LA PALABRA – En hebreo existe una expresión, “lo kol yom purím” (no todos los días es Purím), que es un llamamiento a la cordura y la contención, a diferencia de la alegría y desenfreno durante una fiesta en la que los sabios recomiendan beber hasta confundir el propio nombre. Este hecho resulta paradójico si pensamos que lo que relata el rollo o libro de Esther (el único escrito bíblico que no menciona a Dios) es un intento de genocidio; eso sí, afortunadamente frustrado. Otra característica que lo diferencia del resto de celebraciones es que el protagonismo recae en una mujer, judía pero asimilada, que no sigue los preceptos religiosos de sus antepasados y que sólo recupera su identidad cuando su pueblo está a punto de ser eliminado.
Es difícil escapar a las comparaciones con la terrible experiencia vivida por tantos judíos europeos hace tan sólo unas décadas, convencidos de su total integración en la sociedad, que llegaron incluso a convertirse a otra fe, pero que finalmente fueron masacrados no por cómo se veían a sí mismos sino por cómo seguían viéndoles los demás. Parece un paralelismo exagerado, pero valdría recordar que, en su libelo antisemita de mediados del siglo XIX que sirviera de faro ideológico al nazismo, un dotado pero moralmente enano compositor escribió “sólo una cosa puede redimirnos de la maldición, la redención de Asuero”, refiriéndose al rey persa al que su visir Hamán convenció para eliminar físicamente a todos los judíos de sus dominios; “redención” que décadas más tarde trocaron otros en “solución” definitiva.
Este Purím (que literalmente significa suertes) no fue el único de nuestra historia: conocemos el de Vinz (Frankfurt) en el siglo XVII, el de Roma en el XVIII, el de Hebrón, el de Yemen y aquí mismo, el de Zaragoza. Lo que tienen en común es que en todos esos casos los judíos estuvieron a punto de ser aniquilados, amenaza que sólo se frustró a último momento, a veces por intervención divina y otras por vicisitudes históricas. Retomando la frase inicial y del título, menos mal que no todos los días es Purím y que algunas hojas del calendario nos invitan a dejar de pensar en nuestra supervivencia inmediata para simplemente transitarla. Más que para olvidar nuestro nombre, la recomendada embriaguez parece destinada a obviar, al menos por un día, nuestro destino.
Cuentan que la música klezmer nació justamente para acompañar esas celebraciones en representaciones teatrales de los “purimshpilers” y acompasando los chistes y cuentos de los “badjóynim”, animando al baile y el regocijo en las aldeas donde la miseria y la erudición convivían mano a mano. Músicas alegres para vidas tristes, relatos de supervivencia para tiempos de amenaza vital.
Jorge Rozemblum
Director de Radio Sefarad