LA PALABRA – El hebreo es una lengua muy antigua, pero que se ha ido modernizando, especialmente desde la puesta en marcha del proyecto sionista de reconstrucción de un estado para los judíos. Ya en la antigüedad fue incorporando neologismos de otras lenguas cercanas geográficamente o que formaron parte de su propia historia como expresión de culturas imperiales dominantes o influyentes, como babilonios, fenicios, griegos y romanos. La diáspora perturbó el proceso, ya que el hebreo quedó congelado y restringido a un uso litúrgico. Con su renacimiento desde finales del siglo XIX incorporó extranjerismos o nuevas palabras construidas en base a raíces antiguas, por ejemplo, rakevet (tren) a partir de la raíz rejev utilizada para “medio de transporte”, en general. Pero más allá de la evolución académica del lenguaje, como toda sociedad contemporánea, acogió y adaptó formas coloquiales importadas de otros idiomas, principalmente de los vecinos árabes, pero también de los muchos y diferentes orígenes geográficos de los inmigrantes que fueron llegando al país.
No son pocas en el hebreo actual las expresiones habituales en lenguas romances, aunque hay una que ha llamado poderosamente mi atención apenas la escuché: palabrot, es decir la española palabra, conjugada en la forma del femenino plural en hebreo, acabada en –ot. Lo interesante del caso es que no significa lo que parece (palabras, para la cual se usa milím), sino un discurso lleno de las mismas pero hueco de contenido real, algo que podríamos llamar en España una parrafada, aunque el lunfardo argentino es más preciso con el término chamuye, regalar el oído con verborragia. Es un ardid lingüístico especialmente indicado para formalizar excusas ante situaciones inexcusables. Buscando en el diccionario de la Real Academia de la Lengua encontramos la entrada palabrerío o palabrería, que no es una tienda donde se vendan estas expresiones, sino que es como se define la “abundancia de palabras vanas y ociosas”, definida a su vez esta última cualidad como “inútil, sin provecho ni fruto”.
Debo confesar que la primera vez que la oí, en mi imaginación se me apareció un grupo de inmigrantes rioplatenses soltándole hace décadas una perorata a un atribulado sabra (nativo israelí) sobre las razones de haber llegado tarde a la recolección de naranjas. Naciera como naciera, dicho término arraigó en la cultura y el lenguaje popular, y reforzó la imagen de los hispanoparlantes como hispanoparlanchines. Y es, de alguna manera, la contraparte de lo que pretende esta columna que desde hace años firmo, La palabra: no hablar por hablar (mejor escribir por escribir), sino porque uno tenga algo que decir, aunque sólo sea compartir un recuerdo, un vínculo más que nos ata a nuestra identidad como judíos.
Jorge Rozemblum
Director de Radio Sefarad