“Ojos bien abiertos (Eyes Wide Open)” (2009), de Haim Tabakman (Israel-Francia-Alemania)
FILMOTECA, CON DANIELA ROSENFELD –
Guión: Merav Doster. Reparto: Zohar Strauss (Aaron), Ran Danker (Ezri) y Tinkerbel (Rivka). Premios: Mejor Actor Festival de Jerusalén: Zohar Strauss; Mejor Película Festival Internacional de Ghent (Bélgica)
Aarón administra una carnicería que ha heredado tras la reciente muerte de su padre. Como miembro de una comunidad judía ultra-ortodoxa de Jerusalén, su vida se circunscribe al trabajo, la oración y a ser el sostén de su familia, formada por su esposa Rivka y sus cuatro hijos. Es en apariencia es un hombre completo y feliz. Su rutina se ve interrumpida cuando otro hombre más joven, llamado Ezri, llega a su vida buscando refugio y trabajo; a pesar de que tiene la apariencia de un miembro más de la comunidad, hay algo en su persona que indica que se trata de alguien diferente. El impulso caritativo del carnicero se manifiesta, ayudar al extraño será una bendición; simultáneamente, de forma velada y a través de las miradas que cruzan los hombres, se manifiesta otro tipo de interés.
El film, ópera prima del realizador israelí Haim Tabakman, explora con gran sensibilidad el conflicto entre la identidad sexual y la observancia religiosa. Trata estos dos impulsos humanos con profundo respeto. La religión puede ser un consuelo pero también opresiva; y el sexo puede traer confusión pero a la vez intimidad y placer.
Estas son las contradicciones a las que debe enfrentarse Aarón, que se enorgullece de ser considerado un “tzadik” por su comunidad. Las primeras escenas lo retratan como un hombre amable, responsable y algo melancólico sujeto a una rutina diaria establecida: del trabajo a la sinagoga y de allí al hogar que comparte con su esposa Rivka y sus hijos. La llegada de Ezri, al parecer un miembro de su comunidad, buscando refugio en medio de un aguacero, desestabilizará su vida por completo. Aarón lo recibe y le ofrece trabajo mientras otros sentimientos surgen entre los hombres, sentimientos de los que probablemente Aarón no es consciente, y si lo es, los ve como una tentación que debe ser vencida. La idea de que la oportunidad de pecar es también una oportunidad para fortalecer la virtud es discutida por Aarón y sus vecinos reiteradamente.
Cuando Aarón y Ezri traspasan los límites de lo prohibido, de forma un tanto vacilante al principio y plenamente convencidos de lo que desean después, el film examina como su comunidad socio-religiosa les fuerza a cumplir las normas de conducta impuestas, amenazando a quienes las quebrantan a ser víctimas de la violencia y del ostracismo.
Aarón como miembro de la comunidad sabe perfectamente a lo que se enfrenta, pero se encuentra atrapado en un inmenso dilema y una crisis de identidad de difícil solución. Corre el riesgo de perder el único estilo de vida que conoce, su comunidad y su familia o suprimir una parte importante de sí mismo. Dilema que resume en una frase: “Me siento vivo ahora, antes estaba muerto”.
Es un gran acierto del director no hacer una crítica fácil de la inflexible moral de la comunidad ultra-ortodoxa; no examina el universo de Aarón desde dentro, sino que intenta de forma honesta comprender y hacernos comprender la lógica de una manera de ver el mundo determinada por la obediencia absoluta a las leyes de Dios. Las actuaciones, medidas, consiguen expresar los matices de deseo y ternura sin traicionar la reticencia de sus personajes a hablar abiertamente sobre lo que les está sucediendo.
Es una película de detalles, con una gran empatía hacía sus personajes, que se mueve de forma lenta y meticulosa por el calvario al que se ve sometida el alma de Aarón, mostrando durante el proceso un universo de sentimientos escondidos de gran intensidad.