Los puntos sobre las íes
LA PALABRA – Lo primero es lo primero: durante las tres próximas semanas se librarán de mis diatribas. Si se ha logrado, al parecer, un cese de fuego en la guerra entre Israel y Hamás, ¿quién soy yo para no permitirme un merecido paréntesis? Eso sí, antes de coger las maletas, me gustaría hacer algunas breves puntualizaciones.
La primera es continuación del editorial pasado, en el que destacaba que una ciudad de la Red de Juderías había suspendido un ciclo de cine israelí. La alcaldesa en funciones de Segovia se disculpó públicamente por haber utilizado el término “holocausto” repetidamente en una rueda de prensa, en alusión a la situación de los civiles en Gaza. Sus palabras originales fueron reproducidas en los medios que las usaron para sus titulares: sus disculpas ya no gozan de la misma popularidad y espacio. El daño ya está hecho. Pero más aún: el problema no es sólo la banalización del lenguaje, sino de las ideas. ¿Por qué se cancela una actividad cultural si el país de origen está en guerra? No recuerdo que los cines españoles ni siquiera atisbaran la posibilidad de no proyectar películas “Made in USA” durante las guerras de Irak, Afganistán, etc. ¿Suspenderán toda actividad cultural ligada a Ucrania hasta que deje de enfrentarse a los rebeldes pro-rusos? Y el punto final a esta cuestión, ¿por qué sí se pueden utilizar las instalaciones culturales de Segovia para patrocinar actos políticos en pro de una de las partes, no una cualquiera, siempre “la otra parte”? Así lo hizo Izquierda Unida el 15 de julio, cuando el operativo Margen Protector llevaba ya una semana en marcha.
Otro punto: Mario Vargas Llosa y una columna en “El País” en la que su instinto “amigo de Israel” no logra evitar que acabe el mismo mencionando el Holocausto en relación a la tragedia de Gaza, uniéndose al coro de los revisionistas desesperados por relativizar y banalizar la shoá. No voy a extenderme en descubrir la falsedad de esta ecuación que apenas logra ocultar su verdadera intención de demonización de Israel. Parece que el peruano está empeñado en seguir los pasos de Saramago no sólo en cuestión de premio Nóbel, sino también de racismo. “¿Racista yo?, no lo soy”, negará ofendido el “escribidor”: no es cuestión de que uno lo admita o no. Los miembros del Ku Klux Klan y otras organizaciones del estilo no se identifican con esa palabra penada y peyorativa, sino que también buscan nuevas definiciones como suprematista, identitario o segregacionista, pero todos sabemos quiénes son. Lo que perturba es que los antisemitas aprovechen cada enfrentamiento bélico en el que participa Israel para vomitar su bilis tanto tiempo contenida, aunque algunos la aromaticen de premisas falsas como escudarse (¿les suena el verbo?) en ciudadanos israelíes que han expresado opiniones distintas, mientras que lo que digan palestinos “alternativos” como Khaled Abu Toameh lo definan como traición a su pueblo.
Vargas Llosa incluso comete en su escombrera el pecado de mentir al mencionar entre las voces “discordantes” al pacifista Amos Oz (es lo que tiene de malo el “corta y pega”), que ha expresado abierta y claramente su apoyo a la opción militar en esta ocasión. También incurre en difamación de los valores democráticos, ya que si el 85% de una población con total libertad de expresión apoya al gobierno (que ha elegido, dicho sea de paso), se debe a los engaños maquiavélicos de Netanyahu. ¿Cómo lo conseguirá, se pregunta uno, con una población con uno de los mayores índices de estudios universitarios, premios Nóbel per cápita y la proverbial inteligencia y astucia judía? ¿Son el 85% de los israelíes los tontos y el 15% los listos?
Y lo más importante: ¿para qué sirve manejar la pluma con gigante maestría si detrás se esconde un enano moral? Precedentes hay muchos: Quevedo, Gala, el mencionado Saramago y (permítanme la digresión al campo de la música) el insigne Wagner, inspirador de la más abyecta materialización del odio hacia el judío. Sólo quería poner los puntos sobre algunas íes, antes que, por condescendencia y cobardía ante el terrorismo islámico (uno de cuyos representantes es Hamás, tirano de Gaza), tengamos que aprender de prisa y corriendo a ponerlos debajo, como en otros idiomas.
Jorge Rozemblum
Director de Radio Sefarad