Samaritanos: los otros hebreos

KOLOT: VOCES DE AYER Y DE HOY – La palabra samaritano, en el lenguaje actual, es sinónimo de una persona buena y altruista. Este significado viene de la parábola cristiana del buen samaritano, ejemplo de amor al prójimo retratado en los evangelios. Pero el término Samaria (Shomrón, en hebreo) se refiere a una región de Palestina, por lo que podría deducirse que los shomronim eran los judíos que habitaban Samaria en épocas bíblicas. Sí y no. Los samaritanos son un grupo étnico y religioso que se considera descendiente de las diez tribus de Israel, pero no son judíos. Su único profeta es Moisés, no reconocen el Talmúd ni la Mishná, ni al libro de los Profetas ni al de los Escritos (que junto con la Torá o Pentateuco conforman en Tanaj), y su sitio sagrado no ha sido el Templo de Jerusalén, sino el erigido en el monte Garizim, dominando la ciudad de Shjem (en árabe Nablus o Naplusa, y Siquem, Siquiem o Sicar en latín) donde, según el Génesis, Jacob erigió un altar a Dios y la ciudad fue entregada por él como herencia a su hijo predilecto, José, donde fue sepultado.

La primera vez que oí hablar de los shomronim fue durante mis estudios de musicología en Israel, quedando totalmente atónito ante su estilo musical totalmente inclasificable. ¿Cómo cabría categorizar esta melodía? ¿sería alguien capaz de repetirla si no es a base de un aprendizaje oral prolongado?

Hoy día los samaritanos siguen existiendo, aunque son apenas poco más de unos 650 individuos de cuatro familias apellidadas Cohen, Tsedakah, Danfi y Marhib. Los shomronim no aceptan conversos, lo que les ha llevado a una elevadísima tasa de endogamia y enfermedades genéticas. Por ello, recientemente y a regañadientes han aceptado matrimonios mixtos siempre que las mujeres no samaritanas acepten seguir sus preceptos, como la ley levítica de vivir aparte durante el período de sus menstruaciones y después de dar a luz. Además, los matrimonios endogámicos deben superar primero un test genético en una unidad especial del hospital Tel HaShomer.

Empezaremos hace unos tres mil años, cuando las tribus del norte hebreo se rebelaron contra el rey Roboam, hijo de Salomón. De esta rebelión surgieron dos reinos: el de Israel en el norte, con su capital en Shjem y el de Iudá en el sur con su capital en Jerusalén. En el siglo VIII a.e.c., los asirios conquistaron a las diez tribus del reino de Israel y se mezclaron con ellos. Aunque el pueblo samaritano, originado con esta mezcla, reconocía la Torá , fue despreciado por los judíos que, dos siglos después, retornaron del exilio babilónico de la mano de su liberador, el emperador persa Ciro, quien, además, les había exigido la reconstrucción del Templo que Salomón había erigido en Jerusalén. Este proyecto fue llevado a cabo entre el 538 y 515 AC sucesivamente por Sheshbazar, Zerubabel, Jeshua, Hagai y Zejariah. Pero los samaritanos que se habían quedado en Israel durante la ocupación asiria no aceptaron el nuevo orden religioso y sus preceptos talmúdicos (libro en el que los denominan kutím).

Los samaritanos construyeron su propio Templo en el Monte Garizim, según los arqueólogos posiblemente en el 330 AC, durante el gobierno de Alejandro Magno, que lo visitó (y no al de Jerusalén). En el siglo II a.e.c., Antíoco Epifanes, gobernador del imperio seléucida, intentó acabar con la religión judía, proclamándose la encarnación de Zeus con una estatua en el sitio más sagrado del Templo y sacrificando un cerdo en su honor. La rebelión de los judíos fue encabezada por los Macabeos. Pero los samaritanos se alinearon con los griegos y dedicaron su templo a Júpiter Helenius. Ello supuso la ruptura definitiva con los judíos. Después del triunfo de los macabeos, se estableció una dinastía judía, la de los jashmonaím. Luego llegaron los romanos, que quitaron a Samaria su autonomía. El rey judío Juan Hircano (Yojanán Girján) destruyó el templo de Garizim en el 128 DC. Después de la revuelta anti-romana de Bar-Kojba en el 135 DC se volvió a construir y en el siglo IV el supremo sacerdote Baba Raba estableció gran parte de la liturgia.

En el subsiguiente imperio sasánida persa algunos samaritanos sirvieron como soldados; luego, bajo los bizantinos, fueron masacrados (junto con los judíos) por el emperador Zeno en el siglo V, y su templo nuevamente destruido. En el 529, bajo el liderazgo del mesiánico Juliano ben Sabar (o ben Sahir), intentaron crear un estado independiente, pero Justiniano I los aplastó y los condenó a una casi total extinción. Con los musulmanes se dispersaron por Egipto y Siria, asimilándose. En el IX, los fanáticos islamistas destruyeron las sinagogas de judíos y samaritanos, aunque en el X mejoraron las relaciones. Los mamelucos del XIV convirtieron sus sinagogas en mezquitas y obligaron a muchos a convertirse al Islam. En 1624 murió el último sacerdote samaritano de la línea de Eleazar hijo de Aaron, pero los descendientes de su otro hijo Itamar asumieron sus funciones. En los 1830 sólo quedaba en Shjem un pequeño grupo, que los musulmanes creían ateos e impíos, amenazando su existencia, por lo que pidieron ayuda a los judíos, entonces en buenas relaciones con los árabes. En 1919 un reportaje del National Geographic establecía su número en menos de 150.

Actualmente la mayoría vive en algunos barrios de la ciudad de Holón, cerca de Tel-Aviv, en una comunidad creada en 1954 a instancias del entonces presidente de Israel y antropólogo Itzjak Ben-Tzví, aunque todavía quedan algunos shomronim resistiendo los embates de la intifada en el Monte Garizim, al lado de Shjem. Los samaritanos de Palestina (donde están representados como minoría en su Parlamento) hablan el árabe como primer idioma y el hebreo moderno como segundo, mientras que la mayoría de los que viven en Holón (especialmente los jóvenes) tienen al hebreo como lengua materna, aunque también entienden el árabe. Para la liturgia utilizan una variante samaritana mezcla de hebreo y arameo. Su actual sacerdote desde 2004, Elazar ben Tsedaka, hace el número 131 desde Aarón, el hermano de Moisés.

Aunque intentan no tomar partido en el conflicto entre palestinos e israelíes, se quejan de ser tratados como paganos y extranjeros por los ortodoxos judíos. Los que viven en Israel tienen esa ciudadanía, mientras que los de Palestina la tienen doble. Su religión se basa, como el judaísmo, en la Torá y en el libro llamado “Memar Markah”, pero tienen su propia liturgia, códigos de leyes (el hiluj, que no la halajá) y comentarios bíblicos, y hasta una versión bastante distinta de los Diez Mandamientos. Su credo se resume en un único Dios que dictó la Torá a Moisés, siendo el Monte Garizim (y no Jerusalén) su único santuario. Creen que al final de los tiempos un restaurador, Taheb, resucitará a los muertos; y que hay un paraíso. Sacrifican animales, tienen sacerdotes llamados cohaním, comen cordero en Pesaj y celebran el año nuevo al inicio de la primavera…  

El vienés Lachman y Abraham Zvi Idelsshon fueron los primeros musicólogos en investigar su música, a los que siguieron otros, incluidos compositores como el polaco Penderecki o el Israelí Noam Sheriff, que ha llegado a utilizar sus sonidos en varias de sus obras como Tehila LeYerushalayim (Rezo por Jerusalén) y Mechayei Hametim (La resurrección de los muertos). La música de los samaritanos no se parece a ninguna otra, ni de occidente ni de oriente. Es exclusivamente vocal, es decir sin acompañamiento de instrumentos. Su repertorio abarca cientos de canciones, generalmente de 22 estrofas (como letras tiene el alfabeto hebreo) de cuatro versos cada una.

La interpretación de estos cantos es singular. Los cantantes se dividen en dos grupos, los de la derecha orientados al este de la sinagoga y entre quienes siempre está el jazán o cantor litúrgico, y los de la izquierda, en la parte contraria. Los de la derecha empiezan la canción y justo cuando van a empezar la tercera estrofa se le suman los de la izquierda, ¡pero cantando a la vez la segunda estrofa! Y así prosiguen en una polifonía aparentemente anárquica, cantando los de la derecha las estrofas impares, y los de la izquierda, las pares. Por si la cosa no fuera suficientemente compleja, añaden adornos con largas frases melódicas de hasta dos minutos entre palabra y palabra e incluso llegan a entonar el mismo poema o canción con hasta diez melodías diferentes de forma simultánea. No es de extrañar que hayan estado en el punto de mira de los compositores más vanguardistas y experimentales. Pero con el valor añadido de una música tradicional y, muy probablemente, inalterada en el curso de milenios. Por algo ostentan el honor de ser la secta viva más antigua el mundo.

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