HABLEMOS DE LA BIBLIA, CON IRIT GREEN – ¡Alabado sea el Señor!
¡Den gracias al Señor, porque él es bueno!
Su fiel amor perdura para siempre.
¿Quién podrá enumerar los gloriosos milagros del Señor?
¿Quién podrá alabarlo lo suficiente?
Hay alegría para los que tratan con justicia a los demás
y siempre hacen lo que es correcto.
Acuérdate de mí, Señor, cuando le muestres favor a tu pueblo;
acércate y rescátame.
Déjame tener parte en la prosperidad de tus elegidos.
Permite que me alegre por el gozo de tu pueblo;
concédeme alabarte con los que son tu herencia.
Hemos pecado como nuestros antepasados.
¡Hicimos lo malo y actuamos de manera perversa!
Nuestros antepasados en Egipto
no quedaron conmovidos ante las obras milagrosas del Señor.
Pronto olvidaron sus muchos actos de bondad hacia ellos;
en cambio, se rebelaron contra él en el mar Rojo.[a]
Aun así, él los salvó:
para defender el honor de su nombre
y para demostrar su gran poder.
Ordenó al mar Rojo que se secara
y condujo a Israel a través del mar como si fuera un desierto.
Así los rescató de sus enemigos
y los libertó de sus adversarios.
Después el agua volvió y cubrió a sus enemigos;
ninguno de ellos sobrevivió.
Entonces el pueblo creyó las promesas del Señor
y le cantó alabanzas.
Sin embargo, ¡qué pronto olvidaron lo que él había hecho!
¡No quisieron esperar su consejo!
En el desierto dieron rienda suelta a sus deseos,
pusieron a prueba la paciencia de Dios en esa tierra árida y baldía.
Entonces les dio lo que pedían,
pero al mismo tiempo les envió una plaga.
La gente del campamento se puso celosa de Moisés
y tuvo envidia de Aarón, el santo sacerdote del Señor.
Por esa causa la tierra se abrió,
se tragó a Datán
y enterró a Abiram junto con los otros rebeldes.
Sobre sus seguidores cayó fuego;
una llama consumió a los perversos.
Los israelitas hicieron un becerro en el monte Sinaí;
se inclinaron ante una imagen hecha de oro.
Cambiaron a su glorioso Dios
por la estatua de un toro que come hierba.
Se olvidaron de Dios, su salvador,
quien había realizado tantas grandezas en Egipto:
obras tan maravillosas en la tierra de Cam,
hechos tan asombrosos en el mar Rojo.
Por lo tanto, él declaró que los destruiría.
Pero Moisés, su escogido, intervino entre el Señor y los israelitas;
le suplicó que apartara su ira y que no los destruyera.
El pueblo se negó a entrar en la agradable tierra,
porque no creían la promesa de que Dios los iba a cuidar.
En cambio, rezongaron en sus carpas
y se negaron a obedecer al Señor.
Por lo tanto, él juró solemnemente
que los mataría en el desierto,
que dispersaría a sus descendientes entre las naciones,
y los enviaría a tierras distantes.
Después nuestros antepasados se unieron para rendir culto a Baal en Peor;
¡hasta comieron sacrificios ofrecidos a los muertos!
Con todo eso provocaron el enojo del Señor,
entonces se desató una plaga en medio de ellos.
Pero Finees tuvo el valor de intervenir
y la plaga se detuvo.
Por eso, desde entonces,
se le considera un hombre justo.
También en Meriba, provocaron el enojo del Señor,
y le causaron serios problemas a Moisés.
Hicieron que Moisés se enojara
y hablara como un necio.
Israel no destruyó a las naciones que había en la tierra,
como el Señor le había ordenado.
En cambio, los israelitas se mezclaron con los paganos
y adoptaron sus malas costumbres.
Rindieron culto a sus ídolos,
y eso resultó en su ruina.
Hasta sacrificaron a sus propios hijos
e hijas a los demonios.
Derramaron sangre inocente,
la sangre de sus hijos e hijas.
Al sacrificarlos a los ídolos de Canaán,
contaminaron la tierra con asesinatos.
Se contaminaron a sí mismos con sus malas acciones,
y su amor a los ídolos fue adulterio a los ojos del Señor.
Por eso, el enojo del Señor se encendió contra su pueblo,
y él aborreció a su posesión más preciada.
Los entregó a las naciones paganas
y quedaron bajo el gobierno de quienes los odiaban.
Sus enemigos los aplastaron
y los sometieron a su cruel poder.
Él los rescató una y otra vez,
pero ellos decidieron rebelarse en su contra,
y finalmente su pecado los destruyó.
Aun así, él sintió compasión por la angustia de ellos
y escuchó sus clamores.
Recordó el pacto que les había hecho
y desistió a causa de su amor inagotable.
Hasta hizo que sus captores
los trataran con amabilidad.
¡Oh Señor nuestro Dios, sálvanos!
Vuelve a reunirnos de entre las naciones,
para que podamos agradecer a tu santo nombre,
alegrarnos y alabarte.
Alaben al Señor, Dios de Israel,
quien vive desde siempre y para siempre.
Que todo el pueblo diga: «¡Amén!».
¡Alabado sea el Señor!