Mench: la medida de la justicia
LA PALABRA – Esta semana moría a muy avanzada edad Sir Nicholas Winton, organizador del rescate urgente de niños judíos en la Praga ocupada por los nazis, justo antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial. A diferencia de otros casos, Winton guardó silencio sobre sus actos hasta que, 50 años más tarde, su mujer descubrió accidentalmente un maletín de viejas fotografías de los 669 que llegó a transportar al Reino Unido. No era un diplomático ni alguien vinculado al poder, sólo lo que en ídish llamamos un mench, palabra que literalmente significa “hombre” o “persona”, pero que solemos usar los judíos que hablamos otros idiomas para referirnos a un ser cabal, justo, honrado, honesto.
La cualidad del mench va más allá de simplemente ser “buena gente”. Dice el diccionario que el adjetivo “cabal” proviene de “cabo”, es decir, alguien que es íntegro “de cabo a rabo” (por utilizar una expresión castiza, aunque poco afortunada para referirse a los judíos, a los que la tradición y los mitos hispanos describen físicamente como seres con cuernos y rabo). Sin embargo, hay una dimensión de lo cabal que coincide con la del (o de la, género aparte para estas distinciones) mench: su finitud. Es cabal y mench aquel que aprovecha TODA la medida de su existencia, de punta a punta, de comienzo a fin, como si esta no fuese un continuo infinito ideal en el que vive el alma, sino una oportunidad única y limitada para labrarse su propio destino. Una medida finita para hacer el bien, o por el contrario para dejarse arrastrar por los miedos, las pasiones, los falsos intereses, las poses.
Llevo décadas derribando uno a uno los héroes de mi infancia, adolescencia y madurez, y es muy gratificante descubrir el secreto de la vida en alguien que superó el siglo de estar entre nosotros, que supo para qué usar el regalo de la conciencia. Alguien que valió más por lo que calló que por lo que dijo, por lo que hizo que por lo que pensó que habría que hacer. Que no se preguntó ante la inminencia de la desgracia que se mascaba en la Praga de 1939 ¿pero qué puedo hacer yo?, sino ¿qué puedo hacer yo? Una diferencia de planteamiento que mide exactamente (justamente, cabalmente, como un mench) hasta dónde llegan sus actos. En su caso, 669 niños (para el Talmúd de sus abuelos, 669 mundos), un bosque entero del que han brotado miles de nuevas medidas finitas y limitadas que saben de cuna hasta dónde pueden llegar: no es el infinito, pero es mucho más lejos que lo que nuestros ojos nos muestran. Más allá de la imaginación, hasta el extremo de nuestra condición humana.
Jorge Rozemblum
Director de Radio Sefarad