Perennes
LA PALABRA – El reciente temporal de nieve que azotó España (llamado Filomena), y especialmente su capital, Madrid, ha dejado tras de sí un muy importante reguero de daños ambientales, especialmente entre los árboles de la ciudad. Pero no de igual forma con todos. La copiosa carga nívea se cebó con aquellos, como los pinos, de hoja perenne, que siguen verdes y dando sombra incluso en invierno. Los que mejor resistieron la tempestad fueron los más modestos árboles de hoja caduca, que tapizan las calles en otoño y dejan a las aves sin refugio en sus ramas peladas durante medio año. Las escenas de los árboles rotos con sus otrora gloriosas y eternas copas por los suelos me recordó mi infancia, cuando mi profesor de judo nos contaba la historia del creador del arte marcial japonés del ju-jitsu, para el cual se inspiró en un fenómeno semejante: los árboles más rígidos se quebraban en los temporales, mientras que los más flexibles y aparentemente endebles se doblegaban para descargar volcando el peso de la nieve y sobrevivir. Ironías del destino, la devastadora masacre vegetal en la zona central de España se produjo pocos días antes de Tu Bishvat, la fecha judía que proclama su renacimiento y, con él, el ciclo natural de la vida anunciado por el retorno del protagonismo de la luz.
La imagen sirve no sólo como ejemplo de adaptación en el mundo vegetal. Maimónides, conmovido por las escenas de comunidades judías europeas enteras arrasadas al paso de las Cruzadas (que, a falta en su trayecto por Europa de musulmanes “usurpadores de los Santos Lugares cristianos en Jerusalén”, martirizaban y asesinaban a los seguidores de la fe mosaica), recomendaba fervientemente hacer lo que su propia familia y él mismo habían hecho tras la llegada al poder en su Córdoba natal de los fundamentalistas e intolerantes almohades: abjurar públicamente de su fe para salvar la vida (el mandato del pikuaj nefesh es prioritario por sobre cualquier otra circunstancia) y huir en busca de un nuevo hogar donde retomar sus creencias y ritos. Contraviniendo la frase supuestamente pronunciada por el líder mexicano Emiliano Zapata, el Rambam nos enseña que es mejor sobrevivir, aunque sea arrodillado, que morir, sea cual sea la posición. Maimónides venía a rebatir la supuesta historia del suicidio colectivo ante la toma de Masada por los romanos relatada por Flavio Josefo: un final más propio del pensamiento clásico que del judío, y que había llevado a muchos judíos europeos a quietarse la vida antes de sufrir el martirio a manos de las hordas cristianas.
No somos perennes: morimos como individuos, aunque luzcamos un verdor envidiable todo el año gran parte de nuestra vida. Aunque sí podemos sobrevivir a través del “nosotros” si, como colectivo, somos capaces de doblarnos sin rompernos cuando arrecian los tiempos: la historia está llena de civilizaciones quebradas por no aceptarlo y de las que sólo nos quedan cenizas y huellas en las piedras. Nuestro “nosotros”, con su aparente falta de firmeza (algunos dirán de “dignidad”, aunque no hay nada más indigno que renunciar a la única vida que tenemos), ha logrado atravesar milenios y desgracias, sometimiento y masacre, basándonos en la plasticidad de la palabra y un núcleo infranqueable a la fuerza bruta: la mente donde residen sentimiento y pensamiento, de la que nadie nos puede expulsar ni despojándonos de todo, junto a la conciencia plena de que no somos perennes, aunque tengamos la misión de eternizar nuestra identidad.
Jorge Rozemblum
Director de Radio Sefarad
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