Los orígenes del moderno teatro judío europeo

TEATRO JUDÍO, CON HORACIO KOHAN – Cada año, Sefarad Editores lanza una Agenda que, junto con el calendario hebreo del año que se inicia, incluye un tema central en torno al cual desarrolla textos del máximo interés. El tema central de la agende de 5769 (septiembre de 2007) fue el teatro judío, asunto sobre el que Radio Sefarad realizó una serie de 8 entregas que empezamos a recuperar con esta primera entrega.

Introducción

¡Arriba el telón!
Artistas y creadores judíos en el teatro (1850-1950)

Hacia la segunda mitad del siglo XIX, el teatro se convirtió en una formidable herramienta educativa, de socialización y de modernización para los judíos de Europa Central y del Este. El teatro fue el más extraordinario factor de transformación de la vida judía europea en la segunda mitad del siglo XIX y ningún otro componente, cultural o científico, puede ponerse a su altura. En un tiempo en que libros y periódicos no estaban al alcance de las mayorías y que la incultura y hasta el analfabetismo de las grandes masas judías las mantenían alejadas de las realidades sociales, políticas y económicas, el teatro fue una ventana abierta al mundo que trajo una brisa vivificante y renovó el aire viciado de los cerrados barrios y aldeas judías. Los dramaturgos ocuparon el lugar de los maestros, fustigando las creencias supersticiosas, las injusticias sociales, las arbitrariedades del poder, la intransigencia de los rabinos… y los judíos cultos se convirtieron en dramaturgos para llegar con su mensaje al pueblo. El teatro hizo a las gentes hablar de aquello de lo que no se hablaba: la sexualidad, el amor, el dolor, los conflictos familiares. Hacia la época que nos ocupa los judíos comenzaron a cuestionar su condición y la situación en que vivían, de manera que el teatro fue un factor único de consolidación identitaria cuando la religión dejaba de ser el centro de sus vidas, progresivamente reemplazado por una cierta conciencia nacional. Gracias al teatro comprendieron mejor su propia historia, sus tradiciones, sus esperanzas. Si bien es cierto que el teatro no hubiera existido si la Haskalá –la Ilustración judía– no se hubiera producido, tampoco la Haskalá hubiera podido extenderse a todos los rincones del mundo judío sin el teatro. Desde Bucarest hasta Varsovia, desde Salónica hasta Moscú, la creación dramática y el montaje escénico hicieron a las gentes entrever la posibilidad de una vida distinta, quizás mejor.
Insertos en la vorágine del sigo XX, nuevos dramaturgos judíos, hijos ya de la Haskalá, formados en las culturas y lenguas de sus países de origen, siguieron alimentando la sed de arte y cultura de sus sociedades, ajenos a los conflictos de religión o pertenencia.
Siempre solemos recordar los millones de hombres, mujeres y niños que hemos perdido. Pero con la Shoá, con los crímenes estalinistas, con el genocidio cultural soviético y con esos seres ya idos murió también toda una cultura, el incomparable mundo de emociones, de ideas y de sentimientos que relatamos en esta agenda. Muchos textos teatrales del siglo XIX no han sobrevivido hasta nuestros días y ya son pocas las personas que pueden leer los que quedan, en la lengua en la que fueron escritos. Casi murieron el idish y el ladino. Y, en consecuencia, están muriendo también centenares, quizás miles de obras de creación artística que se expresaban en aquellas lenguas. Las páginas que siguen son un homenaje a su memoria y una invitación a colaborar en su conservación.

ORÍGENES
El teatro judío no es sólo aquel hecho por judíos sino también aquel que expresa e ilumina la sensibilidad y la experiencia judías. Hay y ha habido teatro judío y también teatro universal hecho por judíos. En este vasto campo destacan por su singularidad dos modos de expresión teatral, singularidad que proviene de la lengua en que se ha escrito o se interpreta una obra. Nos referimos al teatro ídish y al teatro sefardí. Ofrecemos una breve introducción, sujeta al marco temporal y espacial que hemos establecido.

Nacimiento y evolución del teatro ídish. El moderno teatro ídish –heredero de los infantiles espectáculos de Purim– fue creado casi en solitario por Abraham Goldfaden (1840-1908) entre las décadas de 1860 y 1870 en Europa del Este, y se afianzó durante la guerra ruso-turca de 1877-78. Goldfaden abandonó sus estudios rabínicos para escribir y publicar varias colecciones de canciones populares en ídish, y entonces convocó a un grupo de artistas ambulantes conocidos como los cantores de Broder para presentar lo que se conoce como la primera producción teatral profesional en ídish, una obra en dos actos estrenada en Iaşi, Rumania. Al comienzo, los papeles femeninos eran realizados por hombres; sin embargo, con la popularidad de sus obras Goldfaden encontró también a mujeres para desempeñar estos papeles. Goldfaden escribió las nuevas obras para su compañía, incluyendo comedias satíricas, operetas románticas y, más tarde, dramas serios valiéndose de temas históricos. Fue tal la atracción del teatro ídish que se extendió de ciudad en ciudad. Algunos actores destacados de la troupe de Goldfaden se independizaron y crearon sus propias compañías. Cuando la guerra terminó y los centenares de contratistas judíos rusos que habían sido su audiencia cautiva volvieron a Rusia, varias compañías y dramaturgos siguieron a este público, incluido el propio Goldfaden. Se establecieron rápidamente en Odessa, que era particularmente hospitalaria debido a su comunidad judía fuerte y porque los grupos pequeños de actores judíos ya habían comenzado allí su actividad. Pero en 1883 el gobierno ruso prohibió las representaciones teatrales en ídish y los actores y dramaturgos emprendieron la emigración hacia el oeste cruzando Europa, llegando a París, a Londres y a Nueva York.
Una mirada a la actividad teatral reflejada por la prensa rusa de ese tiempo (1878 hasta la interdicción de 1883) demuestra que Goldfaden tenía bastantes competidores en dramaturgia y dirección, entre los cuales destacaba Nójem-Meir Shaikevich (alias “Shomer”, 1849-1905). Shaikevich fue un novelista enormemente popular que terminó dedicándose por completo al teatro y a abrir nuevas salas (solo o con socios) antes de emigrar a los Estados Unidos. La contribución de Shaikevich al desarrollo del teatro ídish fue de gran importancia; no sólo fue uno de los competidores de Goldfaden, sino también su compañero en la creación del teatro moderno ídish.
La trayectoria del teatro ídish desde finales del siglo XIX a comienzos del XX suele ser vista como una calle unidireccional desde Europa Oriental al Nuevo Mundo. De hecho, la extensión en el mapa del mundo del teatro ídish sigue los patrones de la migración de los judíos europeos del Este. Estimulados por los pogromos, la creciente represión antisemita y el empeoramiento de las condiciones económicas, millones de judíos europeos del Este buscaron una vida mejor en los Estados Unidos entre 1880 y los años 20 del pasado siglo. La interdicción zarista de 1883 dio a muchos actores y dramaturgos un incentivo adicional para encarar la emigración masiva. Hacia 1890 Nueva York era no solamente el centro del mundo para la emigración judía sino también para la actividad teatral en ídish. La voracidad artística de los nuevos inmigrantes convirtió a Nueva York no sólo en un poderoso imán para actores, directores y dramaturgos, sino también una fuente que alimentó los teatros en ídish por todo el mundo. Como el historiador teatral B. Gorin comentó, “[en el cambio de siglo] el repertorio de Nueva York se convirtió en el único alimento espiritual para el resto de los teatros en ídish en el mundo”. Desde una perspectiva europea, Norteamérica se convirtió en el proveedor principal de un repertorio comercialmente viable. Los actores en ídish no dejaron de moverse en un intrincado zigzag entre Rumania, los imperios austro-húngaro y otomano, Europa occidental, los Estados Unidos y Suramérica, echando mano de los textos metidos en su equipaje o confinados en su memoria.

HORACIO KOHAN

Scroll al inicio