MÚSICA CLÁSICA – Hace un par de semanas presentamos en esta sección algunas de las obras del compositor judío Salomón Rossi, que vivió en Mantua entre 1570 y 1630. En esta ocasión, y con motivo del 400º aniversario de la publicación de sus “Cantos de Salomón” en 1622.
Desde la destrucción del Templo de Jerusalén, las autoridades rabínicas habían decretado la ausencia en las sinagogas de todo signo de música instrumental, a excepción del shofar, así como de todo canto que no estuviera dirigido a la liturgia de la lectura de los textos sagrados. La entrada de melodías foráneas en estos recintos de oración también estaba condenada en señal de duelo, aunque ello no fue óbice para que en Al-Andalus y luego en algunos reinos cristianos de la España anterior a la expulsión de 1492, los judíos entonaran en las sinagogas el género de poemas para-litúrgicos (o piyutím) sobre melodías populares de la época, bien musulmanas, bien cristianas.
El espíritu de le nuove musiche del Renacimiento despertó el afán de romper algunas barreras, especialmente entre los judíos más ilustrados de Mantua, pero también de otras ciudades como Ferrara y Venecia. El aislamiento forzoso en los guetos animaría a gozar de las nuevas músicas intramuros, siendo la sinagoga el único escenario posible. A finales del siglo XVI, ciudades del norte de Italia como Padua y Ferrara tuvieron coros sinagogales, Módena incorporó un órgano, y Venecia una orquesta, iniciativas que fueron blanco de duras críticas de los más ortodoxos. Por el contrario, encontraron apoyo en figuras como el destacado rabino veneciano León de Módena (o Yehudáh Ariéh mi Modena), quien contestó así a lo sucedido en un concierto en Ferrara:
“Entre nosotros tenemos varios conocedores de la ciencia del canto, seis a ocho notables de nuestra comunidad. Elevamos nuestras voces en las fiestas y entonamos canciones de alabanza en la sinagoga para honrar a Dios con composiciones de armonía vocal. Una persona quiso echarnos diciendo que aquello no era correcto, ya que está prohibido el regocijo, y que el canto de himnos y alabanzas en armonía también lo estaban. Aunque la congregación disfrutó de nuestro canto, esta persona se enfrentó a nosotros y nos condenó públicamente, acusándonos de pecar ante Dios”.
“No entiendo cómo alguien con un cerebro dentro del cráneo pueda albergar alguna duda sobre lo adecuado de alabar a Dios cantando en el sinagoga algunos sábados y fiestas especiales. Esa música es tan religiosamente obligada como la que se interpreta para alegrar a los novios en una boda, y es nuestro deber adornarla y embellecerla de la mejor manera. Ninguna persona inteligente ni estudioso ha dicho que esté prohibido el uso de la mayor belleza vocal para alabar al Señor, bendito sea su Nombre, ni del arte musical que despierta al alma para Su glorificación”.
León de Módena allanó el camino para que Salomón Rossi se convirtiera en el primer judío que compondría, interpretaría y publicaría música polifónica de la liturgia sinagogal para coro mixto. En el prefacio de su edición de los “Cantos de Salomón” de 1622, su autor reconocía de esta manera la inspiración espiritual de sus obras: “Desde que Dios abrió mis oídos y me dotó del poder de entender y enseñar la ciencia musical, he utilizado mi conocimiento para componer muchas canciones. Entre todas las ideas, mi alma deseaba ofrecer la voz como medio de agradecerle por habernos elevado al cielo; y si se nos han dado voces es para honrarle, cada cual con el talento con que haya sido bendecido”.
“El Señor ha sido mi fortaleza y ha puesto en mi boca nuevas melodías. La inspiración me ha llevado a disponer los sonidos dulcemente para que podamos gozarlos en las fiestas sagradas. No he puesto riendas a mis labios, sino intentado poner música a los Salmos de David, Rey de Israel, hasta darles la forma armónica adecuada para que adquieran mayor estatura en los oídos que las discriminen. Dado que ha sido el Señor quien me ha dotado del espíritu artístico necesario para reconocer la belleza, es a Él a quien debo servir con mi voz. Siento que lo correcto sería que la congregación se beneficiara con la publicación de una selección de los motetes que he compuesto, no para mi gloria personal, sino para la de mi Padre en los Cielos, creador del alma que anida en mí. Por ello siempre le estaré agradecido”.
En el mismo prefacio, el citado León de Módena concluía con la primera declaración de derechos de autor de que se tenga noticia: “Hemos respondido al pedido razonable y adecuado del honorable maestro Salamone Rossi de Mantua… de certificar que, con su inmensa labor, se ha convertido en el primero en imprimir música con textos hebreos. Ello le ha supuesto un gran desembolso por lo que no sería correcto que ningún otro volviera a imprimir copias similares o las adquiriese de otra fuente que no sea él mismo”.
El 18 de julio de 1630 las tropas austríacas de Fernando II invadieron Mantua. Su gueto fue saqueado y sus habitantes tuvieron que huir de la ciudad: había acabado el Renacimiento y el paréntesis de prosperidad y libertad para los judíos de esa comunidad. En su sinagoga ya no volvieron a sonar los coros durante siglos. Es probable que Salomón Rossi muriera ese año, en el que se declaró también una plaga de peste en la ciudad, o en alguna fecha posterior a 1628, año de su última obra por él impresa. Lo cierto es que por mucho tiempo ya no se volvió a saber nada de él y su nombre cayó en el olvido. Pero el destino quiso que, dos siglos más tarde, el barón Edmond de Rothschild, en un viaje por Italia, diese con una extraña colección de viejos libros de música. Intrigado por su descubrimiento, mostró el hallazgo al alemán Samuel Naumbourg, a la sazón jazán (o sea cantor litúrgico) de la Gran Sinagoga de París. Nació así en 1876 en 1876 la primera publicación moderna de los “Cantos de Salomón”. Naumbourg designó al compositor francés Vincent D’Indy como encargado de la edición de algunas de las obras instrumentales.
Los “Cantos de Salomón” (en hebreo, “Ha-Shirím Asher Li-Shlomó”, que es el primer verso del libro bíblico del “Cantar de los Cantares”) es una colección de 33 himnos, salmos, oraciones y hasta una oda nupcial, en estilo polifónico de motetes a tres a ocho voces, en hebreo y con alguna pieza en arameo (el “Kaddish”), para ser cantados en la ceremonia del shabat y otras fiestas religiosas. Rossi respetó en esta obra la antigua prohibición de música instrumental en la sinagoga, componiéndola para coro sin acompañamiento. A pesar del título “Cantos de Salomón”, los textos no son del Rey Salomón sino salmos compuestos por su padre, el Rey David.
Su edición en 1622 en la casa veneciana regentada por Pietro y Lorenzo Bragadini resultó especialmente difícil, ya que los textos hebreos se escriben de derecha a izquierda, al revés que las notas de las partituras. Pero a su amigo, el rabino veneciano León de Módena, se le ocurrió la idea de hacer coincidir el inicio de cada palabra con la última nota correspondiente a la misma, dejando en manos del intérprete la coincidencia de cada sílaba con cada nota o grupo. Por ello, su estilo musical es más silábico y simple que el utilizado en las obras profanas en italiano.
Inspirado seguramente por su colega Monteverdi, que elaboraba nuevos contrapuntos en torno a antiguos cantos gregorianos, Rossi se propuso una labor similar con su propio bagaje litúrgico hebreo, aunque no llegó a utilizar melodías tradicionales, sino creaciones originales. Pero, más allá del idioma empleado, nada delata su origen judío. La excepción quizás sea el motete “Elohim hashivenu”, en el cual el musicólogo Joshua Jacobson encuentra una posible relación melódica con el canto homónimo del ritual judío italiano, al que Rossi habría agregado melismas. El mismo Jacobson también encuentra similitudes entre el salmo 137 (“Al Naharot Babel”) con la versión en latín del mismo texto (‘Super flumina Babylonis”) que Viadana incluyera en su “Cento concerti ecclestiastici”. Por el contrario, algunos musicólogos han descubierto citas de la música de Rossi en obras de otros. Por ejemplo, la israelí Judith Cohen afirma que Gastoldi cogió melodías y textos de algunas de sus canzonettas para sus obras propias.
Como Monteverdi, Rossi utiliza bloques sonoros que confluyen en los momentos de clímax crando texturas de muchas voces. Por otra parte, para su “Kaddish” (o “Yitgadal”) usa el estilo del balletto, con texto en estrofas y una música simple y repetitiva. En “Barchu”, el único momento en que abandona los melismas y la polifonía es en la palabra Adonai (mi Señor) respetando así la prohibición rabínica de no oír el nombre divino multiplicado en diferentes voces.
Durante el reportaje se oyen las siguientes piezas de los “Cantos de Salomón” de Salomón Rossi: Keter (por el Ensemble Daedalus dirigido por Robert Festa); los Salmos 124 y 118 interpretados por los King’s Singers para su disco Sacred Bridges de 2005 del sello Signum; Barchu y finalmente Yitgadal, nuevamente a cargo del Ensemble Daedalus.