MILÍM: LA HISTORIA DE LAS DIÁSPORAS, CON ALICIA BENMERGUI – El pueblo judío fue, sin duda alguna, el más numeroso y el más importante (económica y culturalmente) entre los varios que residieron en Livorno. Los judíos sefardíes hispano-portugueses llegaron a este puerto gracias una Carta de Privilegios, llamada La Livornina, otorgada en 1593 por el tercer Gran Duque de Toscana, Ferdinando I, creando los puertos francos de Pisa y Livorno. Alguna de sus cláusulas fueron bastante notables, como esta primera que prometía: ”libero tanto vuestras personas, mercancías, vestidos y familias, vuestros libros hebreos o impresos en otra lengua o escritos con pluma”. “Queremos además que durante dicho período, ninguna Inquisición, visita de reconocimiento, denuncia, o acusación se haga con vosotros o vuestras familias, ni aún cuando en el pasado puedan haber vivido fuera de nuestros dominios bajo capa de cristianos, o con nombre de serlo”. En el punto diecisiete garantizaba “licencia y facultad para poder tener libros de cualquier tipo, impresos y escritos a mano en hebreo, en otra lengua”. Los judíos livorneses abrieron una primera imprenta en 1650 y publicaron en letras cursivas, en solitreo y las cuadradas que usaban en España antes de la Expulsión.
Los judíos hispano-portugueses que habían sido expulsados de la Península Ibérica hacia fines del siglo XV alcanzaron en Livorno una situación económica y cultural floreciente, raramente igualada en alguna otra comunidad del mundo por esa época. Los marranos o criptojudíos podían practicar libremente su judaísmo sin temer por la Inquisición; tenían libertad de estudiar, de obtener títulos universitarios, poseer bienes inmuebles, de residir en cualquier lugar de la ciudad (en Livorno no existían ya más guetos), de entrar y salir, de imprimir sus propios libros y de impartir justicia autónomamente en causas entre judíos. Los judíos desarrollaron en Livorno el comercio y la intermediación entre el Levante, Italia y la parte norte de Europa, valiéndose de los privilegios acordados por el gobierno de los Médici. Gozaban del privilegio de ser considerados súbditos y como tales tenían garantizada la protección diplomática en el exterior. Esto explica el porqué de tanta presencia judía en esas zonas del Mediterráneo, registrados como livorneses. Así la comunidad sefardí de Livorno, gracias a la Carta de Privilegios, se convirtió en poco tiempo en uno de los centros importantes del judaísmo de la época. Llegaron a monopolizar el comercio del coral, las especies y medicamentos, introdujeron la fabricación del jabón, montaron telares para el tejido de sedas y lanas, y fundaron una compañía de seguros marítimos, amén de los cuantiosos donativos que hicieron al Gobierno.
Los judíos también estaban autorizados para estudiar y graduarse de la Universidad de Pisa y los médicos para tratar pacientes tanto judíos como no judíos. La población judía de Livorno creció hasta convertirse en el siglo XVIII en la mayor comunidad judía en Italia y una de las mayores de Europa, llegando a 5338 almas en 1809, el diez por ciento de toda la población de la ciudad. En 1593, Livorno era poco más que un pueblecito pesquero: dos siglos más tarde sólo la población judía se elevaba a algo más de siete mil habitantes. El clima de tolerancia y de relativa libertad hicieron que Livorno fuera famosa por la continuada existencia de una comunidad judía durante al menos tres siglos. Los judíos livorneses siempre fueron poliglotas y en la vida comunitaria usaban muchas lenguas: el hebreo como “lengua sacra” y, al menos hasta época napoleónica, el portugués para los actos oficiales de la comunidad y para los mercaderes sefardíes. El español era a veces la lengua de los textos literarios, mientras que el italiano se usaba para comunicarse con la sociedad circundante. A todas ellas se agregaba el bagito o bagitto, un lenguaje mixto judeo-livornés, con una base próxima al italiano, al que se añadían otros componentes de origen de muchas otras lenguas, también del griego y del ídish. En Italia existen diferentes hablas de judeo-italiano: las del área piamontesa y las de la Emilia-Véneto, del judeo – romanesco y de las áreas umbro – marchigiana; en todas permanecen huellas de un italiano que debía hablarse en los orígenes en el sur de Italia.
Livorno ha tenido otras características, como señaló Renzo Toaff, “el gobierno oligárquico de la comunidad, en Livorno y en Pisa, entre 1591 y 1700 había mantenido rigurosamente el carácter sefardí de la comunidad que en el curso de los últimos decenios había asumido un carácter prevalecientemente portugués. Los judíos italianos que se hallaban en la comunidad debían ‘sefardizarse’ en los ritos, en las escuelas y en la vida pública pero, salvo rarísimas excepciones, no eran nunca admitidos en el goce de la caridad. Por otra parte, para poder mantener el poder de las compañías portuguesas, se recurrió también a la compra de tejidos de seda para sostener a los artesanos florentinos en crisis reconquistando así el agradecimiento del Gran Duque”. En el 1700 la fama de la comunidad era tal que también llegaron rabinos de otros confines: no eran todos livorneses de nacimiento aunque llegaron especialmente para estudiar en las academias talmúdicas locales. Pero además de sabios y eruditos llegaban también pobres que deseaban integrarse en la vida de la comunidad y conseguir mejores condiciones de vida. Incluso llegaban chicas pobres del centro de Europa que eran empleadas por las familias dentro de la comunidad. Rabinos y estudiosos confluían en Livorno donde encontraban un ambiente favorable y ayuda para financiar estudios y publicaciones, institutos de instrucción y academias talmúdicas. Los más destacados rabinos que vivieron o pasaron por Livorno fueron, entre otros, Malachi’ Accoen, Abram Isaac Castello, Jacob Sasportas, David Nieto, Chaim Josef David Azulai, Israel Costa e Elia Benamozegh.
Cuando los judíos livorneses tuvieron que abandonar el comercio, se dedicaron a las profesiones liberales aportando una gran contribución a la cultura ciudadana y nacional. Es necesario señalar entre otros a los pintores Serafino De Tivoli, Vittorio Corcos, Ulvi Liegi y Amedeo Modigliani; a los educadores Sansone Uzielli, el comediógrafo Sabatino Lopez, el escritor Alessandro D’Ancona, y políticos como Giuseppe Emanuele Modigliani, socialista y hermano de Amedeo, y Dario Cassuto, como así también el matemático Federico Enriquez. Y esa historia continuó…