MILÍM: LA HISTORIA DE LAS DIÁSPORAS, CON ALICIA BENMERGUI – Hubo diferentes grupos de judíos entre los que llegaron al Imperio Otomano; uno de los más prominentes e importantes fueron los que se autodenominaban “castellanos”. Eran una especie de aristócratas y así se veían a ellos mismos. Se consideraban descendientes de la tribu de Judá, eran los más numerosos, tenían fortuna y cultura, elevadas posiciones económicas, intelectuales y políticas, todas cosas que ya habían sido y tenido como una minoría selecta en la Península Ibérica. Y que van a promover su poder y su influencia también en tierras otomanas, donde las diferentes comunidades estaban fragmentadas y divididas. Así, había comunidades de marranos, donde algunos de sus integrantes tenían una madre no judía o todavía eran incircuncisos; en Arta (ahora Grecia), en Esmirna y en Salónica había comunidades formadas exclusivamente por marranos. Las divisiones no siempre estaban determinadas solamente por el origen sino por la condición, la clase. En Patras, al igual que en otros lugares, vemos cómo las cuatro congregaciones de la ciudad – romaniota, siciliana, española y apuliana – “aunque recen cada una en una sinagoga diferente”, se comprometen bajo juramento a permanecer unidas “en interés del bienestar de la santa comunidad entera”. A lo largo del siglo XVI, las comunidades se unieron y renunciaron a los rasgos que las diferenciaban, a causa de los sufrimientos comunes que las unían a todas de alguna manera. No todo fue tan fácil y sencillo como pudiera parecer por ciertas lecturas y, por otra parte, porque alguien como Yosef Caro se había dedicado a la tarea de crear una única base legal en el código llamado Shuljan Aruj, destinado a tener un gran éxito, pero sobre todo por la influencia ejercida en la mayoría de las ciudades sobre el conjunto de los judíos y en especial sobre los castellanos.
Los siglos XVI y XVII fueron los mejores años para la existencia judía en los dominios otomanos. Los judíos estaban bajo el estatuto de dhimmi; eran “súbditos protegidos” ya fueran cristianos o judíos, como por otra parte era igual al estatuto que tenían en la mayor parte de los reinos y estados musulmanes. Tenían una serie de derechos de los cuales no podían gozar en los reinos católicos: podían profesar libremente su religión y circular por todo el imperio o por donde necesitaran ir. También tenían una serie de restricciones y obligaciones, una de ellas era el pago de altos impuestos por el derecho a su libertad religiosa; sin embargo, disfrutaban de una mejor condición que los cristianos que eran mirados con extrema sospecha por el hecho de que los príncipes de los reinos cristianos europeos eran enemigos jurados del imperio. Los judíos estaban exentos de un pago muy costoso, y de convertirse forzosamente al Islam para prestar servicio al Sultán. Pero tenían prohibiciones y limitaciones en cuanto a sus edificios religiosos o en sus reparaciones, con la altura de sus casas o hasta la clase y color de la ropa que usaban. Tenían prohibido tener esclavos, andar a caballo, o poseer armas. Tampoco podían tener ropas bordadas con oro y plata, o vender café. Muchas de estas prohibiciones no eran respetadas por los judíos muy adinerados, que a veces hacían exhibición de un lujo excesivo lo que a veces les costaba la prisión, la pérdida de sus bienes y hasta de sus vidas.
Los judíos en la corte del sultán eran banqueros y diplomáticos, actuaban como médicos, pero no tenían la exclusividad. Había muchos niveles diferentes en oficios y profesiones. Los judíos solían tener oficios relacionados con la indumentaria, como era tradicional en la mayor parte de todas las comunidades. Eran curtidores, zapateros, sombrereros, teñidores, sastres; por supuesto eran excelentes orfebres, joyeros y perfumeros; eran buenos armeros, especialmente los marranos. Los judíos sefardíes fueron los que trajeron la imprenta y los caracteres hebreos, en 1494 fue fundada en Estambul la primera imprenta. Y esta historia continuará…
Sefarad: exilio y clandestinidad (11ª parte): castellanos en el Imperio Otomano (III)
Alicia Benmergui, exilio sefardí, historia, Imperio Otomano, Milím