FILMOTECA, CON DANIELA ROSENFELD –
Premios: Emmy al Mejor Documental y al Mejor análisis de fondo; Premio del público Festival de Rotterdam, Premio especial del Festival de Jerusalén, Premio del Jurado Ecuménico del Festival de Locarno, Mejor Documental Seminci de Valladolid, Nominado al Oscar al Mejor Documental
Promesas sigue a BZ Goldberg (periodista, nacido en EE.UU., pero criado en Israel) en su viaje a un campo de refugiados palestinos, a un asentamiento israelí en Cisjordania, y a Jerusalén, donde se encuentra con niños palestinos e israelíes. Aunque los niños viven a sólo veinte minutos de distancia entre sí, habitan en mundos radicalmente diferentes, prácticamente incomunicados, y son conscientes de la situación. Su visión del mundo está modelada por las imposiciones de los adultos que les rodean. Pero este grupo ha decidido saltar las barreras para encontrarse con sus vecinos. Promesas explora la naturaleza de estos límites, sin centrarse en los acontecimientos políticos, los niños que protagonizan el documental nos ofrecen un retrato refrescante, humano y a veces humorístico del conflicto palestino-israelí.
Siete testimonios infantiles sobre lo que significa crecer y vivir en Jerusalén: Yarko y Daniel son dos mellizos israelíes seculares, cuyos intereses se centran en el ejército, la religión y el balonmano. Mahmoud es rubio, de ojos azules y partidario de Hamás. Le enseñan el Corán en el colegio como un manifiesto por la causa palestina. Su familia es dueña de una tienda de café y especias en el barrio musulmán de la ciudad vieja desde hace tres generaciones. Shlomo es un niño judío ultra-ortodoxo, estudia la Torá 12 horas al día. Sanabel es una refugiada palestina, proviene de una familia de árabes “modernos” seculares. Es bailarina y cuenta la historia de su pueblo a través de la danza tradicional palestina. Su padre, periodista, permaneció encarcelado en una prisión israelí durante dos años sin juicio. Faraj es un refugiado palestino que vive en el campo de refugiados de Deheishe. A los cinco años vio cómo un soldado israelí mataba a un amigo suyo. Moishe es un colono israelí de extrema derecha que resume la esencia del conflicto como: “Dios dio a Abraham la tierra, pero los árabes llegaron y se apoderaron de ella”.
Cuando Yarko y Daniel ven una foto Polaroid de Faraj surge su curiosidad y preguntan: “¿Por qué no le visitamos?”. Faraj no quiere saber nada de los niños israelíes hasta que Sanabel le reta: “No conozco a ningún niño palestino que haya intentado explicar nuestra situación a un israelí”. Dando un paso que coge por sorpresa a los cineastas, Faraj acepta un encuentro con Yarko y Daniel. Los mellizos viajan al campo. Es la primera vez que conocen a alguien del “otro lado”. Comparten una comida y empiezan a intimar. Pero la amistad se trunca: los obstáculos culturales y físicos no les permiten profundizar. Dos años más tarde en un reflexivo y honesto epílogo, los niños, ahora de trece y quince años, comparten sus puntos de vista sobre “el otro”, sus pensamientos sobre la posibilidad de conocerse y sus sueños para el futuro.
En 1995, Justine Shapiro, norteamericana nacida en Sudáfrica de origen judío, viaja a Israel y a los territorios ocupados palestinos para rodar un episodio de “Lonely Planet”. Las duras palabras e intensas emociones de sus primos israelíes y de los niños palestinos que conoció le inspiraron para hacer Promesas. B.Z. Goldberg, que creció en Israel y había sido periodista durante la primera Intifada, ya tenía la idea de explorar la relación entre los niños y el conflicto. En otoño de 1995 los dos cineastas formaron equipo y empezaron a entrevistar a niños palestinos e israelíes. Promesas se rodó principalmente entre 1997, 1998 y 2000 en un período de relativa calma, después de la firma de los acuerdos de Oslo y antes de la Segunda Intifada, y es una colaboración entre tres cineastas: Justine Shapiro, B.Z. Goldberg y Carlos Bolado. La producción comenzó en 1995. La posproducción fue acabada en el 2001.
Como judía que creció en la “liberal” Berkeley, Justine tenía una doble perspectiva sobre la película. B.Z. creció en Israel y por ello estaba más inclinado a analizar las cosas desde la perspectiva israelí. Carlos, mejicano, tenía la perspectiva del ciudadano del tercer mundo y sentía una cierta empatía con los palestinos. “Vivimos juntos en Jerusalén durante todo el rodaje. Plasmamos nuestras propias versiones del conflicto de Oriente Medio. Hablamos. Luchamos. Discutimos. Gritamos. Chillamos. Nos besamos. Inventamos historias. Observamos el material de cámara cada noche organizando el rodaje de los días siguientes. ‘Promesas’ no podía haber sido hecha por un israelí o un palestino. Una persona que vive el problema desde dentro da demasiadas cosas por sentadas”. Justine, aportó una perspectiva exterior y una sensibilidad femenina al rodaje. Los cámaras judíos pensaron que Justine estaba loca por querer rodar lo que ellos consideraban lugares comunes: como los controles, la geografía en torno a Jerusalén y a Cisjordania, el tráfico en la Ciudad Santa e, incluso, el Burger King Kosher. Para ella era importante estar en el interior de los hogares transmitiendo un sentido de vida cotidiana y captando el humor de los niños. B.Z., que habla hebreo y bastante bien el árabe, se relacionaba mucho con los niños y organizó gran parte de la logística de la producción. Carlos aportó su experiencia cinematográfica a cada fotograma de la película y al montaje. En un principio no resultó fácil, B.Z. no quería aparecer en la película, pensaba que no funcionaría. Pero Justine creyó que la película necesitaba un hilo narrativo y que la relación de B.Z. con los niños era, de hecho, una parte crucial de la historia. Un importante reto del montaje de Promesas fue perfilar el papel de B.Z., ya que era muy importante conseguir un adecuado equilibrio en relación a los niños de la película.
El mérito de Promesas, es haber retratado una realidad que está allí, al alcance de todos, pero que es permanentemente olvidada por la cobertura de los medios: la de los niños de la guerra. Todo en el film está dirigido al encuentro entre los niños, que es mucho más fructífero y emotivo de lo que los mismos cineastas esperaban. Dos años después de esa reunión, en la que parecía que había un futuro común por delante, la cámara vuelve a entrevistar a los mellizos y a Faraj. Ya son preadolescentes, tienen otras preocupaciones y, por encima de todo, el contexto político ha empeorado gravemente. Ya no resulta tan fácil mantener esas promesas de las que habla el título del film y que quedan suspendidas, más que como una esperanza, como un interrogante.
El documental ha sido alabado internacionalmente “por su excepcional lucidez al desentrañar el complejo entramado del conflicto palestino-israelí y la circularidad destructiva del fanatismo y el resentimiento”