Ni buenos ni correctos
LA PALABRA – Cuando observamos lo que está pasando en Oriente Próximo y retrocedemos en el tiempo para establecer las causas, descubrimos la debilidad de Occidente en sus posturas “políticamente correctas”, por ejemplo, alentando unas “primaveras árabes” sin ninguna salida mejor que la situación inicial. La “corrección” ha fracasado porque en la política, como en la física, no es posible generar frío en el interior sin que ello produzca más calor fuera. De modo análogo, la recompensa en votos de la aplicación de políticas internas (como el rechazo a intervenciones bélicas) eleva la amenaza desde el exterior.
EE.UU. venía ganando todas las guerras en que intervino desde su creación hasta su fracaso en Vietnam. Pese a ello, su capacidad disuasoria siguió funcionando incluso después de la indefinición de las intervenciones en Afganistán e Irak. El vuelco electoral con Obama exigía sin duda un cambio que el actual mandatario no logró imponer en ninguna esfera, excepto en la de la política de disuasión, que redujo casi a cero después de un discurso en la Universidad de El Cairo en el que proclamaba su corrección política de no intervención externa, que le valió un Premio Nobel y, al mundo árabe, cientos de miles de muertos hasta ahora.
¿Qué hay de incorrecto en la corrección política? ¿Por qué el “buenismo” no trae -como pregona su filosofía básica- una situación mejor? Quizás porque el planteamiento moral y filosófico es erróneo, y parte de la base de la universalidad de un modelo cultural: que todos los pueblos quieren ser dirigidos de la misma manera (gobernados por el más votado, en lugar del más fuerte, o por aquel al que se cree “elegido” por una fuerza superior que la voluntad ciudadana); que conceptos como el valor de la vida y la muerte, los hijos y hasta el propio concepto del “amor” son genéticos e instintivos, y no aprendidos en unos entornos sí y en otros no (o de forma significativamente diferente). Que todas las religiones veneran en definitiva a un mismo dios, piadoso y compasivo, y no guerrero y sanguinario.
Esta “pérdida en la traducción” es la que nos ha puesto ahora, cuando esperábamos el final de la historia, repitiendo el abismo al que se enfrentaron Roma y tantos otros “imperios invencibles” frente a la barbarie: crepusculares y decadentes, con los pulgares trepidantes sobre las pantallas táctiles en busca de salidas para nuestra bondad y corrección, mientras ellos afilan sus cuchillos en nuestras gargantas. Nos horrorizamos ahora con los vídeos que no quisimos ver cuando el dolor era sólo de los judíos y la locura islamista se llamaba Hamás.
Han arriado las banderas verdes e izado la negra del terror y, como los piratas, se preparan para el abordaje. Están alegres porque van a matar y a morir. No son buenos ni correctos, y serán nuestros nuevos amos y verdugos a menos que nosotros también dejemos de serlo.
Jorge Rozemblum
Director de Radio Sefarad