Los judíos de Oriente (7ª parte): la destrucción del Templo y Jerusalén. Un nuevo judaísmo

MILÍM: LA HISTORIA DE LAS DIÁSPORAS, CON ALICIA BENMERGUI – La historia de los judíos bajo el dominio romano se va a caracterizar por una enorme conflictividad, de acuerdo con los testimonios de Flavio Josefo y luego de historiadores más cercanos a nosotros. La población judía se fraccionará entre diversos grupos, algunos totalmente antagónicos entre si. En esos tiempos surgirá una nueva religión monoteísta, el cristianismo, y en el judaísmo – pese a todos sus conflictos y debates internos – se dará una continuidad a través de una nueva y fuerte identidad que le permitirá atravesar todos los destierros, todas las diásporas y todas las persecuciones, incluida la tragedia más aterradora de todas que tuvo lugar en Europa a mediados del siglo XX.
Bajo la dominación del Imperio Romano, las rebeliones en territorio de Judea eran tan frecuentes que las crucifixiones y los crucificados eran un tema cotidiano. La resistencia se hizo cada vez más intensa hasta que culminó con la guerra que estalló en año 70 e.c. Las exigencias imperiales, ya en tiempos de Herodes, significaron una carga intolerable para los judíos, como la construcción de gimnasios, teatros y anfiteatros, templos a los dioses en ciudades romanas, fortalezas y puerto, viviendas para marinos, ciudades. Toda esta actividad generaba un exorbitante sistema de impuestos que también había que enviar a Roma, y subvencionar a las lujosas casas reales y los ejércitos. A todas esas exacciones económicas para los judíos se unían las ofensas que representaban muchas de las instituciones, que herían sus creencias más profundas.
Los historiadores coinciden en que no existía en el Imperio una Pax Romana sino una gran hostilidad. Arnaldo Momigliano, en su texto De paganos, judíos y cristianos, afirmó que “en las provincias la presencia romana agudizó los conflictos entre ricos y pobres… Los años del 66 al 70 fueron de subversión general en el Imperio”. Las esperanzas y expectativas mesiánicas surgidas en el judaísmo estaban basadas en la esperanza de poder terminar con el dominio romano. En el siglo I a.e.c. se instalan en Jerusalén las academias de Hilel – nacido en Babilonia y que fue a Jerusalén – y Shamay. Se dedicaban al análisis e interpretación de la Torá. Ellos consideraban que la analogía, la inferencia, la deducción sobre la base del texto eran indispensables para la comprensión de las leyes y de los estudiantes. Pensaban que con la ayuda de la razón y la lógica se podían deducir nuevos significados y nuevas prescripciones legales. Son estos los antecedentes del Talmud y de cómo los judíos tenderán un puente entre el pasado y el futuro, adecuando los mandatos religiosos al paso de los siglos y a los cambios de las circunstancias entre los que transcurría su existencia.
Entretanto, es evidente que había quienes estaban pensando su presente y tal vez el futuro en condiciones diferentes. Se supone que las sinagogas surgieron como instituciones por lo menos en el siglo I a.e.c., cuando aún el Templo estaba en pie. Momigliano sostiene que la sinagoga, en Judea y en la diáspora, “llegó a representar el establecimiento de un culto basado en la lectura e interpretación de la Biblia (sobre todo, del Pentateuco)”. Directa o indirectamente, su función era educar a niños y adultos. Además, era una institución administrativa y de caridad. Los diferentes grupos conflictivos de la sociedad judía eran – según Flavio Josefo – los zelotes, los sicarios, los fariseos y los saduceos; también los esenios y luego los cristianos. Cuando termine la lucha en el año 70 los judíos se encontrarán con un doloroso drama, con la muerte de parte de la población y la humillación de los esclavos judíos trasladados a Roma. Ya no existirán ni Jerusalén ni el Templo. Está surgiendo del viejo judaísmo una nueva religión, el cristianismo, que reivindicará para sí la legitimidad de ser el Verus Israel (el Verdadero Israel, el verdadero judaísmo). El judaísmo enfrentará la posibilidad de su destrucción recreándose a sí mismo. Para ello también la existencia de una diáspora existente en la antigua Babilonia, en Egipto, en el Norte de África, en el Imperio Romano Bizantino, en Roma, en Sicilia, en algunas de las islas del Mediterráneo, mantendrá el nexo con su pasado y de alguna manera también cooperará con la apuesta hacia el futuro, pese a todas las dificultades con que deberá enfrentarse. Esta historia continuará…

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