“Música degenerada” bajo el nazismo (1ª parte)
MÚSICA DEL HOLOCAUSTO – Las atrocidades cometidas por el régimen nazi no se limitaron, como bien es sabido, al genocidio del pueblo judío. Sus ambiciones de control totalitario también incluían, como ha sucedido antes y después, la calificación y clasificación estética. Para ello, y basándose en el aparato propagandístico diseñado por Goebbels, el nacionalsocialismo alemán alumbró el desafortunado término de “arte degenerado”, retomando el concepto científico de “degeneración” que el médico y criminólogo italiano Cesare Lombroso utilizó a fines del siglo XIX para designar una desviación de la norma. Paradójicamente, Lombroso era judío, hijo de Aarón Lombroso y Zéfora Leví. La aplicación del término degeneración a las ciencias sociales también fue obra de otro judío, el dirigente sionista Max Nordau, que utilizó esa palabra justamente para definir lo contrario que los nazis, viendo en el anti-semitismo europeo un ejemplo de degeneración social. El “arte degenerado” (en alemán Entartete Kunst) sirvió a las nazis para describir prácticamente toda forma de arte moderno, especialmente el que se alejaba de las pautas del arte tradicional alemán o se acercaba a las de su archi-enemigo, el bolchevismo, tan influido según ellos por los judíos. Por contra, su concepto artístico, bautizado romanticismo heroico, promovía los valores de la pureza racial, el militarismo y la obediencia ciega.
Arte degenerado fue asimismo el título de una exposición montada por los nazis en Munich en 1937 y que luego viajó a otras ciudades de Alemania y Austria, siendo visitada por más de dos millones de personas. Incluía obras modernas expuestas de forma caótica y acompañadas de carteles humillantes, dirigidos a enardecer a la opinión pública. El comisario al frente de dicha exposición fue Adolf Ziegler, a la sazón pintor como Hitler y de su misma talla humana y artística, que se ensañó especialmente con los expresionistas Max Beckmann y Emil Nolde. Al año siguiente, se organizó una nueva exposición centrada específicamente en la música y llamada, lógicamente, Entartete Musik, “música degenerada”, y en la que se atacaba la música atonal y la de razas inferiores según sus conceptos, es decir el jazz de los negros y toda forma de música judía, tarea para la cual ya contaban con un importante antecedente ideológico en el libelo antisemita, “De los judíos en la música”, de Richard Wagner. En el plano plástico, los nazis pudieron apoyarse a su vez en los escritos del pintor y arquitecto Paul Schultze-Naumburg: “El arte de los alemanes” y “Arte y raza”.
Los artistas calificados como degenerados se vieron forzados a dejar la enseñanza, se prohibieron sus exposiciones, espectáculos y conciertos y, en ciertos casos, hasta se les prohibió producir arte en cualquiera de sus formas. Entre los artistas plásticos proscritos destacan no sólo judíos como Marc Chagall, sino también genios de la talla de Kandinsky, Paul Klee o Eduard Munch. Los estilos malditos abarcaban todas las vanguardias de finales del siglo XIX y principios del XX, es decir, el impresionismo, el fauvismo, el cubismo, el dadá, el surrealismo y el expresionismo.
La mayoría de los músicos afectados –intérpretes, compositores, musicólogos y profesores- se vieron forzados a emigrar. Grandes figuras celebradas en toda Europa cayeron en el olvido; otros, gracias a sus habilidades contribuyeron a la promoción de la vida musical de América, Asia y Australia. La lista de proscritos incluía, entre otros, desde la música del judío converso al cristianismo Felix Mendelssohn a la del vanguardista Arnold Schoenberg, pasando por las de Gustav Mahler o Berthold Goldshmidt. Este último compositor, nacido en Hamburgo en 1903 (y de quien al inicio del programa escuchamos su Salmo 124 en alemán para tenor y cuerdas de 1935), fue alumno de otros “degenerados” como Franz Schrecker o el no judío Ernest Krenek (condenado por incluir en sus obras músicas de razas inferiores, como el jazz) y recibió el premio de composición del también condenado post-mortem Mendelssohn. Goldshmidt compuso en 1934 estas deliciosas “Variaciones sobre una canción pastoril palestina” que oimos en el piano de Kolja Lessing un año antes de exiliarse en el Reino Unido, donde permanecería hasta su muerte en 1996.
Otros simplemente fueron castigados por no renunciar a su amistad y simpatía con colegas y maestros judíos, como Paul Hindemith, Antón Webern o Alban Berg. En esta lista estaba inicialmente incluido Carl Orff, cuyo acercamiento posterior al régimen nazi le valió su apoyo incondicional.
Pero los indeseados fueron muchos más. Alexander von Zemlinsky nació en Viena en 1871 en el seno de una familia católica que acabó abrazando la fe judía del abuelo materno (un sefardí de Sarajevo). Una de sus alumnas de composición, Alma Schindler, fue su novia, hasta que lo abandonó para casarse primero con Mahler y, ya viuda y sucesivamente, con el arquitecto Walter Gropius, con el novelista Franz Werfel y con el pintor Oskar Kokotschka. Zemlinsky se vio obligado a exiliarse en 1938, eligiendo como destino la ciudad de Nueva York, donde murió de neumonía en 1942, entre el olvido y la miseria. Oimos el romántico último movimiento, Allegro, de su Trío opus 3 para violín, chelo y piano, de 1895 o 96, interpretado por el Clementi Trío de Colonia.
Uno de los alumnos más aventajados de Zemlinsky fue sin duda Eric Wolfgang Korngold, nacido en 1897 en Brno (hoy República Checa, entonces parte del Imperio Austro-Húngaro) en el seno de una familia judía conversa. Su nueva religión no le valió de nada ante los nazis, por lo que decidió emigrar a los EE.UU. en 1934, donde acabó convertido en una de las máximas figuras de la composición de bandas sonoras para Hollywood. Paradójicamente, su primer encargo fue la banda sonora del “Sueño de una noche de verano” basado en la música de otro judío converso, Mendelssohn, mientras que su último encargo, antes de morir en 1957, fue un trabajo similar pero con la música del anti-semita Wagner, para la película “Magic Fire” (“Fuego mágico”, también conocida por su título alemán “las mujeres de Wagner”). Acabamos esta primera reseña de la música degenerada con un fragmento del tercer acto de la ópera “El misterio de Heliane” de Korngold, compuesta en 1927, en la interpretación de la orquesta sinfónica de la radio de Berlín dirigida por John Mauceri, junto al coro de la radio berlinesa.