Salmo 102: oración del exiliado que llora pero tiene la esperanza de volver
HABLEMOS DE LA BIBLIA, CON IRIT GREEN – Salmo 102
Señor, ¡oye mi oración!
¡Escucha mi ruego!
No te alejes de mí
en el tiempo de mi angustia.
Inclínate para escuchar
y no tardes en responderme cuando te llamo.
Pues mis días desaparecen como el humo,
y los huesos me arden como carbones al rojo vivo.
Tengo el corazón angustiado, marchito como la hierba,
y perdí el apetito.
Por mi gemir,
quedé reducido a piel y huesos.
Soy como un búho en el desierto,
como un búho pequeño en un lugar remoto y desolado.
Me acuesto y sigo despierto,
como un pájaro solitario en el tejado.
Mis enemigos se burlan de mí día tras día;
se mofan de mí y me maldicen.
Me alimento de cenizas;
las lágrimas corren por mis mejillas y se mezclan con mi bebida,
a causa de tu enojo y de tu ira,
pues me levantaste y me echaste.
Mi vida pasa tan rápido como las sombras de la tarde;
voy marchitándome como hierba.
Pero tú, oh Señor, te sentarás en tu trono para siempre;
tu fama durará por todas las generaciones.
Te levantarás y tendrás misericordia de Jerusalén;
ya es tiempo de tener compasión de ella,
ahora es el momento en que prometiste ayudar.
Pues tu pueblo ama cada piedra de sus murallas
y atesora hasta el polvo de sus calles.
Entonces las naciones temblarán ante el Señor;
los reyes de la tierra temblarán ante su gloria.
Pues el Señor reconstruirá Jerusalén;
él aparecerá en su gloria.
Escuchará las oraciones de los desposeídos;
no rechazará sus ruegos.
Que esto quede registrado para las generaciones futuras,
para que un pueblo aún no nacido alabe al Señor.
Cuéntenles que el Señor miró hacia abajo,
desde su santuario celestial.
Desde los cielos miró la tierra
para escuchar los gemidos de los prisioneros,
para poner en libertad a los condenados a muerte.
Por eso la fama del Señor se celebrará en Sión,
y sus alabanzas en Jerusalén,
cuando las multitudes se reúnan
y los reinos vengan a adorar al Señor.
En la mitad de mi vida, me quebró las fuerzas,
y así acortó mis días.
Pero clamé a él: «Oh mi Dios, el que vive para siempre,
¡no me quites la vida en la flor de mi juventud!
Hace mucho tiempo echaste los cimientos de la tierra
y con tus manos formaste los cielos.
Ellos dejarán de existir, pero tú permaneces para siempre;
se desgastarán como ropa vieja.
Tú los cambiarás
y los desecharás como si fueran ropa.
Pero tú siempre eres el mismo;
tú vivirás para siempre.
Los hijos de tu pueblo
vivirán seguros;
los hijos de sus hijos
prosperarán en tu presencia».