LA PALABRA – Este año coinciden las luces de Janucá con las de Navidad y con la oscuridad del solsticio en el hemisferio norte. Las penumbras, en esta ocasión, no sólo se ciernen por motivos astronómicos, sino también por el cariz de los acontecimientos que parecen abocarnos a un futuro cercano más incierto que nunca, entre las promesas populistas y el terror cada vez más cotidiano. Pese a ello, hay una diferencia entre caer en un pozo de tinieblas sin final o entrar en un túnel, ya que en éste, por más duro que consista el camino, siempre podemos adivinar una salida siguiendo una luz, por mínima que se nos aparezca en principio. A diferencia de la caída, en la que la desesperación nos paraliza y nos dejamos tragar por la fuerza de la gravedad, el aplicarnos a atravesar por territorios de angustia (sobrevivir, en definitiva) es la dinamo que alimenta la llama que nos salva. No es tanto una luz interior, sino nuestra acción voluntaria la que genera la energía que se proyecta y pinta de colores y matices al mundo.
Eso en el plano personal pero, de alguna manera también en el colectivo, cuando descubrimos que hay mil formas de avanzar y elegimos cuál de ellas seguir. Es lo que se llama identidad. Muchos de los que leen estas líneas comparten esa labor, como antes millones de seres (de nuestros familiares más inmediatos a los antepasados míticos). Entre ellos están los macabeos, cuya lucha recordamos justamente plantando una mínima candela en la noche más oscura.
Pero, más allá del recuerdo, nuestra propia supervivencia – a estas alturas de la historia y los reiterados intentos de sellar la salida – es un faro para los demás, “or lagoyím”, en hebreo. Sin retroceder prácticamente nada en el tiempo, vemos cómo la forma de defendernos del terror en Israel se está convirtiendo en la mejor solución ante los ataques que antes sólo nos importaban a nosotros, pero que hoy la civilización ha descubierto que son su tabla de salvación. Aeropuertos, mercadillos, sitios de ocio amenazados por los cachorros de la muerte, envalentonados por el miedo que huelen en los demás, avanzando por un túnel que ellos mismos desmoronan sobre sus cabezas.
Nacimos (como pueblo) con el mandamiento de buscar la luz (“or”) y con el desafío de no dejarnos tentar ni guiarnos por falsas estrellas de otros firmamentos. Lo seguiremos recordando y creando sendas de libertad para los que sigan.
Jorge Rozemblum
Director de Radio Sefarad