París y Jerusalén

LA PALABRA – Ya en 1862 un judío nacido en Bonn y llamado Moses Hess escribió un libro titulado “Roma y Jerusalén: la última cuestión nacional” en el que, décadas antes de que Herzl cubriera como reportero el juicio antisemita contra el capitán Dreyfuss e ideara el sionismo moderno, proponía el retorno de los judíos a la Tierra de Israel para fundar allí un estado socialista. Y además formulaba dos postulados: que los europeos estarían dispuestos a “emancipar” a los judíos (es decir, a dejarles integrarse en su sociedad) por motivos de humanidad y justicia, pero que nunca los respetarían mientras no tuvieran su propia patria; y segundo, que el sentimiento nacional judío no podría ser eliminado “a pesar de que los judíos alemanes se persuadan a sí mismos de lo contrario”.
La alusión a Roma no era en el sentido moderno de capital de Italia, ni siquiera de sede del estado cristiano del Vaticano (que entonces no existía como tal), sino como símbolo del antiguo imperio europeo, como referente de la propia identidad continental. Hess, no obstante, había nacido en una Bonn ocupada cuando el emperador de Europa era un francés y la capital del mundo, París. Dos siglos después, la ciudad y el país que encabeza se han convertido en uno de los lugares más peligrosos del planeta para los judíos. Y si Hess basaba su discurso en la oposición simbolizada por dos ciudades sagradas, hoy día París y Jerusalén compiten por ser las más golpeadas por la brutalidad.
Pero hay una “petit différence”: cuando en París mueren 17 víctimas del terrorismo, la noticia acapara todos los titulares mundiales y 50 mandatarios planetarios vienen en persona a rendir tributo y acompañar al pueblo herido. Cuando en Jerusalén golpea la barbarie a golpe de bala, cuchillo o vehículo, llegan mensajes: sólo letras y voces telefónicas, no cuerpos presentes. No hay nada menos prestigioso que aparecer retratado acompañando el dolor de los judíos de Israel, junto a ellos. Ni siquiera cuando (como en el caso de los niños asesinados en Toulouse en 2012 y las víctimas del supermercado kosher de estos días) los asesinados en Francia son enterrados en Jerusalén. La que aparece entonces es la Ministra de Medio Ambiente para anunciar que les concederán una medalla a título póstumo, en una acción que reitera la ecuación “judío muerto = judío bueno”, de la que ya conocemos el silogismo por oposición que se deriva.
En unos días en que se reivindica el valor “absoluto” de la libertad de expresión y el derecho a tomarse con humor lo más sagrado, alguien dijo que ya es hora de que Francia adopte la solución de dos estados: uno musulmán y otro laico (la primera parte nunca aceptaría el carácter cristiano del segundo), con capital compartida en una París dividida. Los límites serían los anteriores a junio de 1944, cuando el desembarco de los Aliados en Normandía precipitó la caída del régimen de Vichy.
Mal que les pese a muchos, las soluciones que se empiezan a barajar en todo el mundo ante la barbarie se parecen más a lo que propone Jerusalén que a lo que hasta ahora emanaba desde la Ciudad de la Luz.
Jorge Rozemblum
Director de Radio Sefarad

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