MILÍM: LA HISTORIA DE LAS DIÁSPORAS, CON ALICIA BENMERGUI – Cuando comenzó la decadencia del Imperio Romano, los judíos ya hacía varios siglos que vivían en Europa. Con las invasiones de las diversas tribus germánicas y su instalación dentro de los límites del Imperio, la sociedad comenzó su lento deterioro. Los ciudadanos romanos abandonaron las ciudades y se refugiaron en sus latifundios. Básicamente, la sociedad romana era urbana; el abandono de las ciudades significó la ruralización y el lento olvido de las prácticas políticas y culturales que habían caracterizado el estilo romano. Durante varios siglos Europa estuvo sometida a una sucesión de ataques e invasiones por tierra y por mar: vikingos, sarracenos, normandos, húngaros; las poblaciones vivían en un estado de amenaza constante hasta que finalmente el peligro fue conjurado. La iglesia fue la única institución políticamente capacitada para establecer su poder político a través del poder espiritual. Durante los primeros tiempos fueron los obispos los únicos dueños y señores de las ciudades, de aquellas que habían quedado. Representaron la única fuerza espiritual del momento y generalmente se identificaban con la antigua Roma.
El antiguo patriciado y los descendientes de los diferentes pueblos germánicos fueron vinculándose familiar y socialmente. La Europa cuya población descendía en gran parte de los esclavos que el Imperio había traído de todos sus antiguos dominios se había convertido en una sociedad campesina, en la que los señores territoriales eran casi tan brutales e ignorantes como sus siervos, y donde la guerra, además del matrimonio, era la forma de obtener territorios. Muchas de las hermosas ciudades que habían caracterizado la civilización romana se habían convertido en ruina, y muchas de ellas renacieron a partir del año 1.000.
Los judíos vivían desde épocas muy antiguas a orillas del Mediterráneo, primero en Grecia, Sicilia, Cerdeña, Córcega, Roma y otras ciudades italianas; en Pompeya donde había algunos muy prósperos antes del terremoto que la hizo desaparecer de la faz de la tierra. Y en toda la Península Ibérica. Pero también recorrían otras regiones europeas como mercaderes junto a los sirios, frecuentaban la Ruta de la Seda, y llegaban a las ferias más frecuentadas en las distintas regiones europeas. En el siglo VII cuando los musulmanes se apoderaron de Siria, desplazando a Bizancio, los sirios no volvieron más y mucho menos aún después de la batalla de Poitiers, donde Carlos Martel derrotó a los musulmanes que subieron de España a la conquista del resto de Europa en 737. Los judíos circulaban por el reino de los francos autorizados y protegidos por el rey Pipino el Breve, hijo de Carlos Martel y padre de Carlomagno. Comerciaban con sal y cereales, y también cultivaban viñedos, elaboraban y vendían vinos. La iglesia, en realidad heredera de la vieja Roma, controlaba las formas de vida de los cristianos: de acuerdo a ella estaba prohibida la ganancia y el ahorro, en un primer momento, y luego el cobro de intereses. Por eso los judíos no tenían impedimentos en sus prácticas mercantiles, lo que no quiere decir que los mercaderes cristianos no existieran y que fueran numerosos. Algunas de las fuentes más utilizadas por los historiadores fueron las proporcionadas por un viajero judío, conocido por su nombre árabe, Ibrahim ibn Yaqub, de Córdoba, que en 961 – 962 viajó por Europa occidental y central, y fue a Roma. Gracias a sus descripciones sabemos cómo era Polonia en la primera época del reino, contó sobre los vikingos, y es muy famoso y conocido por haber sido el primero en escribir y contar sobre la ciudad de Praga. Algunos textos talmúdicos narran sobre las formas en que los judíos desarrollaron el comercio en el norte de Europa y un libro, Sefer Hadinim (Libro de las Leyes, escrito por el rabino HaCohen, de Mainz, Maguncia, entre 980 y 1050) informa sobre las relaciones comerciales de los judíos de Cracovia con Rusia y Moravia y sobre la existencia de una comunidad judía organizada en Cracovia. Y esta historia continúa. . .