Mejor 2021

LA PALABRA – Una de las virtudes que se adquieren con la edad es la sabiduría, en mayor o menor medida, que nos brindan las experiencias vividas. Aunque también resulta evidente que lo experimentado por una generación no vale para la siguiente, ya que la sociedad humana es tremenda y aceleradamente dinámica, transformándose en algo nuevo e impredecible sino a cada instante, cada muy poco tiempo. Nadie nos preparó para una pandemia, como antes de ella ningún sesudo economista supo prever y luego paliar a tiempo la última crisis económica. Cada vez que pensamos que hemos encontrado una solución consensuada internacionalmente a un desafío global, éste queda arrinconado por la necesidad de respuestas prioritarias a cuestiones más acuciantes. En pocas décadas hemos pasado del cómo descolonizar, a convivir con la amenaza de un holocausto nuclear, a paliar las hambrunas, impulsar a los países “en vías de desarrollo” (un eufemismo que ha descarrilado incluso como expresión), combatir los estragos ecológicos a la vez que mejorar las economías más retrasadas, combatir la violencia callejera y el terrorismo organizado, y un tan largo etcétera que me perdonarán que no lo siga detallando porque es de dominio público.

Cada época nos plantea el desafío bíblico de crecer (sobrevivir) y multiplicarnos (dejar huella de nuestro paso por la vida), pero el más importante sigue siendo – desde el inicio de nuestra historia como especie humana – la capacidad de seguir aprendiendo. A diferencia de los manuales de estudio de mi infancia que podían aprovechar los hermanos siguientes, la realidad actual renueva sus instrucciones de uso a cada instante, lo que en matemáticas podría definirse como un auto-algoritmo: un manual que se corrige a sí mismo a cada paso. De vez en cuando, no obstante, nos aferramos a algunos mojones del tiempo para sentir que todavía conservamos cierto control, un espejismo que este año se ha esfumado con los sedarím telemáticos de Pésaj que en estos días las comunidades cristianas del mundo han vivido con unas cenas de Navidad en familia, distintas de todo lo vivido y heredado en siglos.

Por todo ello, y asido al punto de anclaje natural de este solsticio de invierno (en el hemisferio norte) coronado por el comienzo de una nueva cuenta temporal (que, sorprendentemente, lo que rememora es cuando Jesús recibió su shem hakodesh, el nombre sagrado que se otorga no en el nacimiento, sino en el rito de la circuncisión judía), no me atrevo -como tradicionalmente hasta ahora – a desearles simplemente un “feliz (ponga aquí el número que corresponda)”, sino humildemente y desde la memoria panorámica de unos cuantos aniversarios celebrados, un simple pero contundente “mejor 2021”. Con eso, como se dice en España (aunque en origen al parecer es una expresión judía), ya me doy con un canto en los dientes. O como decía mi abuelo, “tfu, tfu”.

Jorge Rozemblum

Director de Radio Sefarad

Scroll al inicio