“Los limoneros (Etz Limon)” (2008), de Eran Riklis (Israel – Alemania – Francia)

FILMOTECA, CON DANIELA ROSENFELD –

Guión: Suha Arraf y Eran Riklis. Reparto: Hiam Abbass (Salma Zidane), Ali Suliman (Ziad Daud), Doron Tavory (Navon), Rona Lipaz Michael (Mira Navon), Tarik Copti (Abu Hussam), Amos Lavie (capitán Jacob), Amnon Wolf (Leibowitz), Smadar Yaaron (Tamar Gera), Ayelet Robinson (Shelly). Premio Panorama Festival de Cine de Berlín; y Premio a la mejor actriz de la Academia de Cine Israelí (Hiam Abbass)

Salma Zidane es viuda y vive junto a la línea divisoria entre Israel y Cisjordania. Su vida, ahora que los hijos han seguido sus propios caminos, consiste en cuidar el campo de limoneros que heredó de su padre y que, además de ser el símbolo de sus raíces, es su único sustento. Un día, la tranquilidad de su vida se ve perturbada por la llegada de un nuevo vecino: a la casa colindante al campo se acaba de mudar el recién nombrado Ministro de Defensa israelí. El campo de limoneros es declarado amenaza para la seguridad nacional por los servicios secretos israelíes y, a pesar de las amplias medidas de seguridad desplegadas alrededor de la casa del ministro, Salma recibe una carta del ejercito israelí en la que le comunican que su limonar será podado. Con la ayuda de un joven abogado, Ziad Daud, Salma decide no aceptar la indemnización que le ofrecen y emprender un recurso legal ante el tribunal militar israelí para impedir la tala de los limoneros. Posteriormente, y tras el fallo en contra, ambos continuarán su batalla ante el Tribunal Supremo del Estado de Israel.
A pesar de que este principio pueda parecer poco realista, la historia de Eran Riklis y Suha Arraf está basada en un hecho real: una mujer palestina se enfrentó a su vecino, el ministro israelí de Defensa, que temía que los terroristas se infiltraran a través de su campo de olivos y había ordenado cortarlos.
“Los limoneros” refleja cómo se ve afectada la vida de la gente corriente a ambos lados de la frontera; las penurias de los palestinos y las presiones sociales que sufren de su propia comunidad, así como la de aquellos israelíes que se ven atrapados en el enfrentamiento político.
Plantea además una simetría interesante en la yuxtaposición de la soledad de Salma y de Mira Navon, esposa del ministro, dos mujeres diferentes y parecidas al mismo tiempo, que aunque nunca llegan a hablar entre ellas, parecen unidas en el silencio y la comprensión de una misma causa. Las miradas que intercambian durante todo el metraje resumen la impotencia ante el callejón sin salida de este pequeño drama humano.
La sensatez y humanidad, la ausencia de odio y rencor entre las dos mujeres tiene su contrapunto en la manera de dibujar a los políticos de ambos bandos. En ellos, como en los periodistas, se respira superficialidad y ambición, dispuestos a atropellar los derechos y dignidad de la persona si con ello progresa su causa o su carrera política. Es la instrumentalización del individuo al servicio del Estado. Por eso, el limonar se erige en símbolo de un pasado y de una tradición, en punto de referencia de la dignidad que no se puede vender o indemnizar a ningún precio. Entre las fuerzas de seguridad israelí, la cámara retrata de manera distinta a los guardaespaldas a los “que no se les paga por pensar… “ y al joven vigilante de la torre de control, que funciona como contrapunto humano. La figura del abogado palestino en su relación con Salma puede causar cierto desconcierto, pero su papel cobra sentido y se agranda al final.
La película está realizada con un gusto exquisito, el director dirige su mirada con igual afecto y sentido crítico a ambos bandos, dejando que sea el propio espectador quien se identifique o no con la historia que plantea. Gran parte de la grandeza de esta película radica en la interpretación y presencia de una actriz en estado de gracia, Hiam Abbas, que otorga luminosidad al personaje que interpreta y que llena de serenidad y belleza toda la pantalla.
El resultado es una película muy equilibrada y nada ideológica, inteligente y sensible. Un cine que coloca a la persona por encima de las estructuras, que apuesta por el entendimiento como mejor solución a los conflictos. Con todo, deja claro que alcanzar la paz no parece ser algo sencillo, como rezan los títulos de crédito finales y la letra de la canción de la banda sonora: “el limonero es hermoso y su flor muy dulce, pero su fruto, el pobre limón, imposible de comer”.

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