MILÍM: LA HISTORIA DE LAS DIÁSPORAS, CON ALICIA BENMERGUI – Nuestra historia continúa, pero en uno de esos giros inesperados que tiene, hemos decidido abandonar las tierras donde comenzó la historia de Ashkenaz y retornar al remoto pasado, no solo judío. La historia cumple con la función de ayudarnos a comprender el presente, tal vez cumpla con esta función en este recorrido que estamos iniciando.
La historia de Occidente tiene sus orígenes geográficos en lo que se conoce con el nombre de la Media Luna del Creciente Fértil. Esto es ese espacio geográfico que incluye las regiones comprendidas entre el valle de los ríos Tigris y Éufrates en el cercano oriente, y la cuenca y delta del río Nilo en el nordeste de África. La razón es porque allí, hace cinco mil años, nació la escritura que dio origen al alfabeto griego, también el hebreo, del cual desciende el nuestro.
Allí en Sumer, la primera escritura dio lugar al relato del pasado, de la historia, y por eso se considera que allí comenzó la Civilización Occidental. Los judíos fueron vecinos y herederos de esas civilizaciones que dieron comienzo a la historia tal como la conocemos, y a pesar de haber sido uno de los pueblos más pequeños e indefensos de la región, en su seno nació la primera religión monoteísta de la historia. Los judíos contaron la historia del origen del mundo y su relación con ella, en la Biblia, en sus primeros cinco libros que componen la Torá. El judaísmo se convirtió en el origen de la moral y la ética de Occidente, y también en la base del islamismo.
A lo largo de casi dos milenios, para la mayor parte de la gente la Biblia era solo un texto religioso. A mediados del siglo XIX, se libraba una carrera colonialista entre Gran Bretaña, Francia y Alemania (entre otras potencias europeas) por el dominio del mundo, en la región de lo que es la Mesopotamia, o Irak en la actualidad. Entre 1845 y 1855 franceses e ingleses habían descubierto en excavaciones los restos de un pueblo del que sólo se había hablado en la Biblia, donde los judíos contaron que les pasó a las Diez Tribus de Israel a manos de la más eficiente máquina de guerra que se había inventado en el mundo antiguo. Repentinamente, los europeos se dieron cuenta de que la Biblia era una fuente histórica que hablaba de pueblos y civilizaciones absolutamente desconocidos. En el que había sido el palacio del rey Shalmaneser III (858-824 AEC) se halló, entre numerosísimos objetos, un Obelisco Negro, en el que aparecía la imagen del rey de Israel, Jehú, prosternado en una posición de humillación frente al rey asirio.
La primera destrucción sufrida por los judíos tuvo lugar con la eliminación y desaparición del Reino de Israel a manos de los asirios, confirmada por estos hallazgos. Los asirios destruyeron a Israel, que desapareció de la historia en el siglo VIII AEC a manos de Tiglatpileser. Los asirios no dejaban guarniciones ni poblaciones de prisioneros: los trasladaban cambiándolos de lugar. Los actos de crueldad que cometían eran tan terribles que aquellos que eran atacados muchas veces se rendían de puro terror. A través de los restos arqueológicos pueden visualizarse los actos horrorosos cometidos por los asirios con sus prisioneros o con los vencidos. Y ciertamente no fueron los únicos: la crueldad de las guerras fue y es un rasgo común entre las civilizaciones desaparecidas y del presente, sean del bando que sean.
Los asirios no sáólo fueron un pueblo de guerreros que crearon una máquina bélica de enorme efectividad, sino también grandes comerciantes, notables artistas, como puede verse en algunos de los paneles del Museo Británico, o del Museo de Pérgamo, o en muchos otros.
Las Diez Tribus de Israel desaparecieron para siempre y esta historia continuará…
Los judíos de Oriente (1ª parte): las Diez Tribus de Israel
Alicia Benmergui, Asiria, Babilonia, Diez Tribus de Israel, historia, Sumeria