. 1, (luglio – dicembre 2002), sezione Addenda, http://www.artifara.com/rivista1/testi/Bermejo1.asp