Matria
LA PALABRA – El neologismo del título no lo inventé yo: “matria” ya aparece en escritos de escritoras como Virginia Woolf, Isabel Allende o Christa Wolf para evocar la feminización de los atributos asociados a la nacionalidad. Incluso Unamuno utilizó la expresión para referirse a la vinculación con la tierra vasca, y hoy es habitualmente usado por los pueblos indígenas americanos para reivindicar su terruño. Pero donde quizás más claro pueda verse el concepto es entre los judíos de la diáspora, un exilio que, en ocasiones, es milenario (como el de los romaniotas de habla griega) y, por ello, con muy fuertes vínculos a sus patrias de adopción. No se le ocurra cuestionar a un judío estadounidense su fidelidad al lugar de nacimiento. Pero la mayoría de ellos, como también de los que residen en otros lugares del mundo, se sienten atados emocionalmente a la tierra de Israel.
No es casualidad, como destaca la propia legislación rabínica que determina la identidad judía según el origen del vientre materno donde se gestó. Pero una matria no sólo es un marcador biológico, sino esencialmente cultural: el primero de ellos, el idioma materno (el ídish de los ashkenazíes se autodefine así, como “mamelóshn”, a diferencia de “lashón hakódesh”, literalmente lengua sagrada, el hebreo). Si el lenguaje es la bandera, el himno de la patria materna son los cinco sentidos: el tacto de sus cuidados y caricias, la noción de la belleza en sus rasgos visibles, el sonido de sus arrullos, el sabor de la leche con que nos cría y el olor de sus andares.
La patria, como el padre, es la vida fuera del círculo más íntimo de la familia: el clan, la nación y hasta el estado. Es otra forma de compromiso, que también nos atrapa en lo emocional pero desde lo colectivo: las redes de colaboración, participación, interacción, amistad, economía, educación, política, hasta el punto de transferir desde la matria el mayor de los tesoros: la propia vida, si fuera necesario, para salvar la de otros, en la guerra, así como contra otros desastres y crímenes. Es el momento en que el egoísmo que dictan los genes por perpetuarse es superado por la generosidad y el sacrificio heroico, en contra de la lógica biológica. Porque ambos, patria y matria, nacen y mueren en nuestra conciencia, sin traspasar nunca el umbral de lo material, del mismo modo que las fronteras no son más que líneas imaginarias sobre el papel, inexistentes en la naturaleza, donde ni la montaña, ni el mar, el río, el paralelo o el meridiano ponen coto a la infinitud y continuidad de la esfera.
Pese a ello, necesitamos de membranas de pertenencia para sentirnos parte de algo común, progresivamente más ancho (lugar, mundo, universo) al que llamar hogar y al que acudir cada vez que necesitemos cobijo espiritual, es decir, en todo momento.
Jorge Rozemblum
Director de Radio Sefarad