LA PALABRA – En los años 20 se adueñaron de las calles de Munich y luego de toda Alemania, y los que se les resistían, eran machacados por la técnica del asalto grupal organizado. Cambiaron de uniforme y, aparentemente, de ideología (aunque manteniendo siempre el fuerte componente nacionalista) para aportar al lenguaje general la expresión “kale borroka”. Ahora son profesionales del terrorismo urbano, licenciados en las academias informales de la “okupación”. Su vandalismo no subsistiría si no jugara paralelamente a la democracia y al presunto respeto a los valores. Y a los subsidios a los partidos. La contraportada de la violencia urbana es el chantaje político que muchos están dispuestos a pagar (especialmente cuando se trata de fondos públicos y no personales) por mandar callar a la jauría.
Está demostrado: se pueden dar el lujo de violar la ley en el mismo corazón de las instituciones, como pasó el último 12 de mayo en una Comisión del Parlament de Cataluña. Era Yom haAtzmaut, que es como se dice en hebreo Día de la Independencia, y el diputado de la CUP Benet Salellas invitó para la ocasión a un militante anti-israelí, pero se indignó porque otras fuerzas lo hicieran con un representante de los judíos de Barcelona, al que tildó de “agente exterior” y “verdugo”, no por ser israelí (que no lo es) sino por ser judío. Señalado, estigmatizado y despreciado, ya que antes de su comparecencia la bancada del partido que estos días se persona en los actos de violencia callejera, se levantó a una, con la misma disciplina de manada con que operan sus pichones encapuchados.
Y a la infamia hay que sumar la indiferencia. Ninguno de los medios acreditados en el Parlament (regionales y nacionales) hizo la más ligera mención del tema (que aparece, palabra por palabra en las actas de la institución) hasta que alguien decidió publicarlo hace apenas unos días. Y entonces sí: se llenaron de indignación e invitaron a sus mejores columnistas a opinar sobre el antisemitismo institucional más retrógrado y explícito que habíamos visto por estos lares en mucho tiempo. Justo ahora que la CUP resulta incómoda incluso a los nuevos partidos del cambio. Son los mismos de siempre: los que apalean y los que callan mientras la cosa no vaya con ellos. Los que juegan a la democracia para destrozarla desde dentro y los que venden a su madre por mantenerse a flote en el juego, como el borracho que pide desesperado una última moneda para vengarse de una tragaperras.
Unos y otros son extraños compañeros de un viaje sin retorno a la perdición, que siempre encuentra, incluso en la “desefaradizada” España, a la víctima propicia. En el título no quedaba bien: son los mismos mierdas de siempre.
Jorge Rozemblum
Director de Radio Sefarad